sábado, 14 de abril de 2012
Trilogía de Varanasi: Neeha
Tras el relajante pero turbador masaje me senté en la terraza y pedí algo de cenar. Mi cabeza daba vueltas y comí mecánicamente mientras mis ojos, perdidos en mis pensamientos, miraban sin ver a los camareros que se movían como bailando entre las mesas llenas de turistas de mediana edad. En una puerta entreabierta al final del patio divisé una sala de ordenadores vacía y pensé que sería una forma de alejar mi confusión.
No consultaba el correo desde hacía varios días y los mensajes se me habían acumulado. Borré la publicidad sin mirarla y repasé los correos pendientes por encima hasta que mi vista se posó en uno de Roxana y Samuel. Hacía un par de semana que nos separamos y a estas alturas deberían estar ya en Madrid. Lo abrí con ilusión y leí su contenido rápidamente.
Me contaron sus últimos días en la India y como terminaron su viaje en Varanasi, justo donde yo estaba ahora. Sonreí por la coincidencia y seguí leyendo. Me ofrecían su casa para dormir a mi vuelta a España e insistían en que cancelase mi noche de hotel en Madrid para pasarla en su casa cenando. Seguí leyendo para encontrarme con una petición que me dejó atónito.
En su penúltimo día en Varanasi, una niña que vendía velas para depositar en el Ganges se ganó su corazón regalándoles una vela y una sonrisa. Estuvieron hablando con ella y tras hacerle unas fotos con su mejor amiga le prometieron sacar una copia y dársela al día siguiente. Aunque lo intentaron, los cortes de luz repetidos y el adelanto en la salida del avión impidieron que cumpliesen su promesa. Me adjuntaban la foto y me pedían que sacase unas copias y localizase a Neeha y a su a amiga para dárselas. Sólo tenía que encontrarla. En una ciudad de tres millones y medio de personas.
Me quedé estupefacto. Sólo me quedaba un día en la ciudad y los únicos datos que tenía de ella eran su nombre y el último sitio en que la habían visto, uno de los ghats junto al río. Ni siquiera sabía donde estaba. Pero decidí intentarlo.
Me desperté muy temprano y pregunté en recepción donde podía encontrar una tienda de fotografía para sacar las copias. Con cara de compungido me informó que era imposible encontrar ninguna abierta ese día porque no sólo era domingo sino que además ese día comenzaban las fiestas de Diwali, el festival de las luces. Menuda casualidad. Creo que no olvidaré nunca esa fecha: 26 de Octubre de 2008.
Salí a la callé y empecé a preguntar a los conductores de tuk-tuks si sabían de alguna tienda abierta hasta que encontré un taxista que afirmó que un "primo" suyo tenía una y que "seguro" que estaba abierto. Negociamos el precio para todo el día y partimos hacia allí. No sé como lo pudo hacer, pero mientras conducía entre un tráfico caótico pitando sin parar, sujetaba el móvil con la oreja y llamaba a su "primo" para decirle que íbamos para allí. Al llegar la tienda estaba cerrada, pero mi conductor me dijo que su "primo" estaba a punto de venir. Media hora después al fin apareció y entramos en la tienda. Le explique lo que quería y me dijo que necesitaría un par de horas porque las máquinas estaban apagadas. Acordamos un precio claramente abusivo que no podía permitirme el lujo de rechazar y decidí aprovechar esas dos horas para visitar el Fuerte de Ramnagar, a unos 15 km de Varanasi.
Tras un trayecto muy interesante que incluyó un pequeño atasco, varios rodeos debido a unas vacas que habían decidido descansar en mitad de un rotonda y una procesión funeraria, al final cruzamos a través de un inmenso puente el río Ganges. La fortaleza de arenisca roja se encontraba en bastante mal estado, pero evidenciaba un pasado glorioso. Fue la residencia oficial del Maharaja de Varanasi y en su interior se encuentra su palacio, ahora convertido en museo. Tenía tiempo y disfrute de la cantidad de detalles de sus colecciones de palanquines, armas antiguas, relojes, ropa tradicional, coches de época, objetos de marfil y sillas de elefante, siempre bajo la atenta mirada de un vigilante que me seguía a todas partes y que me impidió tomar fotos. Un precioso mirador circular sobre el río me retrotrajo al siglo XVIII, imaginándome a las esposas del soberano paseando al atardecer mientras disfrutaban de la suave brisa que alejaba el agobiante calor.
Realicé el trayecto inverso para regresar a la tienda de fotografía y con gran alegría tuve en mis manos al fin las cuatro copias de la foto que había encargado. Era el primer obstáculo y lo había conseguido salvar. Ya era medio día y le indiqué a mi conductor que me dejara al principio de los ghats. Mi idea era recorrer desde el comienzo los 7 km que abarcaban los casi 100 ghats que recorren la orilla oeste del Ganges y cuando encontrase el ghat Kedar, el último sitio donde la habían visto, intentar localizar a Neeha.
Empecé en una playa de arena desde la que se divisaba el imponente perfil de Varanasi y eché a andar bajo el abrasador sol. A esas horas los ghats son totalmente diferentes de lo que había visto al amanecer. Los miles de peregrinos ya se habían retirado y sólo los habitantes de la ciudad los poblaban. A mi paso encontré pescadores que arreglaban sus redes con la minuciosidad aprendida a través de generaciones, ropa tendida bajo el sol que extendían directamente sobre un suelo cubierto de basura, bañistas tardíos que se enjabonaban en la orilla y ancianos que buscaban sombras donde cobijarse y dejar pasar un día más antes de morir en la ciudad sagrada, junto al río que les concede el don de evitar la reencarnación.
A medida que avanzaba me di cuenta de la cantidad de niños, probablemente huérfanos, que deambulaban por las escalinatas. Algunos corrían persiguiéndose entre risas mientras otros se ganaban un bol de arroz manejando mangueras más grandes que ellos con las que arrastraban la basura acumulada hacia el río. Me detuve un rato a contemplar a un niño que con gran seriedad manejaba una cometa como si fuese lo más importante del mundo. Y probablemente lo era para él. No hay muchos momentos de placer para los niños en Varanasi. Observé a un pareja que en cuclillas hacían sus necesidades en una de las escalinatas para a continuación salir corriendo hacia el río donde se lavaron con dedicación junto a una manada de búfalos indiferentes que, medio sumergidos, intentaban ahuyentar las moscas y el calor.
Un santón medio adormilado se incorporó a mi paso y me ofreció su bendición a cambio de una rupias. Más allá otros lo observaban para ver si le daba algo y ofrecerme a su vez sus propias bendiciones, por supuesto más poderosas y beneficiosas que las de sus rivales. Desde las escalinatas los habituales sonreían y me seguían con la mirada divertida mientras el santón intentaba cogerme la mano y marcarme la frente con un poco de pintura.
Atravesé el crematorio de Harishchandra que había visto el día anterior cuando navegaba por el río al amanecer. Una docena de piras ardían en ese momento y uno de los niños se ofreció a explicarme por una rupias como funcionaba. Me enseñó los distintos tipos de madera, desde la más barata que salía a 1 € el kilo hasta el aromático sándalo cuyo prohibitivo coste de 50 € sólo podía ser costeado por las familias más ricas. Hacen falta entre 200 y 250 kg de madera para quemar un cadáver. Es bastante dinero hasta para un occidental, por eso los más pobres son arrojados al río directamente sin poder permitirse el lujo de la cremación purificadora. Mientras estaba allí un brazo a medio quemar se desprendió y rodó hasta cerca de donde yo estaba. Con indiferencia el encargado de la pira lo recogió con dos palos y lo volvió a echar dentro. Nadie pareció sorprenderse. Dejé atrás el olor de la carne quemada y los asfixiantes humos del crematorio y seguí mi camino en busca de mi objetivo.
Atravesé una zona de camas de piedra donde algunos masajistas ejercían su labor sobre la espalda de los que se lo podían permitir. Me habría gustado tumbarme y disfrutar de un momento de relax, pero al ver que la gente dejaba sus cosas en el suelo, fuera de la vista de la camilla, decidí que era mejor no dejar mi cámara de fotos tan alegremente.
Al fin llegué al ghat de Kedar, todo pintado con franjas verticales rojas y blancas y del que ya puse una foto con unos Hare Khrisna en el primer post de esta trilogía. Estaba desierto y no se veía a nadie por ahí, así que me senté a esperar a la sombra por si aparecía Neeha. Durante la hora siguiente me sentí como un detective de televisión preguntando a todo el que pasaba si conocía a alguna de las niñas de la foto. Nadie la conocía. Alguno incluso me miró raro.
Empezaba a atardecer y ya creía que no podría cumplir mi encargo cuando de repente vi aparecer a unos niños con coronas de flores trenzadas para vender a los peregrinos que bajaban a realizar sus ofrendas por la tarde. Me acerqué a ellos y les mostré la foto. Uno de ellos me dijo que la conocía, pero que ese día no vendría porque estaba enferma. Todo mi esfuerzo para nada.
Me empecé a ir cuando de repente se me ocurrió preguntarle si sabía donde vivía. Me respondió afirmativamente y le pedí que me guiara hasta allí. Vi que miraba dubitativo sus collares y los paseantes junto al río y le dije que no se preocupara, que yo se los compraba. Su cara se iluminó y empezó a correr escaleras arriba haciéndome señas de que le siguiera. Justo antes de salir del ghat apareció en ese momento la otra niña de la foto. No sabía su nombre pero la reconocí inmediatamente. Saqué una de las copias de la foto y se la entregué. Todos sus amigos se arremolinaron sobre ella riendo y señalando la foto.
El chico me apremió y tras él entré en un laberinto de calles oscuras y estrechas en el que fácilmente me habría perdido si no lo llevara de guía. De vez en cuando se detenía y me sonreía indicándome que atravesase un callejón aún más estrecho y oscuro que los anteriores. Un sitio perfecto para asaltar a un turista desprevenido. A pesar de ello seguí adelante y al final se paró delante de un puerta cubierta nada más que por una tela. Y allí se puso a gritar el nombre de Neeha.
Mi corazón palpitaba alocadamente y casi se paró cuando levantando la tela apareció su cara en el dintel. Había mirado tanto tiempo su foto que sus ojos se me habían grabado en la memoria. Era ella, sin lugar a dudas.
Nos miro inquisitivamente y mi improvisado guía le dijo que la buscaba. Me miraba con desconfianza pero le dije que tenía algo para ella y me hizo pasar a su casa. Sólo dos habitaciones. Sin ventanas. La primera, una sala cuadrada de color azul, hacía la veces de sala de estar y cocina. No había muebles, ni mesas ni sillas. Un fogón en una esquina abarrotado de platos y cacerolas indicaba donde cocinaban. El resto de las cosas yacían desperdigadas por el suelo. De las paredes colgaban imágenes de sus dioses y perchas con ropa limpia. En un rincón un viejo televisor sobre una pequeña mesa mostraba hacía donde se sentarían por las noches mientras cenaban.
La otra habitación, igual de austera, igual de azul, sólo tenía un colchón sobre una base de ladrillo. Me hizo sentarme ahí y se sentó delante mío en el suelo esperando a que hablara. Su madre y su hermana, no queriendo dejarla sola con un extraño, entraron a la habitación y se sentaron en el suelo junto a ella, no sin antes haberme servido un te en una vieja taza descascarillada. Me sentí raro y un poco avergonzado al darme cuenta de que me habían dado el mejor sitio de la casa, su cama, donde probablemente dormían las tres.
Les empecé a explicar que venía de parte de unos amigos que no pudiendo cumplir su promesa me la habían encargado a mi. Les conté lo que había ocurrido y de la funda de mi cámara saqué la foto y se la entregué. Las tres mujeres juntaron sus cabezas para observar la foto y la preciosa sonrisa de Neeha hizo que todo el esfuerzo del día mereciese la pena. Probablemente esa foto era lo mejor que le había pasado en mucho tiempo. Cuando terminaron de admirarla las tres juntaron sus manos y me dieron las gracias con un "namasté" que devolví orgulloso.
Hablamos un rato en un rudimentario inglés mientras Neeha les iba traduciendo a su madre y hermana que asentían con la cabeza. Me rellenaron de nuevo la taza de te y le pregunté si me dejaría hacerle una foto de recuerdo. Una foto con la foto. Para mis amigos. Me dijo que sí.
Me despedí de ellas y al salir, sentado en el suelo, estaba todavía el chico que me había guiado. Me mostró los collares y se los pagué dejando que se los quedara. Trotando alegremente me llevó hasta la salida del laberinto. Mi garganta, seca y enrojecida por todo el día bajo el sol, necesitaba algo fresco, y le pregunté que donde podía beber algo. Me llevó a un puesto pequeño donde me sacaron una Pepsi no muy fría pero que me supo a gloria. Al verle mirarme beber me volví hacia el vendedor y le compré otra al chico. La cogió con las dos manos y pidió una caña para poder saborearla y exprimirla al máximo. Probablemente hacía mucho tiempo que no había probado ninguna. O quizás nunca. Me di cuenta lo afortunados que somos en occidente y que poco valoramos lo que tenemos. Pero ese día aprendí a valorar mucho más las pequeñas cosas. Lo aprendí mirando esa sonrisa.
Y la de Neeha.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Parmenio, sinceramente tu post me ha encantado. Tienes unas formas de contar las historias... estupendas. Tienes mucha razón, en Occidente no sabemos valorar lo que tenemos, la gente que vive de forma paupérrima aprecia mucho más lo que ganan con su esfuerzo y sudor que los que piden regalos costosos para Navidad o para su cumpleaños (me incluyo, desgraciadamente). Me llena de orgullo tu acción para con la niña, el trabajo debió de ser arduo pero su sonrisa al final lo valió todo, la hiciste feliz, le diste fe en las personas y la hiciste ver que la vida, difícil e injusta, tiene sus recompensas. Tienes un buen corazón, Parmenio, sigue así.
ResponderEliminarYo también me incluyo en el grupo de consumistas sin medida César. Tendemos a encapricharnos de los objetos, y por tenerlos tan a mano la mayoría de las veces no les damos ningún valor, olvidándolos tan pronto como los conseguimos.
EliminarAunque aquí está un poco resumido para no alargar ya más de lo que está el texto (que sé que me salen muy largos jajaja), la verdad es momentos como cuando les di las fotos a las dos niñas o le invité a una simple Pepsi a mi guía de los callejones, los que compensan tanto esfuerzo. Se te queda una sensación de que el favor no se lo ha hecho tu a ellos sino ellos a ti con su agradecimiento sincero y puro.
Por momentos así es por lo que me gusta tanto viajar.
Un beso (de corazón)
Demasiado hermoso este escrito, me ha encantado, como vale la pena el esfuerzo por ser premiado por una sonrisa asi. La fotos me encantaron!, todo todo.
ResponderEliminarsaludos
¿Verdad que una sonrisa merece cualquier esfuerzo Pancho? Tu que tienes una hija sabes que cualquier sonrisa que consigas arrancarle te compensa todos los desvelos que hagas.
EliminarFue un día fantástico que no creo que olvidaré nunca.
Un beso (como premio)
Me ha emocionado mucho el post, y aprovecho para decirte que leí el post anterior pero como últimamente estoy bastante liado, como bien sabes, se me olvidó comentarte. Me encanta como haces que cada detalle y cada momento brillen con luz propia.
ResponderEliminarBesos (luminosos)
No hace falta comentar todos los post Chris, que aquí no se pasa lista :) Con que lo leas a mi me vale, y si además te gusta y te emocionas un poquito como lo hice yo, para mi es suficiente.
EliminarSon los pequeños detalles los que hacen grande a un viaje, y este ha sido uno de los más inolvidables. Por muchas razones. Ya las iréis descubriendo :)
Un beso (con la luz de lo pequeño)
Primero de todo envidiarte esas maravillosas fotos. Luego repetirte una vez mas lo que disfruto con tu forma de contar las cosas.
ResponderEliminarYo viajé a la India también con una foto para entregar a un vendedor de bisutería de Udaipur. Fué mas facil de encontrar que tu niña y mucho menos agradecido.
Un abrazo
Muchas gracias por tus piropos Uno, que las fotos que hice en la India son de las que más he disfrutado en los últimos años. Hice miles, supongo que como tu, y sólo pongo aquí algunas pequeñas muestras que me traen infinidad de recuerdos.
Eliminar¿Tu también tenía que entregar una foto? Cada vez veo más paralelismos entre tu viaje y el mío. Igual eres mi hermano gemelo y nos separaron al nacer jajaja
Que triste que a pesar de esforzarte en llevarle la foto al vendedor de bisutería no encontraras la recompensa de una sonrisa al menos. Siempre puedes traerme a mi una, seguro que yo si te lo agradezco :)
Un beso (geminiano)
Le has sabido dar un aire enternecedor. Me ha emocionado.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muchas gracias por tus palabras Peace, me hacen sentir un poco mejor porque no me había quedado contento con este post y lo que realmente experimenté ese día. Me daba la senscación de que había quedado un poco frío. Veo que al menos algo si he conseguido transmitir.
EliminarUn beso (tierno)
Llevaba tiempo esperando este relato, me encanta cómo nos vas llevandode la mano por los escenarios, por las persona, haciendo que nos sintamos más cerca a ellas...es mágico del todo. Y la fotos, qué ganas de ver algo así en directo-
ResponderEliminarUn abrazo
Esta historia es el gérmen de esta trilogía Didac. Cuando pensé en contarla y me puse a pensar como hacerlo, decidí no plasmarla de forma aislada sino situarla en el contexto de Varanasi para que se entendiera mejor.
EliminarTodas los lugares y personas que me iba encontrando por el camino te van preparando poco a poco para estos momentos. No se entendería el modo de vida de Neeha sin ver lo que la rodea. Me alegro de haberlo logrado transmitir un poco lo que es Varanasi y que te haya gustado.
Un beso (desde muy cerca)
Me has dejado impresionadísimo con esta anécdota de tus viajes... decididamente, estoy convencido de que cuando nos proponemos hacer "algo bueno" por nimio que nos parezca, todo el universo se confabula para que tengamos éxito, deberíamos aprender más de bellas historias como éstas, que no son parábolas, ni cuentos, son realidades tan certeras como tu vida y la de esos niños... gracias por compartir este tesoro con nosotros... es como abrir el arca de tu corazón... GRACIAS
ResponderEliminarHace unos días OGG, viendo una película que transcurre en la India, "El exótico hotel Marigold", uno de lo protagonistas decía: "Al final todo acaba bien, y si no acaba bien es que no es el final". Esa filosofía se parece mucho a lo que comentas de que el universo se confabula para que tengamos éxito cuando intentamos ayudar.
EliminarNo es mucho lo que hice por Neeha, sólo conseguir una sonrisa y que al menos la ilusión de su infancia se mantuviese un poco más, pero todo el esfuerzo que hice se vio recompensado cuando se le abrieron los ojos y vio la foto. Creo que le debo yo más a ella, que ella a mi.
Un beso (desde lo más hondo)
Qué estupendo panel. He disfrutado leyéndolo un montón. Qué sensibilidad más grande y qué lección en todos los sentidos.
ResponderEliminarVerdaderamente bonito. Y verdaderamente indicador de la persona tan enorme que lo ha escrito.
Me ha encantado leer y contemplar esas sonrisas.
Lo dicho... me das una envidia muy sana.
Un besazo!!!!!
Cuando viajas por paises tan alejados de nuestra cultura y sensibilidad Ángel, te das cuenta de lo afortunados que somos en muchos aspectos, pero también de lo mucho que tenemos que aprender de ellos para disfrutar de las pequeñas cosas que nos rodean. Ellos lo saben hacer. Por convicción o por obligación, pero lo saben. Yo intento aprender.
EliminarQuería compartir con vosotros esa sonrisa que tan dentro me llegó. Ahora es un poco vustra también.
Un beso (pequeño pero inmenso)
Querido Parmenio, gracias por tu relato y toda la ternura que pones en él. La anécdota enriquece las imágenes y refrescan el alma. Gracias. Seguro todos hemos recordado otros viajes, otras situaciones, otros contextos pero el mismo sentir, agradecer por lo que la vida nos regala cada día lejos del rigor que otros padecen. Eres único en tus fotografías y especial en tus relatos. Gracias.
ResponderEliminarSarkis
Sólo había contado esta historia a muy poca gente Sarkis, pues no me gusta mucho aburrir con "batallitas", pero creo que la historia de Neeha debía ser contada para que los futuros viajeros no tengan miedo de conocer a la gente que se cruza en su camino. Ellos nos hacen mejores, o al menos nos hacen conscientes de nuestra suerte. Y sólo por eso deben ser recordados.
EliminarGracias a ti por disfrutar con mis historias y fotografías. Compartirlas es para mi una forma de devolver la suerte que tuve de vivirlas.
Un beso (compartido)
Y ésto es el sentido de la vida. Aquí radica la auténtica felicidad. Fuera de materialismos, donde las pequeñas cosas te hacen más feliz que al banquero -tirano- más "poderoso" del mundo ya que la riqueza no la da un montón de millones sino ésto. Sonreir y sentirte feliz con la felicidad de ótras personas, es genial, y ya si contribuyes, de una u otra forma en ello, ya el acabose. Genial, genial, genial, Parmenio. Disfrutando una vez más con tus relatos, en los que nos metes totalnente en la situación. Eres canela en rama.
ResponderEliminarAbrazo norteño.
Desde que empecé a viajar por primera vez hace unos 15 años, aprendí en cada viaje a ir eliminando poco a poco objetos inútiles de mi mochila Bo Tare. Son objetos que en nuestra vida diaria nos resultan "indispensables" y que cuando caminas por las calles de lugares como este te vas dando cuenta de que no sólo no lo son sino que nos encierran en una pequeña burbuja opaca que nos aisla de la realidad. En la India tuve la suerte de conocer mucha gente y hablar con ellos, compartir risas y sentarme sin las prisas de nuestra sociedad. No se si eso me hace mejor persona realmente, pero sí que en esos momentos me sentí un poquito mejor.
EliminarMe alegro mucho de que te haya gustado.
Un beso (que te haga feliz)
Realmente unas sonrisas muy bonitas. Me gustan también mucho las fotos del chico con la manguera y la de los tres tipos sentados. Muy buenas.
ResponderEliminarY sobre tu día... esos días son los que realmente cunden, y la de material fotográfico que te han dado, y todo lo que te has movido y lo que has tratado con la gente, yo creo que impagable, y gracias a tus amigos de Madrid.
bicos ricos
Pues las sonrisas aún eran más bonitas al natural Pimpf, que no son iguales cuando salen espontáneas que cuando están delante de la cámara.
EliminarEl niño de la manguera me impresionó porque con la presión que salía a duras penas podía manejarla cuando la cambiaba de posición y la sujetaba como podía desde la boca. La foto de los tres sentados refleja un poco a la gente que simplemente dejaba pasar el tiempo, porque tiempo es lo que sobra en Varanasi.
Ya tenía pensado recorrer los ghats andando ese día para ver de cerca como se vivía más allá de la ceremonia nocturna o de la purificación del amanecer, pero el mensaje de mis amigos hizo que cambiara mis prioridades y acabara en casa de Neeha, además de que al tener que ir preguntando a la gente hizo que conociera a personas muy interesantes, que por no alargar en demasía esta entrada he dejado fuera. Quizás algún día lo cuente.
Un beso (por cada momento de ese día)
Tús crónicas por Asia y sus personas, písajes y personajes me enamoran Parme, que gente tan linda.
ResponderEliminarYa somos dos los enamorados de Asia Álvaro :) Pocas veces me he sentido tan bien como entre esas gentes. Si pudiese volvería ahora mismo.
EliminarUn beso (oriental)
Querido Parmenio, estas son las historias que mueven cimientos humanos y espirituales. Las cosas que hacen que vivir no sea "Sólo un trámite hacia el éxito del individuo" sino un proceso integral de humanidad y de emociones. Tu sensibilidad al describir, enamora y Neeha, ha sido, durante todo el tiempo de lectura, el motor de mi sonrisa más interna y profunda. Mi niño palpitante. Qué belleza!!! Un abrazo grande.
ResponderEliminarMis ambiciones en la vida están muy lejos de lo económico Melvin. El dinero no es más que un medio para poder vivir las experiencias que deseo, pero nunca un fin en sí mismo. El éxito como lo entiende la mayoría del mundo occidental sólo es una perversión y ocultación mediante placebos de lo que realmente importa.
EliminarLa búsqueda de Neeha fue algo que nunca había hecho, y alcanzar su sonrisa un premio inimaginable. Su recuerdo me enamora y compartirlo con vosotros es volver a disfrutar aquel momento de nuevo. Gracias por sentir conmigo su sonrisa.
Un beso (como medida de éxito)
Wow, qué maravilla de historia. Confieso que al leer tu entrada anterior, en la que decías que al siguiente día vivirías una historia inolvidable, mi imaginación se fue por otros derroteros, jajaja ;-). Pues me ha dejado gratamente sorprendido y me ha encantado todo: tus descripciones de los lugares, tus impresiones, y con el premio de la sonrisa de esos niños. Menuda aventura, jeje. En cuanto a lo que cuentas de las cremaciones, sinceramente, y aunque yo soy partidario de la incineración, me parece que emplear toda esa pila de madera para ello es un derroche innecesario de recursos, y más si se emplean especies en peligro de extinción como el sándalo. Hoy en día existen otros métodos más baratos y limpios, y creo que el alma del difunto no va a notar la diferencia. Aunque no sé en Vanarasi pueden aún permitírselos, o están dispuestos a cambiar de costumbre. La verdad es que la historia de la niña me parece fabulosa, seguro que no se le va a olvidar en la vida el día que un extraño vino a traerle una foto suya, jeje. Y esas sonrisas tan limpias y tan francas de los niños, que deben estar poco acostumbrados a llevarse alegrías, lo dicen todo, y da mucho que pensar. Y la hospitalidad de esa buena gente, ofreciendo lo poco que tienen, es fabulosa. Creo que aunque no dedicaste el día a lo que tú hubieras querido, no me cabe duda de que lo darías por bien empleado. ¡Me parece maravilloso!. Besos. Namasté _/\_
ResponderEliminarPodía haber sido una historia como lo que tu imaginaste Roberto jajaja, pero esta vez la suerte, el karma o el destino me llevaron por otro camino para mi aún más placentero. Aunque hay otra historia que sí que ocurrió en la India que... pero eso ya lo contaré algún día ;)
EliminarEs dificil cambiar las costumbres y creencias ancestrales de la gente de la India. Su espiritualidad está tan enraizada en su mentalidad que si intentas explicarles que hay otras opciones te sonríen amablemente pero sueltan una risita cómplice demostrando lo vanal de tus buenas intenciones.
No te preocupes mucho por que quemen el sándalo en la piras funerarias, porque a esos precios son muy escasas las veces que utilizan esa madera. El nivel económico de la mayoría es tan bajo que aspirar a una pira funeraria del nivel más bajo está al alcance de no muchos. La mayoría se tienen que conformar con arrojar sus cadaveres al río y que la diosa Ganga los arrastre hacia la eternidad.
Me gustaría pensar que esa foto que le llevé ahora decora su casa y que cuando se despierta por la mañana la mira como si fuese un espejo y le consigue arrancar una sonrisa pensando en el loco occidental que cruzó medio Varanasi para entregársela. Si un día regreso me gustaría buscarla de nuevo y que me contase como le fue su vida. A veces pienso en ello.
El día fue fantástico y no lo cambiaría por nada. Da igual los planes que tuviese porque nunca me habría producido tanto placer como haberla encontrado. Es algo imborrable.
Un beso (namasté)
La paga de ua sonrisa es el mejor saldo que nos pdoemos llevar al finalizar un día. Me gustó mucho tu post!
ResponderEliminarNo hay nada mejor que una sonrisa sincera para alegrarte un día. Cualquier esfuerzo se desvancece sin dejar rastro ante una sonrisa.
EliminarMuchas gracias por pasarte por aquí de nuevo Luco, siempre eres bienvenido.
Un beso (preludio de una sonrisa)