viernes, 7 de septiembre de 2012

Tórrido verano de Grindr y lujuria


Acabadas ya la primera mitad de mis vacaciones hace ya unos días y anclado de nuevo en mi rutina, paso mi tiempo ahora entre un calor sofocante, la lectura compulsiva de otros blogs, el trabajo atrasado y los sueños de espuma y olas.

Pero debo reconocer que lo he pasado bien con mis amigos por Salou. Descansar he descansado poco, que ser el único soltero entre un grupo de cuarentones con hijos ha hecho que fuese el único que me apuntase a todo lo que se organizaba. Cenas, playa, partidas de cartas, copas, buceo, barbacoas, lectura o paseos en bicicleta al amanecer a desayunar huevos fritos con butifarra.

Entre todos me han cuidado como si fuese ese hijo descarriado que vuelve por navidad. Me han invitado a comer a sus casas y me han llevado de paseo a Sitges. Y digo que me han llevado, porque estando de tertulia una noche se hablo de lo bonito que era y que todos habían estado alguna vez. Todos menos yo. El único gay entre ellos y no había estado en la segunda Meca española de la gaycidad. Me miraron con sorpresa y uno me dijo que me llevaba. Y eso, en una persona que se siente obligado a reafirmar su heterosexualidad ante cualquier broma que mínimamente cuestione su virilidad como macho alfa, es de un mérito extraordinario.

Porque mis amigos aún no se han acostumbrado a que sea gay. A veces se sienten cohibidos, sobre todo ellos, al hacer un comentario o al utilizar expresiones de uso común como "es una mariconada" o al comentar que de la belleza de los hombres no entienden. Muchas veces corrigen sus frases en el último momento, mirándome, cuando se dan cuenta de que me pueden ofender. No lo hacen con mala intención, pero no lo pueden evitar. Y noto que se sienten avergonzados de utilizarlas. Saben que soy gay pero no me identifican con el estereotipo que tienen forjado en su mente. Siguen pensando en mi como heterosexual. Es curioso, pero creo que si tuviera pluma se sentirían más cómodos.

Pero el tener niños hace que la mayoría se retiren a sus casas temprano y la mayoría de las noches a la una ya estén durmiendo. Y mi insomnio permanente me impedía irme a casa. Así que muchas noches he deambulado sólo por la playa sin más compañía que los paseantes tardíos que regresaban de cenar, las risas de los jóvenes de botellón y el sereno arrullo del mar. Y mi móvil.

 Porque aprovechaba para encender el móvil y conectarme al Grindr, que para el que no lo sepa es un programa para hablar y chatear con otros gays y "forjar" nuevas amistades. Eso dicho con toda la sutileza de la que soy capaz, claro. Porque otros lo definirían con palabras más explícitas. Y más directas.

Durante esos paseos nocturnos he chateado con mucha gente y muy variada. El primero de ellos un chico de 30 años que se encontraba a unos 100 kilómetros de donde yo estaba y con el que me estuve riendo durante un par de noches en una batalla de ingenio verbal. Nos intercambiamos teléfonos y continuamos por whatsapp durante el día. Pero cuando me propuso que recorriera esa distancia para "conocerle" y le dije que no podía porque estaba con amigos, me dijo claramente que entonces no le interesaba para nada. Directo y conciso. Se despidió con un "hasta nunca".

El segundo fue uno de 23 años, sin foto ni ningún texto o frase ocurrente en su perfil al que mentálmente identifiqué con el sobrenombre de Mr. monosílabos. Su conversación se redujo a un

- ola
- Hola
- qtl
- Bien, disfrutando de un paseo nocturno por la playa ¿y tu?
- sex?
- No, gracias

Unos días después, me volvió a escribir y la conversación fue similar. En profundidad y extensión. Aún lo intentó una tercera vez. Esta vez se había cambiado el nick pensando que no me daría cuenta, pero los chats anteriores se mantienen aunque te cambies el nombre. Tras mi tercera negativa y no entendiendo que me negara a los encantos de su juventud, añadió un "pq?" Se lo explique y dio la callada por respuesta. No volví a saber de él.

El tercero fue un chico que me escribió en catalán. Aunque no lo hablo lo entiendo bastante bien y la conversación se prolongó durante un par de horas. Él siempre hablando en catalán y yo siempre en castellano. Pero manejarme en un idioma que no hablo me resulta agotador y se lo hice notar, explicándole que aunque lo podía más o menos seguir, no era catalanoparlante. Me respondió que aunque él entendía el inglés no era angloparlante. En catalán, por supuesto. Ahí se acabó la conversación. Supongo que se acostó contento de su victoria moral frente a mi "agresión" españolista.

Un hombre de unos 55 años y con un ligero parecido a Paquirrín me escribió una noche, y tras unos preámbulos de buena educación me pidió quedar y pasar la noche juntos. No era mi tipo y se lo dije. Con mucha educación lo lamentó y se despidió deseándome unas buenas vacaciones. Tenía claro lo que quería y no quería perder el tiempo, pero en todo momento fue cortés y no se enfadó ni se despidió "a la francesa". Un caballero.

Un chico latino de 20 años, muy guapo y con una sonrisa preciosa me ofreció quedar en su casa al día siguiente tras una conversación muy divertida. La verdad es que me gustaba, y yo, que no soy de piedra, noté como mi lujuria crecía por momentos. La abstinencia obligada que llevaba me hizo aceptar rápidamente. Por fin, pensé con una sonrisa. Pero el chico trabajaba en hostelería con unos horarios maratonianos y el único momento en que podía quedar con él era renunciando a estar ese día con mis amigos. Son pocos días los que les veo y no quería perderme ni uno de ellos. Lo intentamos varias veces pero no coincidimos en ningún horario. Con todo mi pesar me quedé salivando. Como un perro de Pavlov. Pero sin premio.

El sexto fue un chico británico de 26 años. Muy simpático y hablador. De madre española y padre londinense, estaba de vacaciones unos pocos días en Salou. Charlamos varias noches de temas muy variados e interesantes. Era un gran conversador y muy inteligente, a la par que provocador y "travieso". Los dos queríamos quedar pero ni el disponía de sitio ni yo tampoco, que estaba pasando las vacaciones con mis padres. Me llegó a proponer ir a una playa del delta del Ebro, extensa, llena de dunas y muy solitaria, pero a casi dos horas de coche. Me pareció excesivo. Mi economía no me permite pagar un depósito de gasolina sólo por echar un polvo. Tampoco pagar una noche de hotel. Así que también quedó en nada. Pero las conversaciones siguieron. Daba gusto hablar con él y me lo pasé muy bien. Se despidió invitándome a visitarle a Londres si alguna vez iba por allí. Se comprometió a enseñarme el ambiente gay y a llevarme a un "sitio que me gustaría". Quien sabe si en un futuro...

Hubo muchos más durante esos días. A unos les escribí yo, como a un chico belga guapísimo que vivía cerca de mi y que nunca me respondió. Otros fueron ellos los que dieron el primer paso, pero ninguno me pareció interesante como para quedar. Así que mi castidad quedó intacta durante esos días. Salvo por Jorge...

Pero eso es otra historia.