domingo, 16 de febrero de 2014

Del amor y el enamoramiento


Hace tiempo escribí que nunca había estado enamorado.

Nunca sentí la necesidad de estar con alguien más allá de la mera atracción física, incluso llegué en mi época hetera a estar con chicas por mera necesidad y para no sentirme excluido socialmente. Han pasado los años y sigo sin tener muy claro cuando uno está enamorado.

Por supuesto que hay mucha literatura sobre el tema y la he leído con detenimiento, pero o ese sentimiento es esquivo a las plumas más preclaras o realmente yo nunca he experimentado esa conmoción.

La atracción física la tengo clara. Muchas veces miro a un chico y me detengo en sus ojos o su sonrisa fantaseando con tenerlo entre mis brazos. Mi cuerpo reacciona instintivamente e incluso el corazón se me ha acelerado en más de una vez, pero dicen que enamorarse es algo más, es sentir que te gustaría estar con esa persona a todas horas y compartir tu tiempo permanentemente. Casi como el amor. Casi.

Porque el amor afirman que es un paso más allá. Cuando te enamoras todo te parece maravilloso. Sus manías son graciosas, sus palabras están siempre justificadas y sus acciones pertinentes. Se es ciego a su imperfección y disculpamos lo inaceptable cegados por su presencia y nuestro afán de mantenerlo a nuestro lado. Pero cuando un día cae la venda de nuestros ojos y contemplamos como es realmente, nos encontramos en la disyuntiva de aceptarlo como es o alejarlo de nosotros asombrados de nuestra ceguera y complacencia. De ahí que del amor (o más bien enamoramiento) al odio no haya más que una fina línea delgada.

Pero si lo aceptamos tal como es, admitiendo que no es perfecto pero que a pesar de ello deseamos estar con él todo el tiempo que nos queda, entonces y sólo entonces, dicen que hay amor. O esa es la teoría.

Y digo teoría porque yo me siento al margen de todos esos sentimientos. Hace ya cuatro años que conozco a Tony y nuestra convivencia ha evolucionado tanto que hoy en día se podría decir que somos pareja. Hablamos todos los días, nos vemos tres o cuatro veces por semana, salimos de vacaciones juntos, y se queda en mi casa o yo en la suya muchos días. Conozco sus defectos y él los míos. Y los aceptamos. Lo que para todo el mundo es un claro noviazgo. ¿Es eso amor?

No lo tengo claro. Según los cánones clásicos no terminaría de ser amor porque yo necesito todavía mis días de independencia. Estar a todas horas con él me sobrepasa. Necesito mi soledad, mis rutinas de ermitaño, el sentirme dueño de mi propia vida y señor de mis caprichos. No sé si es porque ya he llegado tarde a estos sentimientos que debía haber aprendido a controlar de adolescente y que mi trayectoria obvió, o por lo que los psicólogos llaman "miedo al compromiso". Pero la realidad es que necesito esos días para mi. No termino de verme viviendo permanentemente con él, pasando todos los días juntos, pero sin embargo hay días que extraño su presencia.

Me siento como un péndulo indeciso, basculando entre su compañía y mi libertad. Noto como penetra mi burbuja y ocupa espacios que me ahogan, pero hay días conquistados para mi independencia que cuando los disfruto no me importaría pasar junto a él.

Es querer lo que no tengo y tener lo que no quiero.

¿Se puede llegar al amor sin haber pasado por el enamoramiento? ¿Puede haber sido la transición tan suave que haya pasado desapercibida para mis sentidos? ¿O acaso vivo en un estado diferente, tan extraño que es fruto de mi indecisión?

No lo sé.

Es todo muy confuso.