domingo, 27 de febrero de 2011

Cuatro gatos


Por donde yo vivo hay una expresión que siempre me ha gustado: "son cuatro gatos". Se aplica generalmente para minusvalorar un colectivo. Para indicar que son muy pocos y por tanto no merecen nuestra atención.

Ayer este blog alcanzó el bonito número de 100 seguidores después de unos días en que al menos tres o cuatro se habían borrado, supongo que aburridos por mi recurrentes temas. Nada más verlo una extraña asociación de ideas me vino a la cabeza. En sistema binario (ese formado por unos y ceros que utilizan los ordenadores) el número 100 corresponde con el 4 nuestro de toda la vida. Y pensé que era una bonita metáfora de mi vida. Creo que en mi paso por este mundo realmente le he importado de verdad a cuatro gatos. El resto simplemente me han usado a su antojo y cuando les he dejado de ser útil han salido de mi vida.

Pero aquí mis cuatro gatos se han convertido en 100 personas que, al menos por un momento, han pensado que podía ser interesante perder un poco de su escaso tiempo en leer retazos de mi vida manchados de confusión. No soy tan ingenuo como para pensar que esas cien personas leen todo lo que escribo. Probablemente una gran mayoría ni siquiera se pasan ya por aquí, y como en mi vida real han abandonado este blog por propuestas más alegres y entretenidas. Pero por un momento, sin conocerme y sin tener yo nada que ofrecerles salvo la vida de un extraño, decidieron parar, leer lo que el extraño título del blog les ofrecía y molestarse en marcarlo para volver otro día. Y eso me impresiona. Mucho.

Parece que fue hace ya un siglo, pero han pasado poco más de diez meses desde que escribí por primera vez aquí un día que no sabía ya como arrancarme el dolor que sentía. Y en este tiempo mucha gente ha dejado sus palabras en cada entrada haciéndome compañía. Yo he leído cada letra, cada palabra y cada frase que escribíais, y con alguna he llorado al descubrir que no sólo teníais razón en lo que decíais, sino que en mi ceguera había intentado empeñarme en hacer lo contrario.

Ayer se apuntó mi seguidor numero 100, y aunque al no tener foto su perfil queda escondido al final de la fila, me fijé en su nombre: Teseo.

El destino juega con un sarcasmo impredecible. Me ha recordado que vivo en un laberinto formado por miedos y cobardía y me envía un mensaje en forma de seguidor avisándome de que debo matar al minotauro que vive en mi para que no siga devorando el futuro de Atenas. De mi Atenas. De mi.

Teseo era hijo del rey Egeo. Cuando abrí el blog dediqué mi primera entrada a la persona que me inspiró a escribir. Un chico llamado Egeo precisamente. Hace unos meses decidió cerrar su blog después de cuatro años y a los que le habíamos visto crecer nos dejó huérfanos, igual que el rey Egeo, que se suicidó al olvidarse Teseo poner las velas blancas a su barco. El círculo se cierra. Alfa y Omega.

Vosotros sois los marineros de mi barco. Y se que bogáis todos para que cuando me enfrente al final a mi minotauro tenga conmigo la fuerza de vuestros corazones. Para mi sois necesarios, y vuestra compañía me insufla el valor que necesito para afrontarlo.

Ya sólo me falta conseguir mi hilo de Ariadna.

jueves, 24 de febrero de 2011

En busca del tiempo perdido


Estaba a mi espalda y lo notaba como se iba acercando poco a poco. Bajo las sábanas mi cuerpo desnudo disfrutaba del recuerdo de la noche. Su calidez resbaló sobre mi nuca y jugó con mi cabello para deslizarse por mi mejilla. No pude menos que sonreir pero me mantuve relajado, disfrutando el momento. Cuando alcanzó mis ojos ya no pude soportarlo más y me incorporé huyendo del deslumbrante rayo de sol.

El zumo de naranja me esperaba junto a la mesilla, recién exprimido y bien ácido, como a mi me gusta. Apoyado en el cabecero miré a través del ventanal el río lleno de vida y dediqué unos minutos a contemplar unos jilgueros que saltando de rama en rama cantaban sin parar llenando la habitación de música. Las sombras de los árboles en la pared jugueteaban creando intrincadas formas y arabescos que seguía con la mirada mientras el viento descuidadamente transportaba olores a madreselva y hierbabuena.

Abrí el libro por donde lo había dejado anoche y continué leyendo, saboreando las palabras y sintiendo como penetraban dentro de mi, dejando un poso de comprensión. Las letras bailaban ante mis ojos y se abrazaban contándome sus secretos más ocultos. Me sentí en paz.

El sonido de la hoja al pasar fue desagradable. Chirriaba como la tiza sobre la pizarra y su sonido se metía dentro sin poder evitarlo. Cambié de posición en la cama pero el rechinar era insoportable. Sonaba y sonaba en mi interior haciendo que mi mente estuviese a punto de explotar de dolor. Y abrí los ojos. De nuevo.

El despertador estaba sonando sin parar. Repicando en mis oídos. Fuera la noche cubría los árboles despojados que se movían inánimes bajo la tormenta. Lo apagué con brusquedad mientras con el ojo, a duras penas entreabierto, descubría aterrorizado que llegaba tarde a trabajar. Me levanté corriendo y el suelo helado punzó cada nervio de mi piel. Me metí en la ducha para descubrir que el calentador estaba apagado. No tenía tiempo de salir a conectarlo y el agua helada disfrutó golpeándome sin piedad y arrancándome espasmos convertidos en gritos contenidos. Intenté entrar en calor pero el café recalentado del día anterior provocó arcadas en mi estómago vacío.

Salí por la puerta a medio vestir y arranqué el coche que se quejó del frío nocturno. Miles de coches se peleaban por dos carriles colapsados. El reloj avanzaba más rápidamente sabiendo que no podía dejar de mirarlo. Una mujer me miraba desde el coche de mi izquierda y avanzó lo que pudo para impedirme cambiar de carril. La cacofonía de cláxones convirtieron el recorrido en una orquesta mefistofélica.

Mi jefe me esperaba con toda la documentación y gritándome por mi tardaza. Lo mismo de siempre.

Por la noche, cuando al fin llegué a casa cansado no me apeteció cocinar. Me preparé algo frío y me senté frente al ordenador a leer los blogs, pero los ojos agotados de muchas horas de desgaste se me cerraban por momentos. Me arrastré a la cama y mirando el libro en la mesilla pensé que mañana lo empezaba. Una vez más.

Me falta tiempo en mi vida. Me faltan minutos. Creo que hay algún agujero en mi vida por el que se derraman sin parar. Pero no encuentro al fontanero que los detenga. De niño leía tres y cuatro libros a la semana. Ahora no llego a uno al mes. Quiero poder responder los correos incontestados. Quiero leer esos blogs que cada día crecen en la lista de pendientes. Quiero quedar a tomar una cerveza y charlar sin miedo a las cosas aplazadas. Quiero salir y bailar. Quiero conducir hasta Moscú y tomarme un chupito de vodka en la Plaza Roja. Quiero saltar en paracaidas y hacer puenting. Quiero una playa de arena blanca del caribe y deslizarme por la blancas laderas de Suiza. Quiero jugar a la consola con un amigo y saltar de alegría al ganar. Quiero ver esa serie que nunca terminé e ir al cine a descubrir una luz que enceguezca por momentos mi vida. Quiero jugar léntamente al ajedrez y observar como crecen las plantas. Quiero que me acaricen la mejilla y cerrar los ojos en su regazo.

¿En que momento transmutamos la candidez en mera existencia?

domingo, 20 de febrero de 2011

El chico de la camiseta


Anoche salí con Jasper y sus amigos por tercera vez. Estuve dudando hasta el último minuto porque el tiempo no acompañaba, pero las ganas de salir se impusieron a mi pereza habitual.

Esta vez sólo fuimos cuatro los que acudimos al bar, pero fue suficiente para mantener una conversación animada que más tarde nos trasladó a otro pub donde la música me terminó de despertar totalmente. Cuando era joven nunca me gustó demasiado bailar. No sé si es que era timidez, vergüenza o falta de coordinación, pero la mayor parte de la veces no bailaba y buscaba cualquier excusa para dejar la pista y refugiarme en la seguridad de la barra. Ahora me pasa al revés. En cuanto noto los bajos vibrar dentro de mi, un hormigueo me recorre y tengo ganas de empezar a moverme. Sigo bailando igual de mal que cuando era joven, pero quizá ahora ya no tengo esa necesidad de huir de mi vergüenza y me dejo llevar. Dentro de unos límites, claro.

Mientras me movía al ritmo de la música miraba de reojo a un grupo de cinco chavales que a duras penas llegarían a la mayoría de edad y que se apretujaban contra mi sin ser conscientes de mi presencia. Con sus móviles de última generación se sacaban fotos una y otra vez, y su risa tras ver el resultado se sobreponía a la música. En la barra unos camareros sacados de un concurso de culturismo vendían sueños libidinosos en vasos largos. Me acerqué a pedir unas copas y me fijé en un chico de unos veinticinco años que se apartó un poco para que pudiera acceder a la barra. Era bastante guapo y se movía al ritmo de la música musitando las letras de las canciones. Me extrañó que estuviese solo pero pensé que su novio se habría ido al servicio y regresé junto a Jasper con las copas.

Estuve bailando y bebiendo mientras miraba a los chicos del local. Los chavalines junto a mi parecían ser una única persona. Se movían al unísono y se mantenían en contacto permanente, bailando abrazados como si tuvieran miedo de quedar aislados si en algún momento si se separaban un segundo. A ratos miraba de nuevo a la barra y el chico solitario seguía sin hablar con nadie. Me vino a la mente la imagen de mi mismo antes del verano pasado cuando salí solo y no conocía a nadie. Estaba justo en el mismo lugar en el que estuve yo.

Yo lo miraba sin que él se diera cuenta y pensaba si debía acercarme a decirle algo. Hace muchos años que no me acerco a un desconocido en un bar con intención de entablar conversación. Nunca he sido muy bueno en eso y generalmente prefería que se me acercaran a mi a dar yo el paso. Mientras lo pensaba apuró su cerveza de un trago y se dirigió a la salida. Lo seguí con la vista y pensé que una vez más mi indecisión me había hecho perder una oportunidad.

Media hora más tarde nos fuimos a otro pub donde poco a poco todo el mundo acaba yendo a bailar. Hacia las tres de la mañana Jasper y otro de sus amigos decidieron que era suficiente y se fueron a casa a dormir. Cinco minutos después, el último que quedaba me dijo que se iba a otro bar donde tenían un cuarto oscuro y me preguntó si quería ir. Le sonreí, le respondí que no y se fue. Nunca he estado en un cuarto oscuro. No me llama mucho la atención lo que he leído sobre ellos. Aunque quizá lo que realmente ocurre es que tenga un poco de miedo a la experiencia.

Seguí el ritmo de la música mientras observaba a los más jóvenes bailar como si les fuese la vida en ello, encaramados en los estrados y exhibiéndose ante una concurrencia cada vez más apretada. Viéndolos pensaba en como han cambiado aquellos castos bailes de mi juventud hasta estos movimientos sugerentes y eróticos. Sonreí y brindé al aire por permitirme disfrutarlos.

De repente entre la masa de gente divisé al chico de la barra del bar anterior. Parecía que seguía solo y seguía bailando mientras cantaba ensimismado en su propio mundo. Las canciones se sucedían y yo le seguía mirando esperando a ver si le veía hablar con alguien. Y empecé a pensar de nuevo en acercarme.

Como siempre, dudaba. Pero recordé lo que sentí cuando le vi irse del otro bar perdiendo mi oportunidad, apuré mi cerveza y me acerqué. Cuando llegué me daba la espalda y le puse la mano en el hombro. Se volvió y le dije que le había visto toda la noche solo y que si era la primera vez que iba por allí. Sonrió y me respondió que no, que había ido muchas veces, que tenía amigos y que no me preocupara.

No pude decirle más. Con una sonrisa de circunstancias y el corazón en un puño me retiré a mi rincón y me pedí otra cerveza. Ha sido mi primer acercamiento a un chico en un bar. Y fue un completo fracaso. Pero esta mañana pensando en ello creo que da igual que lo fuera o no. Lo verdaderamente importante es que por fin me he atrevido a hacerlo. Y que quizá en el futuro lo vuelva a hacer.

lunes, 14 de febrero de 2011

Ética y privacidad


La semana pasada publiqué una entrada dedicada a un chico que conocí en Saigon. Un anónimo comentarista me recriminó que encabezase el texto con una foto de él. Su inclusión no fue fruto del azar ni de la imprevisión del momento, sino de una decisión tomada tras mucho tiempo de reflexión.

Cuando regresé de Vietnam y Camboya pensé que quería contar su historia. Nuestra historia. Y lo primero que se me ocurrió es que me gustaría que lo vierais para que pudierais entender un poco más lo que viví. Y para eso debía publicar su foto.

Pero me entró la duda sobre si era éticamente correcto hacerlo o no. Elegí publicar la historia de Xiao porque no había demasiado problema, ya que sigo en contacto con él por messenger y se lo pude consultar, pero hay otras historias y otras personas de las que me gustaría hablaros y a las que no puedo preguntar. ¿Tengo derecho a hacerlo por ser parte de mi vida o debo respetar su privacidad y sin su permiso expreso no publicar su foto?

Durante dos meses he pensado sobre ello e incluso a alguno os lo he comentado por correo. Y mis pensamientos me han llevado por distintos razonamientos. Permitidme que os explique:

Lo primero en lo que pensé fue que si fuera una persona anónima a la que hubiese tomado una foto y utilizado para ilustrar el texto a nadie le importaría. De hecho la mayoría de mis textos están ilustrados así. Luego si no dijese que era él nadie debería quejarse, pues se trataría simplemente de un desconocido. Si observáis mi texto, en ningún momento hago referencia a que el chico de la foto es Xiao. Aunque lo es.

A continuación pensé en que si contase la historia de un conductor de Rickshaw y publicase su foto tampoco a nadie le parecería mal. Internet está llena de historias de gente que ha conocido gente. Y los primeros que lo hacen son los reporteros. ¿Acaso un periodista por tener un título tiene derecho a contar historias sobre personas y los demás no? Evidentemente no. Y conté la historia de Dien en el post "Saigon" ilustrándolo con su foto.

Luego el problema se podía circunscribir a que una parte de la historia tenía contenido sexual. No era mi intención escribir una entrada sobre un polvo, sino contar una historia sobre una persona con la que compartí catorce horas maravillosas en las que efectivamente había sexo, pero en las que también hubo risas, conversaciones, una cena divertida, bromas, un paseo al anochecer por la ciudad y sobre todo mucha, mucha complicidad. No sé si lo logré.

El sexo es tabú hoy en día y aunque la mayoría de la gente consume porno, les da pudor hablar de su propia sexualidad. Yo no soy quien para oponerme a los sentimientos de cada uno y menos para dar clases de moral, así que admito que hablar de ello o exponer públicamente la foto de un persona que haya tenido sexo conmigo sin su permiso puede violentar su privacidad.

Pensé entonces que los pocos lectores de este blog eran probablemente de habla española. Casi todas mis visitas provienen del continente americano y de España. Un porcentaje menor de Europa (supongo que de hispanohablantes afincados), y un surtido de visitas del resto del mundo que probablemente lleguen por error a través de las fotos. Luego si escribiese una entrada sobre un chico de Madrid, Buenos Aires, Lima o México DF, alguno de mis lectores podría conocerle o encontrarle y hacerle sentir incomodo.

¿Pero que ocurre si cuento la historia de un chico de Vietnam, Camboya, Kenia, Kazajistan o cualquier país de habla no hispana? La probabilidad de que alguno de mis lectores alguna vez se encuentren con este chico es remota, por no decir que fuera de los límites de la probabilidad.

¿Puedo entonces contar su historia? Mi conclusión es que sí, que el supuesto daño que le pueda hacer el contar "nuestra" historia aquí, incluso publicando su foto, es menor incluso que el daño que provocan los rumores que corren habitualmente entre los compañeros de trabajo.

Pero igual estoy equivocado. Eso os lo dejo decidir a vosotros.

jueves, 10 de febrero de 2011

Secretos y confesiones


Andaba yo últimamente un poco aislado del mundo, perdido en mis pensamientos, meditando sobre mi vida e intentando vivirla lo mejor que puedo, que incluso deje de leer los blogs durante un tiempo para poder concentrar mis energías en otros temas más acuciantes. Y al retomar las lecturas atrasadas me he topado con un meme que recorre esta parte de la blogosfera como una onda sísmica.

Los siete secretos se llama. Como aquellos personajes de Enid Blyton cuyos libros devoraba cuando era niño y que luego clonó en series similares (y que yo seguí devorando inasequible al desaliento). Siete secretos, como los misterios clásicos del hermetismo tradicional. Y es que es eso lo que nos pide el meme, que revelemos siete secretos de nuestra vida.

¿Y por qué siete os preguntaréis? Pues porque constituyen la Héptada pitagórica y el que la alcanza conoce el misterio de la vida terrena. O porque el que lo creó sólo tiene siete dedos y no puede contar más. Que todo puede ser.

En cualquier caso y a pesar de que mis secretos me gusta revelarlos con cuentagotas, no voy a hacerle un feo a Thiago, que es quien me ha premiado. Así que allá voy.

1.- Mi casa está llena de libros. Y la gente se los suele quedar mirando la primera vez que vienen. Pero de lo que se sorprenden enormemente es que la gran mayoría son de Ciencia Ficción. En los años 70 y 80 eran muy escasos, así que los buscaba en tiendas de segunda mano y los compraba con mi escaso dinero. Sin embargo la literatura contemporanea y los clásicos los sacaba de la biblioteca y no tengo casi ninguno. Los que vienen ahora de mi edad me miran y piensan que soy un friki. Yo les sonrío.

2.- Estando en segundo de bachillerato (15-16 años para los de fuera) nos mandaron un trabajo de filosofía. Había que comentar un texto de Sartre y yo olvidé hacerlo. Al llegar a clase nos dieron quince minutos para repasarlo y yo, a toda prisa para tener algo que entregar, escribí lo primero que se me ocurrió, mezclando conceptos de antropología sacados de las novelas de Sandokan, ideas políticas de la actualidad de esos días y unas cuantas divagaciones sobre una película de Dreyer que acaba de ver en la filmoteca. Dos días más tarde la profesora me hizo salir a la pizarra a leer mi trabajo porque dijo que era lo mejor que había leído en años. Sólo dos compañeros sabían la verdad y no podían contener la risa. A ellos los expulsaron de clase y a mi me supuso una matrícula de honor. Nunca se enteró de la verdad.

3.-  Con seis años odiaba el tomate. Y mi madre me daba ensalada casi todos los días para comer. Cuando ella no miraba yo lo metía en un pequeña bolsa y lo tiraba por la ventana al patio interior. Yo me felicitaba por mi astucia y repetí la jugada durante casi cuatro meses. Lo que le costó al dueño del patio localizarme y subir a hablar con mis padres. Aún recuerdo la bronca. Y el castigo.

4.- Puedo bloquear el olfato a voluntad. Si detecto un mal olor simplemente cierro las fosas nasales y dejo de oler. Yo pensaba que lo podía hacer todo el mundo hasta que hace poco descubrí que nadie más puede hacerlo, que soy un bicho raro. Lo seré, pero es muy práctico.

5.- Con 17 años le vomité a un cura encima. En mitad de misa. Estabamos en un albergue de montaña religioso con misa diaria antes de cenar. Esa tarde salimos de copas y yo bebí sin parar hasta coger una borrachera impresionante. No me tenía casi en pie pero tenía que asistir a la misa para que no me pillaran. El calor hizo que me mareara y cuando el cura se paró delante mío le vomité todo encima. Justo cuando me iba a dar la comunión.

6.- Con 25 años un grupo de cinco amigos fundamos una revista de juegos de rol y estrategia que se distribuyó por toda España. Yo era el Redactor Jefe y me encargaba de seleccionar los contenidos. La revista fue un éxito y llegamos a vender 10000 ejemplares mensuales en más de 200 tiendas especializadas de toda España. Un éxito impresionante, pues las dos que existían en ese momento en el mercado estaban hechas por periodistas profesionales y vendían poco más que nosotros. Pero pecamos de ingenuos y morimos de éxito. Las tiendas nos dieron largas y no nos pagaban. Al septimo número nos quedamos sin dinero y tuvimos que cerrar. A pesar de tener unos beneficios que quintuplicaban los costes. Nunca cobramos. Pero mis estudios se resintieron mucho. Mis padres nunca supieron la causa.

7.- Con 14 años falsifiqué un examen. En una asignatura que se llamaba Comercio nos hacían exámenes sorpresa de vez en cuando para evitar que la gente no fuera a clase. Si al final de la evaluación no tenías un mínimo de exámenes realizados y aprobados no podías presentarte al examen final y suspendías automáticamente. Cuando quince días antes leyó la lista de los que no podían presentarse me quedé helado. Yo había hecho todos los exámenes pero el había perdido alguno. Los revisé con él y me fijé en la fecha del que le faltaba. Le dije que lo tenía en casa. Conseguí el de otro compañero para conseguir las preguntas y estudié sus números para puntuar el mío. El seis era el número más fácil de imitar. Estuve dos días haciendo seises hasta lograr hacerlo parecido. Lo hice en una cuartilla en blanco y cuando estuve conforme rellené el resto del examen ajustándolo a la nota. Tenía de media un nueve en los demás. Perdí mi media pero salvé la asignatura. Mis amigos estaban asombrados. Ni mis padres ni los profesores se enteraron nunca.

Estos han sido mis siete secretos. No es que sean nada espectaculares pero espero que al menos alguna sonrisa si que os hagan aflorar.

Y dicen las normas que hay que pasárselo a otros blogueros. Pero como mucha gente ya lo hecho me lo ponéis dificil. Los elegidos son:

- Eline de Pimboletin
- Didac Valmon de El sitio de mi recreo
- Bo Tare de El borrador de Bo Tare
- JL de Cuentos Milesios
- Juancito de Crónicas de un Menduco Gay
- Alforte de Mulholland World
- Tatojimmy de y...vuelven mis dedos a volar sobre el teclado

... que son también siete.

Espero vuestros secretos y que no me odiéis mucho por ello.

lunes, 7 de febrero de 2011

Xiao Hung


Cuando me conecté de nuevo a internet nada más llegar al hotel y descubrí que tenía setenta mensajes en la bandeja de entrada me quedé desconcertado.

Yo sólo me había conectado para pasar el rato y en ningún momento se me había pasado por la cabeza la idea de quedar con nadie. Los fui leyendo uno a uno y mirando sus fotos. Había algunos muy guapos y otros muy divertidos, unos cuantos mensajes obscenos y hasta algún europeo que se había afincado en Saigón. No sabía que hacer.

Nunca había quedado con nadie de otro país. En realidad sólo una vez he quedado con alguien de fuera de mi ciudad, con Flavio, pero no había intencionalidad sexual en nuestro encuentro. Y ahora evidentemente si iba a existir.

Dudaba si dar el paso. Mi inglés es bastante malo y me sirve para sobrevivir pero no para largas conversaciones. Si quedaba con alguien ¿de qué iba a hablar? Y aunque estaba claro que la conversación no iba a ser lo más importante, tampoco quería que fuese una sesión de sexo de quince minutos seguida de una despedida lacónica.

Tenía también un poco de miedo. Me encontraba en un país extranjero, con normas y costumbres extrañas para mi y no sabía como comportarme. ¿Quedar en mi hotel quedando expuesto a ser localizado fácilmente o quedar en otro lugar e ir a su casa con el riesgo de quedar atrapado en un sitio extraño? ¿Debía llevar algo o se encargaría él de todo? Dudas y miedos.

Respiré profundamente y decidí que era una experiencia nueva que debía vivir. Un paso más en la normalización de mi vida. Una puerta nueva que debía cruzar para alejar mis fantasmas. Y me puse a responder a varios de ellos.

Escogí a media docena que se habían molestado en escribir algo más que un saludo o una proposición procaz y que por sus fotos me resultasen agradables a la vista. Una hora después me habían respondido dos de ellos. Sólo tenía dos días más en Saigón y además estaba haciendo turismo, así que les respondí que "a lo mejor" podíamos quedar al día siguiente a partir de las cinco de la tarde, dependiendo de cuando volviesé al hotel. Los dos me dijeron que perfecto, me dieron sus móviles y quedaron en que esperarían mi llamada.

El día siguiente transcurrió muy rápido y regresé al hotel para estar a las cinco en punto. Me conecté y ahí estaban los dos. Esperando. Tenía que decidirme y escogí a Hung.

Le mandé un mensaje y al final quedamos en mi habítación del hotel. Estaba prohibido recibir visitas en las habitaciones pero prefería esa opción a irme con un desconocido por ahí. Me dijo que estaba trabajando y que creía que tardaría una media hora. Recogí todo y tras ordenar un poco mis cosas entré a darme una ducha relajante. Y llamaron a la puerta. Salí de la ducha chorreando, me puse una toalla, abrí la puerta y ahí estaba él. No habían pasado ni quince minutos.

Vestía con el uniforme de trabajo de las empresas vietnamitas. Pantalones negros, camisa blanca y un portátil en su mano derecha. Me sonrió desde la puerta y le hice pasar. Me disculpé por recibirle así y con un gesto pícaro me dijo que le habían recibido de formas mucho peores. Dejó su portatil en una esquina y apoyado en el quicio de la puerta del baño me observó mientras yo me secaba. Me sentí como Mrs Robinson frente a un Dustin Hoffman oriental.

Vestido solamente con mi toalla me senté en la cama y se sentó a mi lado. Empezamos a hablar mientras nos recorríamos con la vista y pronto sus palabras me las susuraba al oido. Le desabroché la camisa y seguí con mis manos su torso delgado. Sus labios buscaron los míos y sus manos recorrieron mi cuerpo. Rodamos sobre la cama y perdí mi toalla en el fondo de sus ojos.

Entre susurros me preguntó si tenía preservativos y lubricante. Me acordé entonces cuando en mi casa pensé en cogerlo y lo deseché pensando que era un peso inutil. Me dijo que no me preocupara, que compraríamos de camino. Y tras unos besos más salimos a cenar.

Paseando por la calle me acarició la palma haciendo el gesto de darme la mano. Yo se la cogí y él, con un gesto de niño travieso, me la soltó y me dijo que estabamos en Saigón y no en España. Me llevó al restaurante Quan An Ngon, un lugar al que yo ya le tenía echado el ojo y que pensaba ir al día siguiente. Una gran fila de gente esperaba en la puerta para entrar, pero nos dirigimos directamente al portero de la entrada que se apartó a un lado y nos dejó pasar. Aún no sé si fue porque le conocían a él o porque yo era occidental, pero un camarero nos acompañó a una mesa en la terraza superior donde pedimos un Hot Pot de marisco exquisito. Fue una velada divertida en la que comentamos alternativamente los chicos que veíamos y que nos gustaban. El se volvía loco por los maduros caucásicos y yo por los jovenes vietnamitas. Tuve yo más suerte. Empezando por los camareros.

Cuando terminamos de cenar nos dirigimos a un centro comercial a comprar lubricante pero no encontramos. Fuimos a todas las tiendas que conocía pero no había en ninguna, y las farmacias estaban cerradas. Mientras regresábamos al hotel me dio la mano de nuevo y cuando se la cogí me la volvió a soltar divertido y riéndose de mi. Le gustaba jugar y provocarme. Y lo hacía bien.

Ya en el hotel encendió su portatil y se conectó a internet. Y sí, en Saigón existe una empresa de telelubricante. Tienen todo lo que puedas necesitar y te lo traen en menos de media hora. Eso es civilización. Por discreción quedó con el mensajero en una calle cercana y una vez cumplida su misión se presentó de nuevo en la habitación con una sonrisa juguetona y unos ojos irreverentes.

Disfrutamos de más de una hora de caricias y besos. De miradas y sonrisas cómplices. De masajes y sensaciones. Y por fin hicimos el amor lentamente hasta quedar extenuados. Le invité a quedarse a dormir y tras besarme nos fundimos en un abrazo perfecto.

Sobre las dos de la mañana me desperté para descubrir que sus manos me acariciaban mientras dormía. Le dejé hacer mientras mi cuerpo temblaba de placer. Nos besamos de nuevo suavemente y disfrutamos hasta caer dormidos.

El despertador nos sorprendió a las siete de la mañana todavía abrazados. Hung tenía que ir a trabajar en un par de horas y con su sonrisa traviesa me dijo que teníamos tiempo de hacer que no olvidásemos esa noche nunca. Rodé encima de él y le dije que esa noche nunca la olvidaría. Se rió y empezamos de nuevo.

Me despedí de él en mitad de la calle tras compartir un Pho en un bar en el que yo era el único occidental al que todos miraban. Me acarició la mano y se fue, vestido con su pantalón negro y su camisa blanca. Y su portatil.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Una noche de sorpresas


En mi incesante búsqueda de nuevos amigos conocí a Jasper a principios de diciembre, durante el puente de la Constitución. No sé si porque todavía tengo ganas de hacer cosas que los de cuarenta ya no hacen o porque tengo un comportamiento infantil impropio de mi edad, pero generalmente me siento más cómodo con gente más joven que yo. Y Jasper tenía 47 años, cinco más que yo.

Me pareció simpático y estuvimos un par de días hablando por messenger. Me propuso quedar un día y después de dudar un momento acepté quedar un sábado por la mañana en un café. Estuvimos charlando un par de horas y me hizo todo tipo de preguntas sobre mi. Yo no oculto que soy un gay tardío y eso a la gente le suele llamar la atención.

La mañana se alargó y cambiando de bares seguimos hablando hasta la hora de comer. Nos intercambiamos los teléfonos y nos despedimos. Al caer la tarde me llamó y me dijo que le gustaría que nos viésemos un rato más. En mi casa. Dudé. Dudé mucho. Porque como digo es mayor para lo que me suele gustar. Pero pensé que igual me estaba perdiendo algo con mis prejuicios y que debía probar. Siempre estaba a tiempo de decir que no.

Apareció en mi casa una hora más tarde y se quedó a cenar. Una botella de buen vino amenizó la conversación. Y poco a poco nos relajamos hasta trasladarnos al dormitorio.

Nos despedimos a la mañana siguiente.

El martes me llamó y me dijo que le gustaría quedar otra vez. Para charlar únicamente. Le dije que sí y vino a mi casa después de comer. Pero además de charlar acabamos de nuevo en el dormitorio. Allí tumbados, mientras me abrazaba, me propusó vernos más a menudo. Y yo le dije que no.

Me quedé esperando su reacción pero se lo tomó bien. Le explique que lo sentía y que lo había intentado, que no era que él hubiese hecho nada mal sino que mis gustos apuntaban a gente más joven. Se fue antes de anochecer y quedamos en seguir hablando por messenger.

Pasaron los días y las semanas y no volvimos a hablar. Pensé que a pesar de no demostrarlo mi rechazo le había dolido y no quería saber más de mi.

Este sábado pasado, casi dos meses después, estaba como todos mis fines de semana últimamente. Aburrido en casa y sin amigos para salir. Le vi que se conectaba al messenger y como siempre no le dije nada. Pero esta vez fue él quien inició la conversación. Me preguntó que si no salía y le dije la verdad, que no tenía amigos para salir. Me ofreció entonces salir con sus amigos y le dije que sí.

Quedamos a las 00.30 en un bar de ambiente con una media de edad de treinta para arriba. Jasper Llegaba tarde y yo me sentía un poco raro allí. Era el único que estaba solo y notaba que algunos me miraban. No puedo decir si con interés, curiosidad o sorpresa. Supongo que al ser un desconocido en el ambiente llamaba la atención. Cuando al fin llegó, con un par de amigos, yo ya llevaba dos cervezas. Nos sentamos al fondo, con otros amigos suyos que llevaban allí desde que yo entré, pero que al no conocerlos no había podido acercarme.

Jasper me los presentó a todos pero yo me sentía un poco violento. Intenté integrarme un poco en la conversación con algún comentario escueto, para no estar callado todo el rato. Y poco a poco empecé a hablar con alguno de la mesa. Algunos se fueron yendo y otros nuevos llegaron y se sentaron.  Uno de ellos me sonaba y no sabía de qué. Y mientras lo pensaba él tomó la iniciativa y me dijo que me conocía pero tampoco recordaba de donde. Tras intercambiar unos datos descubrimos que fuimos compañeros del colegio aunque de diferentes clases. Me quedé impactado porque era la primera persona de mi juventud de la que sabía que era gay.

Estuvimos hablando un rato y me contó que él vivía ahora en Madrid y que tenía pareja desde hacía ocho años. Sólo está aquí circustancialmente, por asuntos de familia. Me habló de como asumió su homosexualidad con 21 años, mientras estudiaba la carrera, y lo mal que lo pasó en aquel momento. Yo le conté como era un recién llegado, aunque no le di muchos datos sobre mi estado anímico.

Seguimos hablando algún rato, intercambiando recuerdos y anécdotas. Y me habló de otro compañero de curso que ahora estaba de drag en Ibiza. Con él ya eramos tres los gays de aquella generación. Me sentí raro en ese momento. Por un lado mi corazón palpitaba de alegría por saber que no era el único, y por otro sentía como si una mano lo estrujara por ver que ellos pudieron ver su sexualidad y admitirla y yo no.

Y de repente me habló de un cuarto gay de aquel curso. Y me dió su nombre. Se me abrió la boca y me quedé conmocionado porque fue un gran amigo mío. Compañero de pupitre durante años. Los dos fuimos los pilares del equipo de atletismo del colegio y compartimos vestuario, entrenamientos y competiciones durante casi seis años. Los dos dimos el salto a un equipo profesional y sólo la universidad nos separó. La última vez que le ví, hará unos diez años, estaba en Mexico DF trabajando para una multinacional sueca.

¿Lo sabía entonces? ¿Lo tenía claro y lo ocultó? ¿Lo descubrió más adelante? No he parado de preguntarme desde entonces que habría ocurrido con mi vida si lo hubiese sabido. ¿Habría aceptado entonces que yo también lo era o me habría asustado y rechazado su amistad? Tantas preguntas y ninguna respuesta.

La noche continuó de bar en bar y yo la disfruté como hacía mucho tiempo que no lo hacía. Regresé a casa feliz. Feliz por descubrir que no fui el único. Y feliz porque la invitación de Jasper me había abierto un mundo nuevo. ¿Será por fin éste el grupo de amigos que llevo buscando un año? Ojalá.

Pero aunque no lo sea ha sido una noche inolvidable.