miércoles, 12 de junio de 2013

Promiscuidad


A finales de este mes de junio voy a tener que ir a Madrid por trabajo. Da la casualidad de que la siguiente semana se celebra el Orgullo Gay y ya pensaba ir con Tony a disfrutar de esos días de fiesta, así que me estoy planteando quedarme también el fin de semana intermedio y conocer un poco ese mítico barrio de Chueca en un fin de semana normal.

Como Tony no llegará hasta el siguiente martes, eso significa que estaré solo y con tiempo libre durante unos nueve días. Podré pasear sin rumbo, descubrir rincones de Madrid ocultos para mi, tal vez descalzarme al sol en un parque al atardecer, sentarme en una terraza con una cerveza a ver pasar la gente, disfrutar de la belleza y alegría de una juventud ajena a mis miradas. O que quizás no sea tan ajena...

Porque la idea de quedar con alguien que alegre mis días por allí también también ha pasado por mi cabeza. Y la siguiente pregunta es ¿con uno? ¿con dos? ¿con más? ¿con cuántos? Eso me ha llevado a meditar sobre la promiscuidad gay en general y sobre la mía en particular.

Cuando yo era joven no fui nada promiscuo. Eran los 80 y la moral católica imperante no fomentaba ese tipo de comportamiento. El sexo era para el matrimonio exclusivamente y las chicas se resistían a dar el paso para no ser tildadas de "fáciles". Sumado a mi natural timidez y mi aún no descubierta orientación sexual que me hizo creer que tenía falta de apetito carnal, pasé por esa etapa de mi vida sin pena ni gloria.

Ahora tengo 45 años, soy gay y he descubierto un mundo que hasta hace poco estaba vedado para mi. Pero es un mundo sorprendentemente lleno de posibilidades. Si quisiera podría tener un hombre en mi cama cada noche, pues recibo proposiciones a diario a través del móvil o de la web, pero lo que más me ha sorprendido ha sido que la mayoría de estas ofertas son directas y sin tapujos. Te envían un mensaje preguntando si quieres sexo, preguntando tus gustos en la cama, donde vives y que les envíes fotos para que evalúen si eres merecedor de su atención. Como en un mercado. Sin un "hola", sin conversación previa, sin importarles ni siquiera como te llamas. No es que me parezca mal, tienen las ideas claras y los objetivos definidos. Y se lanzan sobre ellos. Pero yo no soy así.

No busco el amor en un encuentro sexual, esos días pasaron ya para mi, pero sí me gusta que más allá del envoltorio carnal haya algo más que la idea de un polvo rápido. Me gusta disfrutar de una persona antes, durante y después del sexo. Sentirme a gusto más allá del mero acto lúbrico. Y eso me lleva a rechazar la mayoría de propuestas. ¿Me convierte eso en poco promiscuo? Eso es extraño, porque medido con los estándares de mi juventud ahora yo lo sería, pero con las pautas actuales es posible que no lo sea.

Otro factor que me viene a la cabeza al pensar sobre mi promiscuidad o no es la edad. Normalmente se asocia el exceso de testosterona y apetito sexual con la juventud, y si me comparo con un chaval de veinte años es probable que me consideren un monje, mientras que para la media de mi edad igual piensan que soy un afortunado por mi vida sexual. Muchas de las proposiciones que recibo son de gente que ha sobrepasado su cuarta década como yo, lo que me llevaría a pensar que esta franja de edad mantiene una vida sexual muy activa, pero el mero requerimiento no significa que lo consigan, y por supuesto no es una pregunta que les suelo hacer cuando conversamos. Y los jóvenes con los que suelo quedar no me sirven para calibrar mi situación.

Así que sigo con la duda, ¿soy o no soy promiscuo?