domingo, 29 de agosto de 2010

Auschwitz



Llegué a Auschwitz un día de verano hace ya siete años procedente de Cracovia. No era la primera vez que visitaba un campo de concentración. Estuve antes en Theresienstadt (ahora Terezin), en la República Checa, pero aquel era la cara amable que los Nazis enseñaban a la Cruz Roja. Auschwitz es diferente. Es el centro del horror mitificado por cientos de películas y documentales. Es la obra cumbre de la locura Nazionalsocialista.

Entonces no había GPS y conduje por pequeñas carreteras camino del pequeño pueblo polaco de Oswiecim. El mapa que llevaba era bastante genérico y me sorprendió que prácticamente no había señales para llegar hasta allí. Es como si quisieran ocultar lo que ocurrió.

Y de repente lo vi. La visión que tantas veces había contemplado en las películas me impacto. Arbeit macht frei. El trabajo os hará libres. Sobre la puerta de entrada el cartel recibía a los nuevos prisioneros. Un acto de cinismo inconmensurable.

Un escalofrío me sacudió cuando pasé por debajo sin poder apartar la mirada de él. Cerré los ojos y escuché imaginando que habrían sentido los que atravesaron antes por esa puerta. Oí los pájaros y el viento entre las ramas. Pero a ellos les gritaban y les disparaban con cualquier excusa. Pude sentir el aire pero no el miedo.

Paseé por entre edificios de ladrillo rojo flanqueados de esbeltos árboles. Entré dentro de ellos y observé las habitaciónes. Me sorprendió porque no era lo que imaginaba. Pero antes no era así. Los árboles no existían y las aceras actuales eran lodazales en los que los prisioneros, a veces descalzos, tenían que formar durante horas interminables. Todo rodeado por alambradas electríficadas, campos minados y algunas torres de vigilancia que controlaban las calles con ametralladoras.

Los edificios son ahora pequeños museos donde se pueden ver diversos aspectos del campo y de la vida en él. En uno de ellos las fotos de cientos de prisioneros cuelgan de las paredes. Los Nazis fueron muy eficientes burócratas y al principio fotografiaron a todos los prisioneros para sus archivos. Pero pronto la cantidad que llegaba les desbordó y sustituyeron la foto por un número grabado al rojo vivo en el antebrazo. Los marcaban como reses.

En otro las salas estaban llenas de objetos que les quitaban a los prisioneros. Zapatos, gafas, maletas, pantalones... incluso prótesis. La cantidad de objetos acumulados llega a abrumar y hace una idea de la brutal eficiencia que llegaron a alcanzar.

Visité el barracón donde se torturaba a los prisioneros. Es el único que no tiene ventanas para que sus chillidos no se oyesen desde fuera. A veces les ataban las manos a la espalda y los colgaban del techo hasta que sus hombros se desencajaban. Otras los metían en celdas de un metro cuadrado y metro y medio de alto. No podían ni estar de pie ni sentarse. Me quedé observando las celdas y me introduje en una de ellas. No pude estar ni un par de minutos antes de necesitar salir de allí. Y ellos estaban durante días. Se me revolvió el estómago.

Una chimenea me indicó donde estaban los crematorios. Pero una vez más mi sorpresa fue en aumento. Sólo había cuatro hornos. ¿Y con sólo esto habían acabado con dos millones de personas? Evidentemente no. No podía ser. Y descubrí que Auschwitz no es sólo un campo, sino tres. En el que estaba, Auschwitz I, se recibía a los prisoneros de guerra soviéticos, a los intelectuales polacos y a los homosexuales. Era también la sede administrativa del complejo. Otro de los campos se llamaba Monowitz y era una fábrica donde se producía combustible y caucho. Allí sobrevivió el escritor Primo Levi.

Pero el más importante era el segundo. Auschwitz-Birkenau, a unos tres kilometros. Cogí el coche y me dirigí hacia allí.

PD: Esta primera entrada de dos se la dedico a Bimbi, para que se anime a escribir de nuevo.

jueves, 26 de agosto de 2010

De nuevo


Hacía años que no sentía esa ilusión dentro de mí y nada más llegar mis ojos iban de un sitio a otro como queriendo abarcar cada centímetro del lugar de un único vistazo. Algunos árboles me impedían ver amplios sectores, pero mi mirada excitada intentaba atravesar las hojas para alcanzar lo que entre ellas se vislumbraba.

Avanzamos lentamente entre los obstáculos y vi un escena que recordaba de tiempos pasados. Me emocioné al reconocer las sinuosas líneas de colores que serpenteaban entre la floresta. Intenté seguirlas con la vista pero de repente desaparecían abruptamente para reaparecer un poco más allá. Y sonreí.

Me imaginé en lo alto, con el viento en mi espalda y los ojos brillantes. Pero me imaginé más joven. En realidad fue un recuerdo el que invadió mi mente sin previo aviso y que tiñó el momento de un punto de nostalgia por la juventud perdida. Y respiré.

El mar estaba cerca y la brisa acercaba su profundidad a mi garganta. Aspiré lentamente, disfrutando cada bocanada. Mis aletas nasales se movían al compás del viento navegando entre los olores. De repente la sal inundó mis pulmones. Y saboreé.
 
Era un sabor a sal y pino que recordaba asociado a días de risas y carreras. A niñez y caramelos. A inocencia repleta de vida. Y sentí.

Sentí como el niño, que durante años respiraba aletargado por mi equivocada responsabilidad, se desperezaba y abría de nuevo sus ojos inundados de la luz mediterránea. Y me deslicé.

De nuevo estaba en el parque acuático.

lunes, 23 de agosto de 2010

Ósculos


Siempre que me voy de viaje, ya sea a remotos lugares al otro lado del mundo o cuando me escapo un fin de semana a un pueblecito cercano, intento leer para averiguar y conocer los usos y costumbres de mi destino. Algunas son sorprendentes y otras son ridículas para nuestra mentalidad, pero intento acatarlas. A pesar de ello es imposible descubrirlas todas y muchas veces transgredes las normas de urbanidad locales por ignorancia.

Cuando descubrí/admití que era gay me encontré viajando a un mundo totalmente desconocido para mi. Dediqué mi tiempo a leer muchas webs. Escudriñé hasta el último mensaje de los foros que estaban a mi alcance y leí y leí artículos aparentemente sesudos sobre la homosexualidad. Cada texto me descubría algo nuevo, pero pronto empecé a encontrar escritos contradictorios. Mi inestabilidad emocional aumentó exponencialmente con cada incogruencia porque no sabía a que atenerme.

Después empecé a meterme en páginas de perfiles y pronto los mensajes empezaron a aparecer. La mayor parte murieron sin conversación posterior, pero unos pocos dieron el salto al messenger. Fueron momentos de indecisión y dudas hasta que un día decidí quedar por primera vez con alguien cara a cara. Aquí empecé a descubrir que también existe un código de urbanidad que desconocía y que debía aprender. Porque los gays no se saludan como los heteros. No señor. Se saludan con dos besos.

Esto puede parecer una tontería para alguien que desde joven está acostumbrado a convivir con otros gays. Las conductas aprendidas desde joven se convierten en automáticas de adultos. Y a mi me enseñaron a saludar con dos besos a las mujeres y dando la mano a los hombres. Y puede sonar ridículo pero este doble código al saludar a los hombres dependiendo de su orientación sexual me causa confusión.

Me sale automáticamente alargar la mano cuando me presentan a un hombre. Y más de una vez me he fijado como la miraban con sorpresa y la estrechaban mientras esbozaban una sonrisa mal disimulada. Y otras simplemente provocaban la hilaridad general.

Me siento como un novato perdido al entrar por primera vez en una logia secreta en la que sus miembros se saludan mediante un antiguo y hermético código al que sólo se accede tras unos años de militancia.

¿Cómo lo hacéis vosotros? ¿Saludáis a todos los hombres con dos besos o alternáis las dos formas? ¿Acaso preguntáis a vuestro interlocutor si se acuesta con hombres?

jueves, 19 de agosto de 2010

Accidente


Después de hablar con Stella y Tom acudimos a casa de Nathan donde habíamos quedado para tomar algo, charlar, reir, jugar a las cartas y pasar una buena noche. Me quedé con las ganas de poder hablar con todos sobre la conversación que acaba de tener, pero había familiares de Nathan presentes y no era el momento ni el lugar adecuado.

Durante la conversación surgió la idea de jugar en un campo cercano al "Pitch and Putt", que es como el golf pero en pequeñito, con hoyos de no más de 120 metros. Yo lo había probado hacía un año y me gustó, aunque recuerdo que lo hice muy mal. La mayoría no había jugado nunca. Quedamos temprano, a las nueve de la mañana, para jugar con el frescor matutino antes de que el calor nos agobiase. Calculamos que los 18 hoyos nos costarían un par de horas, más un hora previa con inscripciones y un rato en el campo de entrenamiento. A las doce habríamos terminado para irnos a la playa a reirnos de nuestra torpeza y aguantar las fanfarronadas del ganador.

Mitch comentó que su coche tenía un problema y que había quedado a primera hora en llevarlo al taller en un pueblo cercano para que lo revisaran. Y yo me ofrecí a ir a recogerlo e irnos juntos al campo.

A la mañana siguiente, sobre las ocho y media salí del apartamento vestido con el atuendo más golfista que encontré y me dirigí a buscar a Mitch que ya estaría en el taller explicando los problemas de su coche. Tomé la autovía y me encontré con un tráfico intenso. Aunque yo estaba de vacaciones la gente seguía trabajando y a esas horas la mayoría se dirigía a sus puestos de trabajo.

A medida que me acercaba a las grandes poblaciones el tráfico era mayor y me topé con una docena de camiones circulando uno tras otro, tan juntos como una manada de elefantes. Me puse a adelantarlos y a mitad me percaté de que mi salida estaba próxima. Intenté meterme entre ellos pero no me hicieron sitio, así que aceleré hasta adelantar a todos y llegué justo cuando me tocaba salir. Pasé por delante del primer camión, casi sin visibilidad, y me introduje en el carril de decelaración para encontrarme con que había una retención y estaban todos los coches parados. Frené todo lo que pude hasta que sentí el ABS bajo mi pie, pero fui consciente de que no iba a detener el coche a tiempo.

Mis reflejos entraron en acción y los cursos de conducción y evasión que tomé con la policía hace muchos años se activaron automáticamente. Giré todo lo que pude el coche intentando hacer una maniobra de evasión por su izquierda y casi logré evitarlo, pero mi intermitente delantero derecho impactó contra su aleta trasera izquierda y mi coche salió descontrolado hacia el terraplén. Allí me encontré con un vierteaguas en forma de "V" de más de medio metro de anchura y con bastante profundidad. El coche se precipitó hacia abajo y el morro chocó frontalmente contra el cemento del canal. Todo el parachoques y el frontal saltaron por encima del coche y las dos ruedas delanteras reventaron en una explosión que oí perfectamente a pesar de la velocidad a la que iba.

El coche siguio recto por la inercia que llevaba y empezó a subir el terraplén que rodeaba la autovía. Ante el riesgo de volcar de campana si seguía hacia arriba, contravolanteé hacia la derecha para seguir en paralelo el terraplén y conseguí detener el coche. Todo pasó en menos de dos segundos.

Después del impacto yo había perdido de vista al otro coche, pero desde donde estaba pude ver que prácticamente no se había movido del sitio y que el golpe había sido tan leve que no había llegado a impactar con el coche de delante. Su rueda trasera izquierda estaba salida del eje debido a que el golpe que le dí en la aleta empujó la rueda. Ni su airbag ni el mío saltaron.

Me desabroché el cinturón de seguridad y salí del coche. Me acerque a él y le pregunté si estaba bien. Me respondíó afirmativamente y bajó del suyo. Yo retrocedí un par de metros por si su reacción era violenta, pero al salir dijo autocontrolándose que lo importante era no perder la calma y respiró profundamente.

El camión que yo había adelantado estaba parado en la salida, detrás nuestro y bloqueándola. Recuerdo que le miré a la cara y me hizo un gesto de que nos tomáramos nuestro tiempo. Supongo que fue el que mejor vio el golpe.

Apartamos su coche hacia la cuneta derecha, porque después del golpe había quedado en mitad del calzada bloqueando el tráfico. Prácticamente no se había movido del sitio del impacto a pesar de lo aparatoso de ver su rueda salida. Colocamos los triángulos y nos pusimos los chalecos reflectantes. Le dije que iba a hacer unas llamadas y que luego hablaríamos. Marqué el teléfono de Mitch y le informé de que no iba a poder ir a recogerlo. Le explique donde estaba y a continuación llamé a mi seguro para solicitar una grua y asistencia en carretera. Él mientras tanto llamó a la policia para que se personaran.

Llegaron en menos de cinco minutos. No se si estaban ahí al lado o es que alguien ya les había avisado. Nos preguntaron como estábamos e inquirieron por las causas del accidente. Nada más empezar a explicarles me interrumpió y me dijo: "Vale, no me cuentes más. Entrastes rápido y sin visibilidad y te encontraste la retención". Al ver mi cara de sorprendido me dijo que ahí se produce siempre una retención porque el carril acaba en una rotonda. No me lo dijo pero dio a entender que los accidentes ahí eran bastante frecuente debido a eso.

Saqué la cámara que llevaba en el maletero para hacernos fotos en el campo de golf y me puse a sacar instantáneas de la zona y los daños de los coches. Al verme con la cámara reflex el policía se me acercó y me preguntó si era papparazzi. Me reí y le dije que no, sólo aficionado a la fotografía.

Llegaron mis amigos y les explique un poco como había ocurrido todo. Hicimos los papeles del seguro y nuestras gruas respectivas se llevaron nuestros coches. Fue todo muy civilizado. Le pedí disculpas y él las acepto. Nos dimos nuestros móviles y nos fuimos todos.

Por supuesteo ya no jugamos al "pitch and putt".

El golpe se debió a una serie de casualidades encadenadas. Un grupo de camiones en convoy sin espacio y que impedían la visibilidad. Una rotonda mal construida con un carril de decelaración corto que se llena siempre y produce retenciones. Una hora temprana con intenso tráfico. Pero a pesar de ello el culpable último fui yo.

Yo soy el que tenía que haber tomado más precauciones y haberme pasado la salida si no llegaba a tiempo. Yo soy el que entré con más velocidad de la adecuada. Y yo soy el que no conseguí esquivar el golpe.

Ahora no tengo coche y estoy pendiente del perito para ver si se puede arreglar o no, pero al menos estoy perfectamente y sin un rasguño.



domingo, 15 de agosto de 2010

Estrella de la noche


Hablar con Stella se estaba convirtiendo en un imposible.

Ya no sabía como encontrar el momento. Lo intenté varias veces en la playa, pero siempre estaba rodeada de gente. Unas veces era porque estaba vigilando a sus hijos en el agua, otras hablando con vecinos de toldo y las más charlando con su madre.

Lo intenté en el agua mientras nos dábamos un baño, pero era dar un par de brazadas y los niños se nos acercaban entre gritos de alegría a jugar con nosotros. Pensé en el chiringuito tomando unas cervezas pero las atiborradas mesas llenas de turistas huyendo del sol me impidieron cualquier intento. Decírselo allí sería como participar en un reality playero.

Por las tardes solía salir a pasear en bicicleta o aprovechaba para ir a comprar. Pero siempre acompañada de sus hijos. Y por las noches quedábamos todo el grupo y era imposible encontrar un momento a solas para hablar.

Me estaba consumiendo.

No podía quitarme la idea de la cabeza y los días se acababan. El sufrimiento hacía que no disfrutase de las vacaciones y cada día me iba a la cama más agobiado. Muchas noches me sentaba en la terraza del apartamento cuando regresábamos por la noche y miraba las estrellas un rato mientras la frustración se adueñaba de mi.

Tagore decía que las lágrimas no dejan ver las estrellas pero tuve mucho tiempo para verlas. Y para llorar.

Quedaban sólo cinco días de vacaciones y tomé la decisión de forzar el momento. Le envié un mensaje al móvil con la excusa de que salíamos a cenar todos esa noche y como quien no quiere la cosa le dije que si tenía un rato quedásemos para hablar y contarle unas cosas. Sin niños. Me respondió que no podía y me preguntó que si pasaba algo. Le dije que no y que ya hablaríamos.

Esperaba que esa noche cenando todos, o por la mañana en la playa, me comentase algo y así poder iniciar una conversación. O al menos quedar para hacerlo. Pero no lo hizo. Siempre estuvo rodeada de gente y yo por mis miedos.

Mi nerviosismo me impedia descansar más allá de unas pocas horas y las ojeras pronto empezarían a ser evidentes. 

El martes por la tarde le envié otro mensaje. Esta vez en tono jocoso:

Conseguir hablar contigo es más difícil que obtener una audiencia con un ministro :-)

Ahí empezamos un intercambio de mensajes. Me dijo que no podía quedar esa tarde porque llegaba su marido de vacaciones y de nuevo me preguntó que si me pasaba algo. Yo le dije que no y ella insistió de nuevo. Le respondí que prefería hablar cara a cara y ella se sorprendió por mi secretismo preguntándome que si me iba a meter cura o algo así. Le pedí 15 minutos para hablar y como habíamos quedado a ir a casa de Nathan esa noche acordamos ir paseando juntos hasta allí. Pero su marido Tom vendría también. Ahora me tendría que enfrentar a los dos a la vez pero no estaba en condiciones de rechazar la oportunidad.

Se retrasaron quince minutos y yo daba vueltas por la plaza mirando las ventanas iluminadas de los apartamentos. Pensaba en todos los que habría detras de esas luces disfrutando de sus vacaciones mientras yo me movía aterrado bajo sus balcones.

Cuando por fin aparecieron y yo saludé a Tom, Stella me preguntó sin ambages que cuál era el problema. Le dije que echáramos a andar y me diese un poco de tiempo hasta que llegásemos a una zona más tranquila donde poder hablar. Se avino a ello aunque su impaciencia y desasosiego era palpable. Caminamos léntamente hablando de temas banales hasta alcanzar una zona residencial de chalets. Las calles estaban desiertas y sólo se oía el ruido de los televisores en la noche. Stella se plantó y me miró a los ojos.

Y se lo dije.

Su reacción fue entre el enfado y el alivio. Me dijo que pensaba que estaba enfermo o algo así y que la había preocupado mucho sólo por "eso". Yo temblaba a pesar del calor de la noche y las palabras casi no me salían.

Paseamos por las calles desiertas durante media hora mientras les contaba por encima lo que ha sido este último año y medio para mi. Lo que ocurrió el verano pasado cuando intenté hablar con ellos. El día que hablé con Nathan. De cuando se lo confesé a Mitch después de esquiar y como la Semana Santa había sido el momento escogido para decírselo a Lance y Chase. Hablé de muchas cosas y conseguí por fin un pequeño descanso para mi atormentada mente.

Las estrellas nos observaban desde lo alto. Pero una bajó a escucharme esa noche.

sábado, 7 de agosto de 2010

Resaca


Anoche salí a cenar con algunos de mis amigos a un pequeño pueblo de pescadores que ha crecido desmesuradamente y se está convirtiendo en una localidad más de turismo masificado costero. Una cena agradable, con risas, bromas, discusiones políticas, historias personales y sobre todo buen ambiente.

Después nos fuimos a tomar algo a una conocida localidad costera en la que la noche y la diversión atrae tanta gente como las mañanas de playa a otra generación. Yo por edad estoy entre los madrugadores que se acercan a la orilla y que al contacto con las olas frías dan un paso atras sorprendidos por la temperatura. Pero una pequeña parte de mi cabeza sigue amando las noches locas de mi adolescencia y disfruta del trajín incesante de bares y copas.

Pero anoche la mezcla de vino de rueda, orujo, cócteles de tequila y mango, mojitos y bourbon consiguió que mi falsa fachada de tranquilidad y alegría se derrumbara mostrándo mi verdadera faz de inseguridad y agobio.

Estuvimos hasta las cuatro de la mañana riendo y bailando de bar en bar disfrutando de una noche que nunca iba a acabar. Disfrutaba de cada segundo y mi vista se iba detrás de cada chico que sabía que nunca podría disfrutar. Pero era felíz. Y con cada sonrisa y con cada mirada yo bebía celebrando lo que creía que era un triunfo de mi voluntad. Qué equivocado estaba.

Todos se fueron a dormir menos Lance y yo. Los bares se sucedieron y las copas caían una tras otra, y hacia las seis el alcohol empezo a hacer mella en mi resistencia . Lance se quedo todavía con unos amigos suyos que nos encontramos y yo intenté buscar un taxi para regresar a dormir a mi apartamento. Pero no regresé en taxi. Lance vio un coche patrulla de la policia y como los conocía les pidió que me llevaran a casa. Fueron unos kilómetros de camino en los que iba como un detenido camino de la carcel. Pero de mi propia carcel.

Mientras regresabamos el alcohol estalló dentro de mi. Cuando me dejaron al lado de casa paseé hasta la playa y me senté con la luz del amanecer sobre el horizonte. Y lloré. Lloré por no haber tenido todavía el valor de hablar con Stella. Lloré por haber estado de copas y no haber sido yo mismo. Lloré por el dolor que siento dentro y que se encuentra aletargado bajo una pátina de autocontrol.

Hoy tengo resaca. Resaca de mi.