miércoles, 30 de junio de 2010

El padrino


Hace casi un año, en agosto pasado, mi hermano se acercó a mi y me dijo "Tengo una oferta que no podrás rechazar" y me anunció el nacimiento de su segunda hija. Me preguntó entonces si quería ser el padrino.

En principio, y salvo que la vida de muchas vueltas, no pienso tener hijos. Dicen que a quien Dios no le da hijos el diablo le da sobrinos. Sobrinas en mi caso, que son ya tres niñas. Así que ser padrino de una niña en cada una de las familias de mis hermanos no sólo no me disgusta sino que me hace ilusión.

Pero cuando mi hermano me hizo esta petición él no sabía que yo era gay. Quizá creáis que a veces le doy demasiadas vueltas a las cosas, pero el pensar que si lo supiese a lo mejor no me lo habría ofrecido era una de las cosas que me agobiaban entonces. 

Cuando por fin se lo conté en octubre, el tema lo tenía en la cabeza, aunque no lo saqué en la conversación. Me sentía muy violento y mi ánimo no estaba para afrontar en ese momento una posible negativa o una evasiva.

Dejé pasar el tiempo y mi sobrina nació a finales de marzo. Mi hermano no me decía nada y yo no preguntaba. Parecía la política del ejército norteamericano, el famoso "don´t ask, don´t tell". Al fin, hace un mes, a finales de mayo, mi hermano, en una conversación casual, me recordó que yo era el padrino. El no lo sabe, pero lo que sentí en ese momento fue una sensación indescriptible, entre alivio y orgullo. Alivio por mí. Orgullo por mi hermano.

El bautizo fue este sábado pasado y cumplí mi papel en la ceremonia. Yo no soy religioso. Más bien lo contrario, pero mi hermano y mi cuñada sí lo son. Y si a ellos les hace ilusión ¿quién soy yo para discutírselo?

Después de la ceremonia nos fuimos a comer todos. Fue una comida estilo cóctel, con todo el mundo de pie y charlando mientras servían bandejas con aperitivos. Eso permite ir cambiando de grupo y hablar con gente diferente cada cierto tiempo.  Y en un momento dado estuve hablando con mi hermana sobre ser el padrino, porque también lo soy de su hija. Me dijo que mi sobrina está encantada conmigo, que no sabe la razón, pero que está como loca conmigo y que soy su tío favorito. Pero que está muy preocupada porque no estoy casado. Tiene nueve años y mi hermana no le ha dicho nada. Le pregunté si se lo iba a decir y me respondió que cuando tenga más edad y salga el tema de forma natural. Asentí mientras de fondo oía a mi padre y a uno de mis tíos decir "es que ese sitio está lleno de maricones". No se de que hablaban, pero volvieron a repetir "... de maricones hasta arriba".

Preferí no seguir escuchando. Y es que a veces es mejor no saber para no sentir.

El problema es que sí sé.

domingo, 27 de junio de 2010

Mi hermana


 Hablar con mi hermano fue una eclosión de tensión contenida. Fue como notar la explosión de un volcan nadando en la lava y luego subir y subir por los aires hecho pedazos. Luego, al terminar, todo se va enfriando y en las mejillas quedan las coladas de lágrimas congeladas.

Acudí al trabajo al día siguiente con los ojos enrojecidos por una noche agarrado a la almohada. Mis compañeros al verme rieron y bromearon sobre porqué estaba en ese estado. Yo no tenía fuerzas para hablar y sólo sonreí. Una sonrisa de compromiso, triste y deslucida. Y eso les confirmó aún más sus suposiciones y las bromas continuaron durante toda la mañana.

Mientras intentaba concentrarme al menos un poco en lo que hacía, me llegó un mensaje de mi hermana. Ella es mayor que yo. Me saca cinco años y mucho caracter. Y me preguntaba sobre que quería hablar con ella. Le respondí que de nada importante y ella me pidió que le adelantase algo para ir ganando tiempo.

La conozco y se que nunca hace preguntas casuales. Algo sospechaba. Probablemente no sabía el qué, pero había deducido que si la citaba no era para enseñarle las máscaras venecianas que había comprado. Y me empezó a presionar. Me dijo que igual no podía ir en bastante tiempo para ver si yo aflojaba y le daba alguna pista. Le dije que daba igual, que no había prisa. Después utilizó la vena irónica riéndose de mi secretismo. Y yo le seguí la broma hablando de teorías conspiranóicas y que no podía poner nada por escrito.

Era una batalla dialéctica en la que los dos, con mensajes distendidos, sabíamos que hablabamos de algo diferente a lo que escribíamos. Y jugó la baza de mi sobrina. Me dijo que no tenía con quien dejarla y que se vendría con ella. Total, es mi ahijada y así la veía. Esto era un órdago con todas las de la ley. Ella sabía que si el tema era importante mi sobrina no nos dejaría hablar. Tiene nueve años y no para quieta. Era una prueba para comprobar el nivel de trascendencia de lo que quería decirle. Y lo jugó muy bien. Tuve que decirle que no la trajera con una excusa muy poco creible. Ella había ganado y los dos lo sabíamos. Mi mensaje de cita intrascendente había alcanzado el nivel de declaración inaplazable. Vendría el viernes.

Pasé la semana en un estado de ansiedad incontrolable. Daba igual que ya hubiese hablado con mi hermano y todo hubiese ido bien. Era empezar de nuevo y mi corazón latía a mil cada vez que pensaba en ello. Me sumergí en el trabajo para distraer mi mente y pasé las horas en el gimnasio quemando adrenalina. Y llegó el viernes.

Se presentó a la hora, sin mi sobrina y con una sonrisa. Y me dijo que le enseñase las novedades de mi casa. Sabía que yo necesitaría tiempo para decir lo que fuese que tenía que contarle y me lo dio con la excusa de la visita turística.

Al cabo de media hora nos sentamos en los sofás en la misma posición que lo hicimos mi hermano y yo cuatro días antes. Y me preguntó sin ambages y con un toque de humor por ese tema tan "secreto". Yo empecé a dar los mismos rodeos que la otra vez. Alargué las frases y amagué el tema sin atreverme a decir las palabras fatídicas. Ella sonreía y esperaba paciéntemente. Y al fin lo solté: Soy gay.

Sonrió y me dijo que no pasaba nada, que le parecia perfecto. Que no me preocupase. Me dijo que con tanto secretismo había pensado que estaba enfermo o que tenía algún problema de drogas o que había dejado embarazada a una chica. Pero que fuese gay le parecía fantástico.

Estuvimos hablando casi dos horas. Hablamos de mi y de como lo había pasado. De si se lo había contado a alguien. De que era tonto por habérmelo callado tanto tiempo y de que tenía que haber hablado con alguien y no sufrirlo en silencio.

Me contó que ella tenía amigos gays y que más de una vez había ido a bares de ambiente con ellos. Eso me hizo gracia. Yo aún no me atrevía a ir, no había pisado ninguno y ella había estado en todos. Hizo la charla muy distendida y por fin pude soltar la tensión acumulada.

Ya era de noche cuando se fue, diciéndome con una sonrisa irónica que "lo gay está de moda y ahora puedo presumir de hermano gay".

Cerré la puerta, me recosté en ella y sonreí.

sábado, 26 de junio de 2010

10 líneas de sexo



Gary Rivera de el blog El Alquimista me ha mandado este meme para que me esfuerce un poco y escriba sobre sexo. Habría preferido practicarlo antes que hablar de él, pero a falta de pan buenas son tortas. Así que aquí os dejo mi pequeña contribución:

Te escribo este telegrama porque no me atrevo a decírtelo a la cara. STOP. Creo que ha llegado el momento de dejarlo. STOP. Los buenos momentos nos perseguirán pero ya han pasado. STOP. Todavía recuerdo cuando saliste del mar aquel día. STOP. El agua se deslizaba por tu pecho y tu pelo cobrizo goteaba sobre tus ojos. STOP. Era la primera vez que iba al camping nudista y tuve que darme la vuelta avergonzado. STOP. Me miraste y te reíste con esa risa contagiosa que me conquistó. STOP. Y descaradamente te acercaste a mi. STOP. El sol me deslumbraba la vista y tu te moviste para taparlo. STOP. Pusiste las manos en las caderas y el contraluz te hizo parecer un dios. STOP. Con un gesto imperceptible de tu cabeza me señalaste tu tienda. STOP. Me levanté con la toalla tapando discretamente mi emoción y entré en tu mansión de tela. STOP. No hablabas mi idioma pero no hizo falta. STOP. Sólo recuerdo que yo no paré de gritar. DON´T STOP. DON´T STOP. DON´T STOP. DON´T STOP. DON´T STOP.


Las condiciones del meme decían que debía escribir 10 líneas sobre sexo, ilustrarlo con una fotografía al final y pasarlo a tres personas. Las dos primeras condiciones ya las he cumplido y para la tercera escojo a Fernando , Davichini y Ut, el de las estrellas. Se que me sorprenderán.

miércoles, 23 de junio de 2010

Hoy no me salen las palabras


Hoy no me salen las palabras. Hoy mi cerebro se ha replegado y sólo se asoma para mantenerme vivo. Vivo con el piloto automático puesto y los días se parecen. Miro a mi alrededor y no veo. Escucho y mantengo una conversación pero no oigo nada. Sonrío y veo mi reflejo en las pupilas de mi interlocutor. Y no es una sonrisa. Es simplemente una educación aprendida con vida propia.

No consigo concentrarme en nada. Trabajo pero no concreto. Leo pero no asimilo. Hablo pero no digo nada. Soy un zombie que se mueve sin control y sin destino. Estoy instalado en una rutina comoda que sin embargo me consume.

He dejado de leer otros blogs porque terminaba de leer y no sabía lo que ponían. Releía de nuevo y me costaba comprender. El esfuerzo de una tercera lectura abría al final una brecha. Pero cuando iba a comentar no tenía nada que decir. Miro en mi interior y estoy vacío. Las palabras han huido y los sentimientos duermen.

Las pantalla es blanca y mis ojos rojos. La miro buscando algo que no se que es. Espero encontrar una respuesta y me devuelve mi reflejo. Sólo la luz del flexo sabe que aunque ilumine todo a su alrededor, por dentro solo hay un par de filamentos frágiles que se pueden fundir a la mínima sobretensión.

Mis dedos reposan y mi cuerpo se reclina. Solo la música tiene vida. Las notas gritan y ocupan mi espacio. Mis ojos se cierran y escribo sin ver.

No hay vida, no hay sentimiento, no hay ser.

Hoy no me salen las palabras.

domingo, 20 de junio de 2010

Mikonos


En el verano del año 2000, una vez comprobado que el fin del mundo no se había producido, y antes de que el euro entrase en nuestras vidas anunciando que los precios no iban a cambiar, decidí irme de vacaciones a Grecia.

Al contrario que los últimos viajes que había hecho y que según mi costumbre hacía solo, esta vez me llevé a un compañero de viaje. A Axel lo conocía desde hacía unos quince años. Tenemos aficiones comunes y de vez en cuando quedamos para tomar algo juntos. Pero nunca habíamos viajado los dos a ningún sitio y la convivencia era un incógnita. Y para comprobar si era posible lo hicimos a lo grande: nos fuimos cuatro semanas a Grecia.

El viaje estuvo salpicado de anécdotas que harían que este post diese dos vueltas a la blogosfera. Quizá algún día las cuente, pero ahora me quería centrar en el primero de los tres días que estuvimos en la isla de Mikonos.

Llegamos a la isla en avión procedentes de Santorini. Desde la ventanilla la vista del Mar Egeo salpicado de pequeñas islas brillando bajo sol es de una belleza deslumbrante. Con mi nariz pegada al cristal intentaba retener esa maravilla en mi memoria. Habíamos reservado una habitación por cuatro noches en un pequeño hotel, muy básico y barato pero muy bien situado en el centro de la ciudad. Y en el precio estaba incluido el que te viniesen a buscar al aeropuerto.

La ciudad de Mikonos es peatonal. Toda llena de casas blancas encaladas, puertas azules y pavimentos de piedra. La furgoneta nos dejo en las afueras y seguimos al conductor por un laberínto de calles entre un mar de gente que paseaba al atardecer. Dicen que Mikonos es la Ibiza del Egeo. No puedo comparar porque no he estado allí pero el ambiente era festivo y relajado en las calles.

Dejamos las maletas en el hotel y tras darnos una ducha decidimos salir a cenar. Bajamos a recepción a recoger nuestra documentación y el chico que estaba allí nos miro alternativamente y nos preguntó: ¿Sois gays? Aquello nos cogió por sorpresa y tras mirarnos los dos con cara de asombro dijimos al unísono que no. Creo que vió en nuestras caras tal desconcierto que se echó a reir a carcajada limpia y nos explico que solo lo preguntaba para indicarnos bares gays o heteros. Mientras nos explicaba un poco la ciudad le observé y me di cuenta de que él si lo era. Y todos lo que pasaron por recepción mientras estabamos allí lo eran también. Nos habíamos alojado en un hotel gay sin saberlo. Creo que es la primera vez en mi vida que hablé con un gay. Con 32 años.

Le pregunté si tenía un plano de la ciudad y me dijo que no, que no valían para nada. Me reí y no le hice caso. Cuando salí compré uno en la primera tienda que vi. Lo desplegué y después de localizar el sitio que queríamos ir empezamos a andar. Las calles eran practicamente iguales todas y llegamos a un cruce que nos despistó. Saqué mi flamante mapa y me intenté situar. Fue imposible. El mapa tenía el nombre de las calles... pero las calles no. Ahora entendí lo que quería decirme el chico del hotel.

Llegamos al restaurante que queríamos, con tan buena fortuna que en ese momento se levantaron un par de mesas y pudimos sentarnos. El local estaba abarrotado y las bandejas de pescado aromatizaban el local. Justo detras de nosotros había llegado una pareja de alemanes, cincuentones, que preguntaron a un camararo si iba a tardar en haber una mesa libre. El camarero echo un vistazo al local y les dijo que en un minuto se podrían sentar. Se pusieron a hablar mientras esperaban y el tiempo empezó a pasar. Esperaron cerca de veinte minutos antes de empezar a mostrar caras de molestia y tardaron otros diez en conseguir que el camarero les hiciese caso de nuevo. Le recriminaron que les había dicho que tardarían un minuto y ya llevaban esperando media hora. El camarero les sonrio y después de una carcajada les dijo que sí, que un minuto... pero que un minuto griego.

Esa primera noche la terminamos en unos bares de copas bailando hasta el amanecer y disfrutando de la brisa nocturna. Pocas veces en mi vida he estado tan relajado como aquél día. Y ahora recuerdo con cariño la cara que pusimos los dos cuando nos preguntaron si eramos gays. Yo ahora se que lo soy. Axel no lo se. Pero sigue soltero y nunca le he conocido ninguna novia.

viernes, 18 de junio de 2010

Debajo nuestro


 Hoy he llegado a casa cansado de trabajar. Ha sido una semana especialmente dura y lo único que me apetece es descansar un poco de la vorágine del trabajo. Ni siquiera sabía si iba a escribir una entrada hoy. Y como buen procrastinador que soy me he puesto a leer los blogs de gente que me interesa lo que tiene que decir.

Suelo mirar primero los titulares de las nuevas entradas de todos los blogs que sigo habitualmente, y luego entro a leerlos sin ningún orden en concreto. Unos antes y otros después. Cada día en una secuencia diferente. Escojo uno u otro en función de su actualidad o porque me parece curioso el título o simplemente porque ese día estoy más alegre o más triste.

Y me ha llamado la atención el de Davichini en su blog Historeando. Se llamaba "Así os veo yo (II)", y se trata de un premio que inició el otro día. Lo que hace Davichini es asociar su imagen mental de un bloguero a una canción. A una letra. A un sentimiento.

Y hoy me ha imaginado a mi.

Y para él soy como Alanis Morissette y su canción "Underneath".




Debo reconocer que no conocía la canción (y es que soy un inculto musical) y me ha gustado mucho. Pero sobre todo me ha gustado un par de líneas de la letra:

So why spend all our time undressing our bandages
When we've the ultimate key to the cause right here all underneath?

¿Así que por qué gastamos todo nuestro tiempo quitándonos nuestros vendajes cuando tenemos la clave principal a la causa justo aqui, debajo nuestro?

Y es que estas frases me definen perfectamente. He pasado gran parte de mi vida huyendo de mi mismo. Poniendo parches a mis sentimientos. Vistiendo con palabras mis carencias y enmascarando con mentiras mis miedos.

Me ha costado 40 años empezar a quitarme esos vendajes que me impedían ver mi propia vida. Cuarenta años justificando cada acción que hacía para evitar reconocer lo que latía debajo mío. Escondiendo bajo una miríada de objetos sin valor una verdad que me asustaba.

He desperdiciado parte de mi vida en un síndrome de Diógenes emocional. Tapando con sentimientos adulterados mis carencias afectivas reales. Pero como la Alanis del vídeo he empezado a ventilar mi vida. A recoger esas imágenes falsas que me cubren por completo y a dejar que el sol claree mi alma.

Y ahora es el espejo quien me sonríe.

martes, 15 de junio de 2010

De la India al orgullo


 Siempre quise ir a la India. Cuando empecé a viajar hace ya unos cuantos años me marqué tres destinos que algún día conocería pasase lo que pasase. Uno es Egipto. La historia egipcia me fascina y pensar en estar al pie de las pirámides o recorrer el Valle de los Reyes me produce un cosquilleo por todo el cuerpo casi erótico. Pero aún no he podido ir.

El segundo destino es México. Nuestras historias se entrelazan y somos a la vez tan iguales y tan distintos que cuando estás allí no echas de menos estar en casa y sin embargo todo es diferente, empezando por la amabilidad de la gente y sus sonrisas. Pude disfrutar de unas semanas maravillosas hace ya cuatro años. Volveré.

El tercer destino era India. Y hace dos años se me cruzó la idea por la cabeza y sin pensarlo dos veces empecé a prepararlo. La India es inmensa. Su tamaño es como el de Europa Occidental, pero sin sus comunicaciones ni transportes. Así que después de meditarlo mucho escogí una pequeña parte para visitar: Nueva Delhi, los estados de Rajastán y Uttar Pradesh y como colofón unos días en el Nepal.

Preparé con minuciosidad el viaje. Me empapé de su cultura y leí todo lo que cayó en mis manos sobre ella. Y por fin llegó el momento. El 4 de octubre de 2008 me presenté en Madrid con la mochila medio vacía, el pecho henchido y la sonrisa amplia. Por delante tenía un viaje de 17 horas pero no me importaba lo más mínimo. Un sueño se estaba cumpliendo.

Llegué a Delhi temprano y allí un hombre con un cartel con mi nombre que agitaba por encima de su cabeza me estaba esperando. No hablaba ni una palabra de inglés, sólo hindí, pero por señas me indicó que le siguiera. Yo creía que todo el mundo en la India hablaba inglés. Fue el primero de un montón de ideas preconcebidas y equivocadas que tenía sobre ese país.

Cuando planeé el viaje miré las distintas formas que había de moverse por allí. Y como quería ir a algunos sitios de dificil acceso opté por alquilar un coche. Conducir por la India es un suicidio. Es una habilidad de la que los occidentales carecemos. Aparte de conducir por la izquierda como los británicos da la impresión de que el código de circulación no rige allí. Así que no queda más opción que alquilar el coche con conductor. Pero es muy barato. Para nuestros estándares claro.

El conductor que me vino a buscar al aeropuerto me llevó a la ciudad y aparcamos en una zona en obras y con una sonrisa me indicó que le siguiera. Se suponía que íbamos a las oficinas de la agencia con la que había contactado por internet, pero eso era un edificio en construcción. Lo miré extrañado pero otra vez con su sonrisa me conminó a seguirle. No sabía si me estaba secuestrando o no, pero en cualquier caso lo hacía yo mismo. Voluntariamente.

Miré a mi alrededor y decidí que tampoco tenía opciones mejores así que le seguí. Y tras subir por una escalera de caracol a punto de derrumbarse y saltar unos cuantos sacos de cemento y unas pilas de ladrillos me hizo pasar a través de una puerta. Dentro un hombre joven me saludo desde detrás de su mesa. Había llegado a la agencia y no tenía más de seis metros cuadrados.

Se llamaba Bobby y tenía un acento dificil de seguir. Al menos para mi mediocre inglés. Me explicó un poco como funcionaban, me invitó a un té y me asignó un conductor. En ese momento la puerta se abrió y entró otra pareja con la misma cara, entre asustados y sorprendidos, que debía tener yo antes. Supongo que también pensaban que los estaban secuestrando.

La casualidad quisó que fuesen de Madrid, y que tambíen habían alquilado un coche. Bobby les ofreció un té y empezó de nuevo la explicación que me había dado a mi. Se llamaban Roxana y Samuel y no se enteraron de la mitad de lo que les explicaba Bobby. Como yo lo había escuchado ya dos veces pude aclararles algunos puntos. Y firmamos nuestros contratos respectivos.

Cuando salimos Roxana me dio las gracias por la traducción y me dijo si me gustaría ir a comer con ellos. Les dije que sí y acabamos en un garito de cristales tintados cerca de Connaught Place comiendo una especie de verduras muy especiadas que me encantaron. Estuvimos charlando y descubrimos que los primeros días hacíamos recorridos muy parecidos. Yo iba a estar un mes por la India y ellos sólo quince días, pero los primeros tres eran iguales. Así que quedamos en encontrarnos al día siguiente en el pequeño pueblo de Mandawa. Pasamos la tarde juntos paseando por Delhi y nos despedimos hasta el día siguiente.

Esto se repitió cada uno de los tres días siguientes. Pasábamos el día juntos y quedábamos en el siguiente lugar. Yo estoy acostumbrado a viajar solo. A hacer lo que me apetece en todo momento. Soy un viajero que va por libre y al que le molestan los horarios y lo programado, pero por primera vez en mi vida me encontré muy a gusto pasando todo el día con dos desconocidos y no eché de menos en ningún momento el ir a mi aire.

Durante esos días les enseñé lo que tenía pensado hacer. Mi recorrido. Les gustó tanto que decidieron modificar el suyo y seguir el mío. Y así seguimos viajando juntos durante una semana más. Y yo disfrutando de su compañía.

Son una pareja curiosa. Roxana está llena de vitalidad y ganas de verlo todo. Se entusiasma y disfruta cada momento como si fuera el último. Samuel en cambio es tranquilo y pacífico. Lo mira todo con una sonrisa irónica y disfruta más sentado frente a una cerveza que recorriendo los mercadilllos. A ella le gusta la gente, las ciudades y la cultura y a él la naturaleza y la tranquilidad. Ella es entusiasta y él pragmático. Son totalmente opuestos y sin embargo son una pareja perfecta.

A los diez días nos separamos, ellos tenían que ir ya hacia Agra y Varanasí si querían verlos y yo todavía iba a recorrer muchos pequeños pueblos del Rajastán y Uttar Pradesh. Fueron diez días fantásticos y que recordaré siempre. Tanto, que a pesar de mis años de viajero solitario les eché de menos los siguientes días.

Habíamos alcanzado tal grado de amistad durante esas fechas que al despedirnos me dijeron que cuando regresase de la India a Madrid que anulase mi reserva en el hotel que ya tenía y que fuese a dormir a su casa. Y eso hice.

Llegué a Madrid veinticinco días más tarde, después de disfrutar de la India más auténtica y de un Nepal relajante. Mi avión llegó a Barajas a medianoche y ellos estaban allí esperándome. Lo que no estaba allí era mi mochila. Estuve delante de la cinta hasta que todos se fueron y quedé yo sólo viendo como daba vueltas vacía. Tuve que hacer todos los papeles de la denuncia mientras ellos me esperaban fuera y al final los volví a ver. Esta vez después de 17 horas de vuelo, sin ropa y con un laud nepalí con cabeza de dragón en la mano.

La alegría de vernos fue inmensa y nos quedamos hasta las cinco de la mañana contándonos anécdotas. Mi tren salía a mediodía y nos despedimos prometiéndonos volvernos a ver.

En primavera quedamos varias veces en un pequeño pueblo manchego para pasar el fin de semana. Me encontraba muy a gusto con ellos y cada vez que quedábamos lo pasábamos mejor. Los correos electrónicos nos mantuvieron en contacto y en uno de ellos, planeando irnos a los pirineos, yo hice un comentario "ingenioso" y con doble sentido. Y Roxana lo pilló al vuelo. Acababa de salir del armario por primera vez. Sin proponérmelo. Y además por correo electrónico.

El reencuentro iba a ser ese fin de semana y yo estaba asustado. No sabía si "mi secreto", ahora revelado, iba a enturbiar nuestra relación. Llegué después de ellos y cuando los vi se acercaron y me abrazaron. Pocas veces en mi vida he sentido tanta felicidad. Las lágrimas de felicidad existen. Doy fe.

Estuvimos todo el fin de semana disfrutando de la montaña y les conté algunos retazos de mi historia. Y entonces Roxana me dijo que en quince días era el Orgullo Gay en Madrid y me animo a que fuese. Y lo hice.

Dos semanas después estaba en Madrid en plena Gran Vía, frente al Hotel Tryp viendo pasar las carrozas del Orgullo junto a Roxana y bailando al ritmo de la música. Ese fue el primer día en que me sentí libre de mostrarme como gay. Y es una sensación fantástica.

lunes, 14 de junio de 2010

El factor G


El sábado después de comer estaba respondiendo a algunos comentarios que me hicieron a la entrada anterior cuando me fijé por casualidad que el número de visitas era anormalmente alto. Pensé que había escrito un post tan bueno que se había corrido la voz de blog en blog y toda la blogosfera estaba acercándose en masa para disfrutar de una lectura incomparable. Y es que a veces pienso tontadas.

Así que me fui a ver las estadísticas para curiosear que era lo que estaba viendo la gente y me encontré con que había muchas entradas que venían de una misma web. Y me sorprendió, porque esa web es un blog que yo también suelo leer a diario. Es AmbienteG. Y me habían enlazado en el post recopilatorio que hace El Castigador todos los fines de semana y que llama Gossip Gay.

He estado todo el fin de semana observando como entraba gente sin parar a leer mi post. Sí, lo se, no queda muy bien decirlo, que parece que no tengo otra cosa que hacer... pero es que este fin de semana me han fallado todos mis amigos y realmente no tenía mucho que hacer.

Lo que me ha sorprendido en primer lugar es la cantidad de gente que ha entrado. Empiezas a darte cuenta la capacidad de convocatoria que puede tener una web como esa. Y supongo que sólo un porcentaje de los que entraron a AmbienteG luego vinieron a la mía, luego su tráfico será aún mayor.

La segunda conclusión que he sacado de la observación de los datos es que la inmensa mayoría sólo ha leído el post enlazado, el de los amigos, y no ha tenido la más mínima curiosidad por lo que había escrito antes. No es que crea que deban hacerlo por supuesto, pero yo cuando leo algo que me gusta y me parece interesante suelo leer otras cosas de ese autor para ver si ha sido flor de un día o merece la pena seguirle leyendo. De lo que infiero que o yo soy muy raro haciendo esas cosas o el post realmente no ha tenido interés para esa ingente cantidad de visitantes y sólo lo han leído porque lo recomendaban desde AmbienteG. Malos corolarios los dos.

Sin embargo los comentarios se han disparado a niveles que no había alcanzado antes. Prácticamente se han doblado respecto a mi post más exitoso. Y analizando de nuevo los datos observo que he tenido 8 comentaristas nuevos que nunca antes lo habían hecho (y que espero que sigan haciéndolo) y el resto es gente que ya conocía mi blog y había comentado antes.

Los nuevos sólo suponen un tercio de los comentaristas, luego el aumento se ha dado mayoritariamente entre los más o menos habituales, lo que me indica que o les he dado mucha pena contando mis cuitas o que realmente ha interesado lo que he escrito. Si es la primera opción, pues no era mi intención dar pena, pero agradezco mucho que tanta gente se haya molestado en responder para confortarme y si es la segunda opción y realmente ha interesado, pues lo agradezco aún más.

En resumen, que agradezco mucho a El Castigador que me enlazase desde AmbienteG. Leo habitualmente el blog y nunca se me ocurrió que pudiese aparecer yo por allí. Además ha conseguido entretenerme este fin de semana viendo pasar gente de los sitios más diversos. Muy curioso.

Agradecer también a las 5 personas que han decidido quedarse y ver si lo que escribo merece la pena. No se si habéis venido en esa oleada o ha sido por casualidad pero me da igual. Yo os quiero a todos por igual. Todos sois hijos de un mismo blog.

Y por ultimo (at last but not least que dicen los británicos) agradecer a todos los que se pasan de vez en cuando por aquí y dejan su granito de arena en un blog que empezó como evasión mental y paño virtual y que sin saber muy bien como ni porqué me ha permitido conocer gente fantástica.

Gracias a todos. De corazón.

sábado, 12 de junio de 2010

Amigos


 Hoy no se si debería escribir o si debería dejarlo para otro día. Hay momentos que poner por escrito lo que sientes es bueno para el alma, pero otras veces es mejor dejar reposar la conciencia y que la sensatez acabe por aplacar ese runrún que bulle en mi cabeza. Pero hoy no se si es mejor o no. La verdad es que no lo se.

Esta tarde he estado en la presentación de un libro. El autor es amigo mío y ha venido a mi ciudad a presentarlo. En realidad quien es mi amiga es su hermana Stella, pero a él lo conozco desde que era un niño y lo he visto crecer. Su hermana, que no vive aquí, también acudía a la presentación junto a su marido. La sala estaba medio llena, en parte por familiares, pero también he visto gente más joven y supongo que serían amigos suyos. Amigos.

Son amigos que han dejado lo que tuviesen que hacer por estar hoy allí acompañándole. Como he hecho yo también. Porque es mi amiga.

Y mientras presentaban el libro yo pensaba sobre ese hecho. Sobre la amistad. A Stella la conozco desde hace prácticamente 35 años. Eramos unos niños que jugabamos juntos y nos divertíamos con pasatiempos inocentes. Luego crecimos y nos escapamos juntos por primera vez a una discoteca con 13 años. Y juntos nos castigaron cuando se enteraron nuestros padres. Juntos disfrutamos de una adolescencia que nos sorprendía cada día. Y luego la vi casarse y tener hijos. Ha sido mi amiga muchos años aunque no vivíamos en la misma ciudad.

Sin embargo, de mis amigos del colegio y la universidad prácticamente no me queda ninguno. La crisis del 93 cogió a mi generación de lleno intentando incorporarse al mundo laboral. No había trabajo y uno tras otro dejaron la ciudad buscando fortuna en otros lugares. Yo fui afortunado y conseguí trabajo aquí. Alguno ha vuelto ahora, con más de 40 años y una vida detrás que me es ajena. Ya no somos amigos, sólo conocidos. La vida nos ha separado y ya no tenemos nada en común. Sólo los recuerdos.

Más tarde hice nuevos amigos. Con alguno incluso trabajé un tiempo. Pero a medida que la gente se casa y tiene hijos parece que su tiempo se diluye. Muchos casi no salen e intentar quedar todos juntos es una tarea imposible. Lo habitual es que yo, que estoy soltero, me adapto a sus horarios y un día quedamos a cenar. Pero casí siempre de forma aislada, o a lo sumo un par de parejas y yo. Más es muy raro. Y quedar todos juntos un imposible.

Tengo 42 años pero sigo con ganas de vivir. De hacer cosas. De salir un fin de semana a una casa rural y hacer senderismo. O de tumbarnos juntos en una pradera de hierba al sol y charlar hasta el anochecer. Sigo con ganas de ir a esquiar. De viajar. De hacer rafting. De saltar en paracaídas. O incluso... de salir a tomar unas copas el fin de semana. Pero mis amigos no. Dicen que tienen OBLIGACIONES. Así, con mayúsculas.

Tienen poco más de 40 años y prácticamente no salen de casa. No se si ellos son viejos prematuros o yo sigo siendo un adolescente que se niega a crecer.

Y de repente mi vida da un giro sorpresivo y me convierto en gay.

Y eso me llevaba a tener dos problemas en lugar de uno. Y decidí conjugarlos en uno solo. Durante los últimos meses he intentado conocer a gente nueva. Gays por supuesto. En principio para encontrar a personas con quienes compartir lo que me está pasando. Con quien poder hablar libremente de lo que siento. Con quienes salir a tomar algo y reirnos hasta el amanecer. En resumen, amigos. Y no lo he conseguido.

¿Acaso no existe la amistad dentro del mundo gay? ¿Todo el mundo ve a los demás como posibles rivales en un juego inmenso de seducción sexual? ¿O acaso soy yo el que no termino de encajar porque soy demasiado mayor para que me acepten en grupos ya formados?

Parece como si para quedar con alguien primero debes pagar el peaje del encuentro sexual. Necesitas tener sexo para que se dignen a hablar contigo. Y después de tenerlo son pocos los que les interesa conversar y menos tenerte como amigo.

No lo se. Pero es viernes por la noche y estoy escribiendo esto cuando lo que me apetecería es estar riendo en un bar. Y no es el primer viernes que ocurre.

miércoles, 9 de junio de 2010

Hvar



En el verano de 2004 me fui a recorrer Croacia con mi coche. En un par de días conduciendo me planté en Zagreb y luego bajé hasta Duvrovnik bordeando Bosnia, para continuar viaje recorriendo toda la costa adriática hasta Istria.

Hacia media tarde el sol pegaba bastante fuerte todos los días y las cristalinas aguas del Adriático invitaban a darse un baño. Así que sobre las 5 de la tarde casi todos los días solía buscar un sitio desde donde pudiese acceder al mar, paraba el coche y nadaba un rato. Era un placer inmenso y relajante. Son las pequeñas cosas que te recuerdan que estás de vacaciones.

Croacia no es un país de playas. No al menos como las entendemos en España. Las playas de arena son una rareza allí. Es una costa pedregrosa y azotada por fuertes vientos. El bora y los maestrales barren la costa en invierno y verano arrancando la vegetación a su paso. En algunas islas se da la curiosidad de tener la mitad de la isla de roca y la mitad con vegetación, según su orientación al viento. Así no es de extrañar que su playas sean siempre rocosas, recordando a nuestra Costa Brava.

Fui visitando unos preciosos Parques Nacionales llenos de agua y cascadas en los que paseé disfrutando del paisaje. Pero lo que más abunda en el país son las islas. Tienen más de mil. Y cada una tiene sus rincones que enamoran. Una de las más bonitas es Hvar.

Llegué a la isla de Hvar en ferry desde Split. En lugar de ir directamente hasta la capital cogí un barco que me dejó en Stari Grad, en la costa contraria, para así recorrer la isla con el coche tranquilamente. No es una isla demasiado grande y en coche es un paseo agradable hasta la ciudad de Hvar, la capital.

Llamarla ciudad es ser generoso. Es un pequeño pueblo pesquero encantador pero atiborrado de turistas. La plaza principal está flanqueada de preciosos edificios de piedra blanca, la tradicional en Croacía, con edificios de estilo veneciano. La catedral de San Esteban domina la plaza desde uno de los extremos. Y en el otro el mar. Un mar transparente y azul salpicado de pequeñas islas a las que se accede en taxis marítimos.

Estuve disfrutando de la plaza, de sus vistas, de la loggia veneciana y del arsenal durante un rato. Y me senté junto al mar bajo las palmeras para disfrutar del ambiente que se respiraba. Me encanta observar a la gente y ver en que se fijan, o como comentan lo que ven y se admiran. Pero entonces vi en lo alto de la colina, sobre la ciudad, una gran fortaleza que domina la isla. Miré en la guía y la llamaban la Fortaleza Española. Las vistas debían ser espectaculares desde arriba. Me hizo gracia el nombre y decidí subir a verla. Con lo que no conté fue con que la subida mediante unas rampas inclinadisimas y con el sol del mediodía cayendo a plomo sería un esfuerzo sobrehumano. Tardé más de media hora en subir y para entonces chorreaba sudor por todos mis poros.  Pero llegué.

La fortaleza no tiene mucho que ver en sí, un pequeño museo y poco más, pero como imaginaba, la vista era fantástica. A mis pies la capital lucía roja y blanca bajo el sol y delante de ella las Islas Plakeni. Un paraiso. El fuerte viento que soplaba secó mi sudor y me quedé alli un rato disfrutando de la vista y de los olores a lavanda, romero y pino que llegaban hasta mi.

Eso merecía una foto para que el recuerdo permaneciese para siempre. Y saqué la cámara. O eso intenté, porque la funda estaba vacía. Miré a mi alrededor por si se me había caído y no la ví, y a pesar del viento empecé a sudar de nuevo. Desandé todos mis pasos por dentro de la fortaleza buscándo el lugar donde se me había caído pero no la encontré. Pregunté al guarda de la fortaleza y me dijo que él no la había visto. Todo nervioso baje toda la montaña camino del pueblo. Soy un adicto a la fotografía. Hacer fotos de donde estoy para mi es uno de los mayores placeres de viajar, y perder la cámara fue como si me extirparan un riñon estando vivo.

Recorrí hasta el último rincón de la plaza intentando recorrer inversamente todo lo que había hecho. Pregunté en el Arsenal y en los bares de alrededor, pero ninguno la había visto. Estaba desesperado. Me acerque al puerto donde antes había estado sentado para ver si me la había dejado allí y tampoco estaba. Ya había mirado en todas partes. No me quedaban más sitios que mirar. Y me senté agotado.

Estando allí sentado me fije en los taxistas de los barcos junto al puerto y pensé que igual ellos la habían visto o alguien se la había dado. Era ya mi última esperanza. Y al primero que pregunté la sacó de debajo de unas lonas. Me la había dejado antes, cuando me senté bajo las palmeras y él la había encontrado. Le di las gracias muy efusivamente y totalmente conmocionado me dirigí hacia la plaza.

Estaba aliviado, pero sobre todo estaba enfadado. Enfadado conmigo mismo por haber sido capaz de perder la cámara. Mi cabreo fue en aumento y lo único que pensaba en esos momentos era que necesitaba darme un baño y relajarme. Viniendo antes con el coche había visto junto a la costa opuesta una zona donde la gente se bañaba y decidí ir para allí. Antes miré la fortaleza de nuevo pero no tenía fuerzas para subir de nuevo para hacer la foto. Por muy espectacular que fuese la vista.

Cogí el coche y a la salida del pueblo vi un cartel que ponía: "A la Fortaleza Española". Seguí la carretera y llegué hasta la puerta de la fortificación. El esfuerzo y la subida demoledora anterior me la podía haber ahorrado si hubiese preguntado. Saqué un par de fotos rápidamente y crucé la isla buscando la zona de baño. Estaba totalmente estresado y agotado.

Aparqué el coche cerca del pueblo de Vrboska, en unos pinares en los que se veían otros coches. Me puse el bañador y seguí la costa buscando un sitio donde meterme al agua. Al principio encontré mucha gente y seguí andando. Necesitaba un sitio tranquilo donde relajarme, sin gente ni niños. Y seguí andando. Cada vez había menos gente. Y de repente me di cuenta de que en esa zona la gente estaba desnuda. Era una zona naturista. Yo no era nudista, así que seguí andando y encontré una zona más tranquila y sin nadie. Extendí la toalla y dejé mis cosas.

Seguía en un estado entre cabreado, estresado, agotado y conmocionado. Y en mitad de esa conmoción mental de repenté decidí meterme en el agua desnudo. Sin pensarlo me quité el bañador y me lancé al agua. Fue una bendición. Me empecé a relajar y disfrutar el momento. Fue una sensación de libertad total como pocas veces he sentido en mi vida. Pasé la tarde allí disfrutando del sol, del agua y de mi recien descubierta libertad antes de regresar a Split

Es curioso como la casualidad de la pérdida de una cámara de fotos y un cabreo pudo producir que yo empezase a practicar el nudismo. Desde entonces lo hago siempre que puedo. Y cada vez que me quito el bañador recuerdo esas rocas justo enfrente de la isla de Zecevo.

martes, 8 de junio de 2010

Mi hermano



Estuve toda la semana nervioso porque mi hermana iba a venir el viernes a casa y tendría que dar la cara por fin. Los días pasaban y yo cada vez estaba más nervioso. Imaginaba la escena una y otra vez. Pensaba en cómo se lo iba a decir. Si de golpe nada más entrar (hola, mira que te he hecho venir porque soy gay) o si se lo iba a insinuar para que sacase sus conclusiones.

Aún estaba con esas disquisiciones mentales cuando el jueves sonó el teléfono y mi hermana me dijo que no podría venir, que a mi sobrina la habían elegido para una función del colegio y que tenía que acudir a la representación. Le respondí que no importaba, que no era urgente, pero nada más colgar noté como la tensión acumulada durante toda la semana se escapaba por mis poros. Me senté en el sofá y me quedé mirando el televisor apagado.

Pasé el fin de semana en casa, sin hacer nada. Después de la angustia de la semana, la frustración me convirtió en un inválido emocional. A ratos miraba por la ventana viendo pasar la gente y pensando si alguno de ellos escondería algo que quisiera confesar. Los miraba pero solo veía caras felices. Veía parejas sonriéndose y niños jugando. Ninguno parecía tener ningún problema. Vivían en un mundo perfecto.

El lunes fui a trabajar como todos los días. Con mi mejor cara y dispuesto a ser el más simpático de los compañeros. Participé en las bromas y reí los chistes. Acudí a las reuniones y aporté soluciones. Todo perfecto, salvo que por dentro estaba vacío.

Y entonces me llamó mi hermano para decirme que a la salida del trabajo pasaría por mi casa para hablar conmigo. Me preguntó si le podía adelantar el tema para ganar tiempo. Le dije que no, que no podía hablar en ese momento, que luego se lo contaba, pero que no era importante. Lo dije para que no se preocupara, pero el que estaba preocupado era yo. Me cogió por sorpresa que viniese esa tarde. No estaba preparado. Pensaba que vendría el fin de semana o así. Pero no ahora.

No había preparado nada, ni había previsto como hacerlo. No sabía como afrontarlo. Empecé a pensar si no sería mejor buscar alguna excusa y decirle que no viniera, o qué le podría contar en lugar de decirle la verdad. Empecé a sudar y me fui a casa corriendo. Quedaba menos de una hora para que llegase y no sabía ni como empezar.

Mi hermano tiene tres años menos que yo y es el más pragmático de la familia. No nos parecemos en nada, ni en caracter, ni en el físico. Somos tan diferentes que nadie se cree que somos hermanos. Y aunque me saque un palmo de altura para mi siempre será "el pequeño".

Llegó a su hora, como siempre, muy puntual.  Entró en casa y me preguntó directamente sobre que quería hablar. Es muy directo y siempre va al grano. Nos sentamos enfrentados en los sofás y empecé a hablar. O al menos lo intenté. Empecé a divagar. A darle vueltas a las frases. A marear la perdiz. Le dije que quería contarle algo. Que hacía tiempo que lo quería hacer. Que para mi era importante. Que nunca encontraba el momento. Un montón de frases rodeando la verdad. Le daba vueltas y vueltas a las palabras y alargaba los razonamientos. Todo para no enfrentarme al momento decisivo.

Mi trampa era perfecta. Yo la había creado y no podía escapar de ella.

Entonces me interrumpió y me dijo que no sabía lo que le iba a decir pero que fuese lo que fuese que no iba a cambiar nada, que eramos hermanos y que lo seguiríamos siendo después. Noté como la emoción recorría todo mi cuerpo. La sangre fluyó a borbotones dentro de mí y me congestionó la cara. Se me hizo un nudo en la garganta y casí me eche a llorar. Abrí la boca para respirar y contener las emociones. Y entonces se lo dije: Soy gay.

Sonrió. Simplemente sonrió. Estuvimos hablando durante una hora. Y me dijo que le parecía bien. Que tenía varios amigos homosexuales y que a su boda había ido una pareja gay que se iba a casar pronto.  Para él era más normal que para mi. Yo era el que no había conocido gays antes, no él. Me pidió permiso para contárselo a su mujer y le dije que sí, por supuesto, pero que no se lo dijera a nadie más de momento.

Se fue a su casa y cuando cerré la puerta me invadió una oleada de emociones. Estaba agotado pero a punto de explotar. Era una mezcla entre rabía contenida y alegría. Mi cuerpo no sabía muy bien que hacer y me senté en el sofá a rememorar el momento.

Lo había hecho. Al fin.

domingo, 6 de junio de 2010

Tendiéndome una trampa


Después de hablar con Nathan esa noche de septiembre pasado y arrancar de mi, sin previo aviso, parte de mi dolor, mi mente estaba confundida. Estaba aturdido y no reaccionaba. Iba a trabajar todos los días y fingía una alegría que no sentía. Era como el payaso de Leoncavallo que llora por dentro ocultando su dolor mientras sale a la pista a hacer reir a los demás.

¡Ríe, Payaso,
sobre tu amor despedazado!
¡Ríe del dolor que te envenena el corazón!

En mi caso no era dolor por el amor perdido. O sí. Pero por la pérdida de amor hacia mi mismo. Mi mente daba vueltas y vueltas sobre el mismo tema. Casí no dormía y cuando me acostaba seguía pensando en lo mismo. Distraía mi mente con cualquier otro tema pero sin saber cómo acaba pensando en lo mismo. Una y otra vez.

Me puse enfermo. Una gripe dijeron los médicos. Pero lo que no diagnosticaron era la verdadera causa. Mi defensas cayeron bajo mínimos y cuando me recuperaba volvía a recaer de nuevo. Pasé muchos días en casa con fiebre y vomitando. Pero lo que no vomitaba era lo que me provocaba todo. Se aferraba a mi cabeza y lo notaba crecer dentro. Y estar enfermo era aún peor que ir a trabajar. Tenía todavía más horas sin nada que ocupara mis pensamientos.

Tres veces me puse enfermo y tres veces recaí. Así estuve casi un mes. Sabía que estaba consumiéndome pero las palabras no me salían. No podía ni avanzar ni retroceder. Pero en ese estado no podía durar mucho tiempo. Hasta mi jefe empezó a preocuparse por mi. Yo sonreía y decía que no pasaba nada, que era una gripe un poco fuerte. Incluso bromeé con que era la gripe A y que los iba a contagiar a todos. Pero cuando se acallaban las risas el dolor crecía de nuevo.

Decidí que tenía que hablar con alguien. Que si seguía así me iba a morir. Pero no sabía como hacerlo, pues cuando llegaba el momento no podía articular palabra y el resultado era peor. Así que tomé una decisión rápida en el momento. Escribí un correo electrónico a mis dos hermanos. Les invité a venir a mi casa con la excusa de había hecho unos cambios para que así los vieran, y añadí que además quería hablar con ellos de un tema. Sin prisa. Cuando les fuera bien.

Ya estaba hecho. Ahora cuando vinieran, algo les tendría que contar. Ya no podría callarme. Había puesto la trampa, lancé el cebo y me metí dentro, cerrándola y tirando la llave bien lejos.

No los engañé ni por un momento. Los dos me conocen y saben que siempre he sido muy reservado, muy celoso de mi intimidad (qué paradoja que ahora la esté contando aquí públicamente) y que además, como soy el único soltero, suelo ser yo el que acudo a sus casas y no al revés. Me respondieron casi inmediatamente. Primero mi hermana y luego mi hermano. Los dos me preguntaron sobre que quería hablar, obviando claramente la referencia que yo había hecho a que vieran lo que había cambiado en mi casa.

Mi hermano me dijo que no podría venir hasta la semana siguiente, pero mi hermana me dijo que vendría ese viernes por la tarde.

Así la trampa se cerró completamente.

jueves, 3 de junio de 2010

Jopeta, ya soy poeta


El día de mi cumpleaños escribí un post sobre la cena que había tenido la noche anterior. Fue una noche agridulce y me encontraba un pelín melancólico. Iba casi a acostarme cuando vi que alguien había escrito un comentario. Era Thiago, y al leerlo una sonrisa me asomó a los labios. Me había concedido el premio "Jopeta, ya soy poeta" por unos pequeños ripios que hice como comentario a un post suyo.

Si todo el mundo es poeta
deberás ser diferente
exprimir toda tu mente
para ser un gran esteta

El rimar airosamente
y no perder la chaveta
es echarle mucha jeta
y trovar agudamente

Y si hoy fueses escaso
y la rima no saliese
no lo sientas un fracaso

habla de algo que interese
encomiéndate al Parnaso
y que tu ímpetu no cese


Me dejó también un enlace a su web donde me dedicaba un post para darme el premio: Aquí. Y con un post genial mis carcajadas debieron oirse en el silencio de la noche por todo el edificio.

Muchas gracias por haber conseguido que me fuese a la cama con una sonrisa. Fue un colofón perfecto a un cumpleaños imperfecto.

Y para recibir este gran honor solo puedo decir:

Jopeta, ya soy poeta
Oropeles y festines
Por mis versos alevines
Embozados de etiqueta

Todos de rima discreta
Aunque yo no use latines,
Son mis versos bailarines
Orgullo de anacoreta

Y este premio recibido
Por trovar con elegancia
O rimar como es debido

Es homenaje a la constancia
Testimonio agradecido
A estos versos sin sustancia

martes, 1 de junio de 2010

Autoreflexión


Hace un par de días Thiago me hizo un comentario a uno de mis post. Concretamente al anterior sobre el Premio a la imperfección. Más que un comentario fue un brindis al sol, una propuesta lanzada al aire, una boutade... Thiago en estado puro.

Lo que escribió fue: "Todos somos conscientes de nuestras imperfecciones y tenemos la misma percepción de los defectos de los demás... Otra cosa son los blogs. ¿Alguien se atrevería a hacer autocrítica de su blog?"

Me dejó perplejo y comencé a responderle el comentario, pero la respuesta fue creciendo y surgían nuevas ideas en mi cabeza. Al final le dije que esperase un poco y le respondería más extensamente a través de un post. Y así ha surgido esta autoreflexión.

En principio, Thiago, no sabría responderte. Llevo por aquí poco más de un mes y bastante esfuerzo me cuesta escribir los post para decir lo que yo quiero como para pensar en criticarlos.

¿Se puede criticar uno a si mismo por lo que escribe o como lo escribe? No me pongo en la piel de otros, pues no conozco su motivación a la hora de escribir, pero en el mio fue una forma de expresar lo que sentía y pensaba ante la falta de una persona con quien compartir todo esto. Para mi es menos importante la forma o el medio que lo que quiero decir.

¿Puedo criticar entonces lo que escribo? Yo creo que no, que no estoy capacitado para ello porque no puedo cambiar lo que siento. Es como es y no lo puedo escoger. Alguna vez te he leído que a ti los post te salen sin mucho esfuerzo. A mi no. Tal como me autoacuse en el post anterior soy un perfeccionista. No tanto de la forma sino en cuanto al fondo. Le doy muchas vueltas a lo que escribo para que intente reflejar lo mejor posible lo que quiero decir. Y nunca estoy satisfecho. Le doy vueltas a las palabras. Retoco las frases. Cambio matices. Y poco a poco se acerca a la idea que bulle dentro de mi, pero nunca termino de acertar. Es un concepto muy platoniano de las ideas. 

Podría criticar si era necesario que lo hiciese público. Si al fin y al cabo lo único que quería era expresarme, no necesitaba que la gente lo leyese.  Eso es cierto. Pero no fue una decisión consciente. Realmente pensé que no pasaría nadie por aquí durante meses, y que cuando alguno llegase por aquí sería o por error, buscando otra cosa, o alguien en una situación similar a la mía. Y para cuando ocurriese eso mi aspiración era haber avanzado lo suficiente en mi vida para poder enfrentarme a ese momento con serenidad.

Está claro que una vez más pequé de ingenuo. Desconocía el mundo blogueril y como funciona. Antes de cumplir mi blog cinco días ya estabas aquí comentando. Y te siguieron otros.

Pero ahora, ya con conocimiento de causa, sí puedo saber si era necesario que lo hiciese público o al menos si lo haría ahora. Y mi respuesta es sí. Rotundamente si. Los comentarios que habéis dejado han cumplido la función de esa persona que no tengo para hablar. Habéis aportado algo a mi vida que no esperaba y que ha sobrepasado mis expectativas cuando abrí el blog. Y eso ha hecho que me esfuerce más a la hora de escribir. No es lo mismo escribir para uno mismo, que al fin y al cabo sabes lo que quieres decir, que escribir para que otros entiendan lo que piensas y lo que sientes.

Entonces, ¿puedo hacer autocrítica de mi blog como planteaba Thiago? Mi respuesta es que no. No soy capaz de hacerlo. La crítica recae en vosotros.