sábado, 5 de julio de 2014

Meses


Han sido meses, meses sin tiempo, meses complicados, meses agotadores, meses sin escribir. Han sido meses en los que el tiempo se me escapaba por todos los poros derramándose en una única dirección. Han sido meses desde que a mi padre le descubrieron el cáncer.

Un poco de orina roja teñida de sangre al amanecer. Una llamada precipitada. Carreras. Urgencias. Y muchas pruebas médicas. Un tiempo de espera exasperante aguardando resultados y una decisión: realizar una endoscopia para descubrir la realidad que se esconde tras la sospecha.

Una operación rutinaria. Se hacen miles diariamente. Son fáciles, no invasivas y concluyentes. Pero no puede ser. El cistocopio no es capaz de abrirse paso a través de una uretra que se rebela y choca contra el muro que la naturaleza puso exclusivamente para expulsar y no para entrar. Y deciden esperar.

El nuevo intento de abrirse paso al fin fructifica y los resultados no pueden ser más desalentadores. Un tumor se ramifica por el interior de la vejiga bloqueando uno de los riñones que lleva mucho tiempo sin funcionar y amenaza con cortar el acceso al otro provocando el colapso. La biopsia confirma la exploración visual. Hay que extirpar.

Tres operaciones. Cuidados intensivos. Noches en la clínica sin dormir. Cansancio. Mucho cansancio.

Hoy debería estar en Madrid celebrando el Orgullo. Pero él no lo sabe. No sabe que soy gay.

Pero que importa.



domingo, 16 de febrero de 2014

Del amor y el enamoramiento


Hace tiempo escribí que nunca había estado enamorado.

Nunca sentí la necesidad de estar con alguien más allá de la mera atracción física, incluso llegué en mi época hetera a estar con chicas por mera necesidad y para no sentirme excluido socialmente. Han pasado los años y sigo sin tener muy claro cuando uno está enamorado.

Por supuesto que hay mucha literatura sobre el tema y la he leído con detenimiento, pero o ese sentimiento es esquivo a las plumas más preclaras o realmente yo nunca he experimentado esa conmoción.

La atracción física la tengo clara. Muchas veces miro a un chico y me detengo en sus ojos o su sonrisa fantaseando con tenerlo entre mis brazos. Mi cuerpo reacciona instintivamente e incluso el corazón se me ha acelerado en más de una vez, pero dicen que enamorarse es algo más, es sentir que te gustaría estar con esa persona a todas horas y compartir tu tiempo permanentemente. Casi como el amor. Casi.

Porque el amor afirman que es un paso más allá. Cuando te enamoras todo te parece maravilloso. Sus manías son graciosas, sus palabras están siempre justificadas y sus acciones pertinentes. Se es ciego a su imperfección y disculpamos lo inaceptable cegados por su presencia y nuestro afán de mantenerlo a nuestro lado. Pero cuando un día cae la venda de nuestros ojos y contemplamos como es realmente, nos encontramos en la disyuntiva de aceptarlo como es o alejarlo de nosotros asombrados de nuestra ceguera y complacencia. De ahí que del amor (o más bien enamoramiento) al odio no haya más que una fina línea delgada.

Pero si lo aceptamos tal como es, admitiendo que no es perfecto pero que a pesar de ello deseamos estar con él todo el tiempo que nos queda, entonces y sólo entonces, dicen que hay amor. O esa es la teoría.

Y digo teoría porque yo me siento al margen de todos esos sentimientos. Hace ya cuatro años que conozco a Tony y nuestra convivencia ha evolucionado tanto que hoy en día se podría decir que somos pareja. Hablamos todos los días, nos vemos tres o cuatro veces por semana, salimos de vacaciones juntos, y se queda en mi casa o yo en la suya muchos días. Conozco sus defectos y él los míos. Y los aceptamos. Lo que para todo el mundo es un claro noviazgo. ¿Es eso amor?

No lo tengo claro. Según los cánones clásicos no terminaría de ser amor porque yo necesito todavía mis días de independencia. Estar a todas horas con él me sobrepasa. Necesito mi soledad, mis rutinas de ermitaño, el sentirme dueño de mi propia vida y señor de mis caprichos. No sé si es porque ya he llegado tarde a estos sentimientos que debía haber aprendido a controlar de adolescente y que mi trayectoria obvió, o por lo que los psicólogos llaman "miedo al compromiso". Pero la realidad es que necesito esos días para mi. No termino de verme viviendo permanentemente con él, pasando todos los días juntos, pero sin embargo hay días que extraño su presencia.

Me siento como un péndulo indeciso, basculando entre su compañía y mi libertad. Noto como penetra mi burbuja y ocupa espacios que me ahogan, pero hay días conquistados para mi independencia que cuando los disfruto no me importaría pasar junto a él.

Es querer lo que no tengo y tener lo que no quiero.

¿Se puede llegar al amor sin haber pasado por el enamoramiento? ¿Puede haber sido la transición tan suave que haya pasado desapercibida para mis sentidos? ¿O acaso vivo en un estado diferente, tan extraño que es fruto de mi indecisión?

No lo sé.

Es todo muy confuso.


miércoles, 8 de enero de 2014

Luna llena en Hanoi


El viaje terminaba donde lo empecé, en un Hanoi dormido de madrugada.

Pero algo había diferente. Mis amigos hacía ya mucho tiempo que se habían vuelto y tras mis experiencias en Saigón y Siemp Riep quería conocer a alguien de la ciudad con quien pasar esas últimas 72 horas que me quedaban. Y así conocí a Duy.

Había empezado a hablar ya con gente de Hanoi mientras estaba en Camboya porque si quería conocer a alguien, además de aprovechar para conocer la ciudad, no podía dedicar mi tiempo a estar conectado a internet. Y entre todos con los que hablé Duy me cautivó por sencillez y especialmente por su timidez. No sabía si pasaría algo entre nosotros pero me daba igual. Era a quien quería conocer.

Quedamos al anochecer de mi segunda noche junto al lago Hoan Kiem. El lugar es el caos perfecto. El tráfico es ruidoso y constante, los turistas recorren las calles apurando las últimas compras y cenando en las múltiples terrazas con vistas al templo del lago mientras las luces de las tiendas parpadean incesantemente reclamando nuestra atención. Pero no sólo hay turistas, muchos vietnamitas pasean al anochecer junto al lago y la sensación es de vida real y no sólo de postal turística.

Llegué con tiempo y me senté a observar todo el conjunto. El sonido, los olores y el bullicio me hipnotizaban. Cerré los ojos unos minutos para disfrutar de todo aquello y al abrirlos le vi delante, mirándome. Era más alto de lo que parecía en las fotos y más joven. Pero sobre todo más guapo. Me levante y le tendí la mano. Bajó su mirada tímidamente y me la estrechó. Empezamos a andar junto al lago y charlamos un poco. Temas banales al principio y preguntas curiosas después. Me dijo que le gustaban los occidentales pero que yo era el primero que conocía. Su inglés, dubitativo y con fuerte acento, nos obligaba a mirarnos a la cara para entendernos. Y eso me gustaba.

Le propuse cenar algo y me dijo que no por allí, que había otro Hanoi más allá de la zona turística y me señaló su motocicleta. Tras unos segundos acepté y me senté tras él en su vieja moto, con mis manos sobre sus hombros y los pies colgando. Pronto las luces de neón se apagaron y un Hanoi diferente se abrió a mis ojos.

Serpenteaba entre el tráfico con la maestría y naturalidad de la cotidaniedad. Hablábamos a gritos. Yo en su oído y él forzando la voz para que le oyese. Un coche se nos cruzó sin mirarnos y Duy lo esquivó sin inmutarse. Al llegar a un atasco y con un giro de muñeca imperceptible, empezó a circular por la acera entre los viandantes. Nadie pareció asombrarse.

Los baches casi hicieron que me cayese y me sujeté a sus caderas. Con delicadeza estiró mis brazos rodeando su cuerpo y quedamos abrazados. Mi cabeza junto a la suya. Nuestras mejillas juntas. Y el viento en la cara.

Rodeábamos un lago inmenso salpicado de pagodas y la luz de la luna llena iluminaba nuestro camino. El tráfico había cesado y el silencio nos acompañaba. Sólo nuestras risas ante nuestro esfuerzo por entendernos rompían la quietud del lugar. Pocas veces en mi vida me he sentido más sereno y relajado que en aquel momento.

Mis dedos se colaron entre los botones de su camisa y él se la desabrochó invitándome a seguir. Su piel era tersa y suave, lampiña y ligeramente oscura. Le acaricié todo el pecho con las yemas y noté como se pegaba más a mi, lo que provocó mi inmediata excitación. Al notarlo, pasó su mano derecha a su espalda, la deslizó entre nosotros y palpó sin recato. La mía descendió suavemente por su estómago hasta introducirse por dentro de su slip y le acaricié lentamente. Desabroché su pantalón y noté como su respiración se entrecortaba. Paró la moto en un recodo discreto junto lago y nos besamos al fin.

Estuvimos una hora tumbados en la hierba, medio desnudos bajo la luna llena que se reflejaba en el lago y las ráfagas de los coches que de tanto en tanto pasaban sobre nosotros sin vernos. Solamente la presencia de unos paseantes nos hizo retomar la moto y dirigirnos a mi hotel.

Me despedí de él de madrugada tras acompañarle un rato. Me resistía a dejarle pero con una sonrisa me dijo que tenía que trabajar. Le vi perderse entre la gente y me quedé un rato viendo por donde había desaparecido.

Fue el 22 de Noviembre de 2010. Y anoche volvimos a vernos.