Dentro de unas pocas horas me voy de vacaciones a descansar unos días de playa a la Costa Dorada. Ha sido un año muy largo y complicado en los que los períodos de estrés y agobios económicos me han mantenido un poco alejado del blog durante largas temporadas. Necesito estos días de descanso, de levantarme tarde sin pensar en el trabajo ni en las facturas; de sentarme en la playa una tarde con un libro hasta que el atardecer me sorprenda haciéndome cambiar el placer de la lectura, últimamente olvidado, por el espectáculo de los veleros bajo un sol rojo y el rumor de las olas empujadas por una brisa de sal y juventud; de reencontrarme con amigos de la infancia y saludarnos como si nos hubiésemos visto ayer a pesar de hacer un año de no vernos, de largas partidas de cartas y cervezas hasta la madrugada; y ¿por qué no? de conocer gente nueva que quizás sea parte en el futuro de mi vida.
Pero no quiero irme sin publicar la segunda entrega que prometí de las fotos del Orgullo de Madrid. Ya sólo es un recuerdo, pero cada rostro permanece en mi memoria como si lo estuviese viendo ahora mismo. Cada uno tiene una historia y sólo puedo imaginarla sin que, probablemente, llegue a conocerla nunca. Pero da igual, porque la imagen que quedará para mi de ese día es el de la alegría y las sonrisas; de sentir que los gays y los heteros tienen un camino común; de que un millón de personas se han lanzado a las calles a disfrutar ese día; de los niños que a hombros de sus padres ya ven con normalidad que dos hombres se besen o que dos mujeres se miren a los ojos y sonrían de felicidad.
Son recuerdos ya, pero es un futuro que ya es presente.