jueves, 21 de noviembre de 2013

La calavera de Álvaro


Ya sé que puede parecer raro que hable hoy del 1 de noviembre y que llego tarde a esa fecha, pero como es tónica la normal en mi vida supongo que no me lo tomaréis en cuenta. Tampoco es que quiera hablar del Día de Difuntos que se celebra en España en esa fecha y en la que mucha gente se encamina a los cementerios con gran duelo, flores y luto para rendir tributo a sus antepasados. La verdad es que nunca he sido seguidor de esa tradición. Siempre me ha parecido una costumbre excesivamente triste y que sólo invita a la melancolía autoinducida y colectiva.

Tampoco quiero hablar del omnipresente Halloween que se ha extendido ya por casi todo el mundo occidental y que se celebra con miles de personas disfrazadas, con más o menos acierto, y que más que un recordatorio a los muertos es una fiesta carnavalesca de temática gótica. Y no es que me parezca mal, que una fiesta es una fiesta y cualquier oportunidad de divertirse me parece sano, que bastantes momentos tenemos al año para sentirnos tristes.

Pero sí que hay una tradición que siempre me ha llamado mucho la atención desde que la descubrí cuando era niño: el Día de los Muertos mexicano.

Recuerdo que leí sobre ella en un pequeño libro sobre costumbres del mundo cuando era pequeño, y me llamó mucho la atención una imagen en la que sobre la tumba del finado parecía celebrarse un banquete. Acostumbrado a la solemnidad que presidía ese día en España, la idea de estar comiendo sobre los restos de un muerto me pareció cuanto menos curiosa.

Más tarde, ya sobre mi treintena cayó en mis manos un juego de ordenador llamado Grim Fandango ambientado en la Tierra de los Muertos y con una estética de novela negra que me enganchó por completo. Era una aventura gráfica, de las que se estilaban esos años, y que me proporcionó innumerables horas de diversión. Recuerdo estar en el trabajo deseando llegar a casa para continuar jugando y dándole vueltas a los intrincados puzzles que presentaba. Pero más allá de las horas de diversión y el humor que destilaba, lo que me fascinó de él fue su estética. Todos los personajes estaban muertos y su protagonista (Manny Calavera) se convertía en el alter ego de un Humphrey Bogart con la apariencia de los dibujos de José Guadalupe Posada.

Por eso cuando en el 2006 visité México y en mi viaje recalé en Puebla, no pude resistirme a comprar dos figuras de papel maché en el Museo Amparo. Una es una Catrina con collares y con un ligero aire flamenco, y la otra un Mariachi en pose de bailarín. No son las más bonitas que vi pero sí las más ligeras para transportarlas en un viaje transoceánico. Y desde entonces están junto a mi ordenador bailando por toda la eternidad y arrancándome una sonrisa cada vez que las veo. Estas figuras fueron posteriormente las causantes indirectas de que me robaran todo el equipo fotográfico. Pero esa es otra historia.

Pero lo que desconocía totalmente era la costumbre de crear pequeños versos humorísticos, a modo de epitafios, sobre personas vivas, en los que se bromea con la muerte. Se llaman "calaveras" o "calaveritas" y me los descubrió mi buen amigo Álvaro al dedicarme una en su blog, junto a las de otros blogueros, que me arrancó una sonrisa. Aquí la tenéis:

Parmenio a veces dura un milenio
en escribir su próxima entrada
por eso la muerte decidio
se lo lleva la chingada
España está de luto
para que no ande ya de puto
que se porte muy bien a cuenta
pues ya pasa los cuarenta

La leí un montón de veces y cada vez me hacía sonreír más. Improvisé en sus comentarios unos versos como respuesta, que aunque no tienen su calidad me salieron sin pensar. Perdonadme si no están a su altura:

Sin palabras me he quedado
al rimar tus calaveras
pues ya mi alma has desnudado
a mis cuarenta primaveras.

Y es que tanto me ha gustado
que mi vida resumieras
que en mi ser has despertado
sensaciones placenteras.

Y aunque esté ahora ocupado
con acciones quinceañeras
escribir he principiado
mis historias chifladeras.

Mas ¡ay Dios! no he contemplado
que a las parcas segaderas
no siempre les ha gustado
mis actuaciones joteras.

Si no conocíais esta costumbre merece la pena descubrirla. Y si ya la conocíais disfrutad del ingenio de Álvaro y del resto de sus "calaveritas".

Muchas gracias amigo.