domingo, 26 de junio de 2011

Descubriendo Angkor (2ª parte)


Abandoné el Bayon a través de una pradera verde y amarilla y crucé la Terrazas de los Elefantes, la inmensa explanada donde se realizaban los grandes desfiles y las ceremonias públicas. Ya no existen los pabellones de madera que la flanqueaban y sólo algunos edificios en piedra han sobrevivido al tiempo, pero no pude dejar de imaginar a los ejércitos desfilando bajo la atenta mirada del rey y los mandarines, protegiéndose del sol bajo sombrillas de oro y viendo pasar a los carros de combate y los elefantes en una alarde de pompa y boato que mostrase al mundo el poderío del imperio jemer.

Y llegué al templo de Ta Prohm. Este templo es singular porque se ha dejado como muestra de como encontraron el complejo los franceses cuando llegaron a Angkor. No ha sido restaurado y la jungla tomó al asaltó sus torres y muros convirtiéndolo en una mezcla de perfecta simbiosis entre la vegetación y la piedra. Sus pasillos estrechos están llenos de recovecos angostos y pasajes bloqueados por derrumbes de hace siglos. Y la sombra de los árboles le confiere una frescura casi única entre los templos quemados por el sol. Mi guía una vez más se quedó fuera esperándome, pero ahora casi se lo agradecí, pues me permitió disfrutar del silencio de las ruinas a mi antojo. 

Eran las dos de la tarde y mi "supuesto" guía decidió que ya era hora de volvernos al hotel. Yo le dije que no, que iba a estar hasta el anochecer visitando los templos y que quería ver el atardecer sobre la jungla. Me dijo que eso lo podía hacer otro día y que éste lo mejor que podíamos hacer era volvernos al hotel. Y ahí estallé. Le dije que no pensaba irme y que era una vergüenza la visita que me había hecho. Qué había aprendido más escuchando a otros guías que pasaban por allí que lo que él me había contado y que de ninguna forma me iba a volver cuando él quisiese, que se fuera si quería pero que yo me quedaba. Me respondió que no tenía forma de volver y que le llevase al hotel y luego volviese. Su cinismo me exasperó. Le di dos opciones, o esperar a que volviese yo o buscarse la vida con otro conductor para volverse. Ni intentó hablar con nadie. Se sentó en el Tuk-Tuk y permaneció en silencio bajo la atenta mirada de mi conductor que nos observaba con los ojos atónitos y que no había entendido nada de nuestra discusión pues había sido en español.

Dediqué la tarde a visitar otros templos menores pero cercanos y que tenían su encanto, como el Ta keo con sus terrazas, sus enormes escalinatas y sus torres coronándolo, o el Ta Nei, invadido por la jungla como el Ta Prohm pero a pequeña escala. Visité también los gemelos Chau Say Tevoda y Thommanon, muy sencillos pero interesantes y que les hacía merecedores de que se les hiciera una breve visita.

En el Ta Keo me encontré con Carlos, un canario que como yo, viajaba sólo y que sufría de vértigo. Cada vez que veía un templo con sus empinadas escalinatas se ponía enfermo y sudaba más aún si cabe. A pesar de ello consiguió subir hasta la última terraza y disfrutar del paisaje. Estuve un rato hablando con él y me recomendó subir la colina del templo Phnom Bakheng para admirar la puesta de sol desde lo alto. Y hacía allí me encaminé.

El calor concentrado de todo el día y una humedad altísima hizo que la ascensión a la cima de la colina, a pesar de ser un camino sin ninguna dificultad se convirtiese en una tortura térmica. Cuando al fin llegué arriba, descubrí que el templo en si no merecía mucho la pena la visita. Estaba bastante en ruinas y no tenía demasiado encanto, pero a pesar de ello trepé por sus escaleras, particularmente empinadas y me encontré en una gran plataforma con unas pocas torres supervivientes al paso del tiempo. La jungla se extendía todo alrededor hasta el horizonte y de ella brotaban los templos surgiendo entre sus copas como oasis de civilización.

Había ya bastante gente que había ido con tiempo para coger un buen sitio para ver el ocaso. Paseé por la plataforma haciendo tiempo a que atardeciera y poco a poco la plataforma se fue llenando de gente atraída por el reclamo de las vistas. Me senté en los restos de una columna y mientras preparaba la cámara conocí a Carmen y María, dos granadinas viajeras y alegres con las que conversé hasta que el sol empezó a declinar. Un sol rojo y potente que iluminó todo de una luz anaranjada y que al contraste con el verde de la jungla hizo exclamar expresiones de admiración repetidas. A lo lejos Angkor Wat enrojeció y se fundió poco a poco en sombras.

Una lluvia fina empezó a caer cuando el sol aún no se había puesto y la gente entre risas por la sorpresa empezó a sacar paraguas y chubasqueros mientras intentaban proteger los cientos de cámaras de fotos que sin parar fotografiaban el ocaso. Un arco iris apareció entonces en el cielo. Un arco iris precioso que hizo que la atención de la gente se desviase un momento del sol para admirarlo. Era como si el cielo celebrase el orgullo gay conmigo en ese recóndito lugar del mundo. Y me sentí feliz.

Y entonces estalló la tormenta.

Un aguacero de proporciones bíblicas descargó con todas su fuerza sobre la montaña y todo el mundo se lanzó sobre las escalinatas para intentar salir de allí. Las empinadas escaleras, ya complicadas de subir cuando estaban secas se convirtieron en un embudo con la gente intentando bajarlas a toda prisa. Muchas personas mayores que habían subido la colina en elefante tenían verdaderos problemas para descender por los resbaladizos escalones y pensé que si la gente seguía empujando podría haber una avalancha que hiciese caer al vacío a decenas de personas. Intenté bajar lo más rápido que pude para evitar esa trampa mortal y empecé a descender la montaña.

Tras ocultarse el sol el camino se encontraba en una oscuridad casi completa. La rapidez con la que desapareció la luz me cogió por sorpresa y empecé a descender a ciegas. Me guiaba por los sonidos de la gente que me precedía y por las luces de los flashes de las cámaras que la gente disparaba intentando obtener algo de luz. La lluvia seguía cayendo y el camino se había convertido en un barrizal impracticable. Mis pies chapoteaban a oscuras entre el barro y las piedras intentando no perder el equilibrio mientras a mi espalda oí como una mujer tropezaba y caía rodando al suelo gritando con sorpresa. La cacofonía de sonidos en la oscuridad me hizo pensar en lo desvalidos que somos los humanos cuando la naturaleza se desata.

Al fin llegué al pie la colina y busqué entre la luz mortecina que aún quedaba a mi conductor. Pero allí había cientos de tuk-tuks esperando a los que descendían. No veía las caras de los conductores a más de un metro y empecé a buscar al mío. La única forma de encontrarlo era rodear los vehículos por detrás y buscar el anuncio del hotel que portaba. La lluvia seguía cayendo y mis gafas chorreaban sobre mi cara. Miré cientos de anuncios y ninguno era el mío. El barro ya me llegaba a los tobillos y tenía las zapatillas empapadas. Y mi tuk-tuk seguía sin aparecer.

Recorrí arriba y abajo la carretera buscándolo. Estaban aparcados a los dos lados de la carretera sin ningún tipo de orden y la confusión era total. Tras veinte minutos empecé a pensar que tendría que esperar a que la mayoría se fuese para poder localizar el mío. Y de repente al otro lado de la carretera vi a alguien que agitaba los brazos y gritaba mi nombre. Era Mr. Sai, mi conductor. No sé como pudo verme en la oscuridad y menos reconocerme, pues a esa distancia yo sólo veía sombras. Crucé hasta él y con una sonrisa me ofreció un botellín de agua helada que nunca me ha sabido mejor.

Regresamos al hotel y por el camino me informó que mientras yo estuve arriba había llevado al guía de regreso a la ciudad y había vuelto a por mi. Entré en el hotel empapado, chorreando agua de mi pelo lacio, con las zapatillas y los calcetines embarrados y la camiseta sudada y pegada al cuerpo. Parecía salido de una película postapocalíptica, pero tuve la sensación de volver a estar de nuevo en casa.

Dejé las zapatillas en el balcón de la habitación y me despojé de esa segunda piel en que se había convertido mi ropa. Esa tarde me di una de las mejores duchas de agua caliente de mi vida.










































martes, 21 de junio de 2011

Descubriendo Angkor (1ª Parte)


Al amanecer estaba Mr. Sai con su Tuk-Tuk esperándome en la puerta para ir a visitar las ruinas de Angkor.

Cuando el día anterior me preguntaron en recepción como quería visitar las ruinas, respondí con toda ingenuidad que me gusta caminar y que iría por libre. Con una sonrisa me aclararon que los templos se encuentran a 8 km de la ciudad y que la distancia dentro del complejo hace que sea necesario buscarse un transporte para moverse entre ellos. Me dieron la opción de alquilar un coche con aire acondicionado o un Tuk-Tuk. Y ahí estaba en la puerta, esperándome.

Junto a él un chico se me acercó y se presentó como mi guía. No suelo coger guías casi nunca, porque con mi pobre inglés me cuesta mucho esfuerzo seguirles y en español suelen ser muy caros para mi exiguo presupuesto. Pero el precio que me ofertaron era muy competitivo y pensé que por un día me daba el lujo de que me explicasen las ruinas. Y en español.

Tras comprar un ticket semanal de acceso al recinto nos dirigimos hacia Angkor Wat, el más grande y el más monumental de los templos, pero en lugar de entrar por la entrada principal, disfrutando del espectacular panorama del imponente templo recortándose contra el cielo, mi guía me llevó por la entrada trasera privándome del placer de descubrirlo en su esplendor.

Una vez dentro unas escaleras se encaramaban a la parte más alta y mi intérprete me dijo que trepase yo solo porque los guías tenían prohibido subir. Ascendí hasta el nivel superior para encontrarme en un entramado de habitaciones, patios, galerías y torres coronadas por pináculos con forma de capullos de loto. A pesar de su antiguedad se encuentra en bastante buen estado porque nunca fue abandonado y durante siglos fue la sede de una comunidad budista que lo utilizó como escuela y alojamiento. A medida que andas entres las columnas descubres con asombro que está todo lleno de tallas de apsaras delicadamente esculpidas y cada rincón es una invitación a detenerse a observar con detenimiento y admiración.

Mientras paseaba observé con sorpresa a varios guías explicando las tallas, a pesar de que el mío me había dicho que no podían subir hasta allí. Ese mosqueo se incrementó cuando divisé las magníficas vistas de los alrededores que se tenían desde lo alto, con la entrada principal recorrida por un reguero de turistas que se quedaban extasiados ante la maravillosa vista del templo frente a los estanques. Desde allí pude observar la magnificencia del complejo y las impresionantes dimensiones que incluían varios niveles y un foso de casi 200 metros de ancho que haría palidecer de envidia a los de los castillos europeos.

Cuando me disponía a bajar, un hombre vestido con el uniforme clásico de los servicios secretos me impidió el paso hacia la salida. Junto a mi se fueron acumulando un montón de turistas bloqueados por los servicios de seguridad que se preguntaban en varios idiomas por la causa de ese despliegue. Y entonces apareció una mujer a quien un solícito cicerone le iba explicando los secretos del templo. Detrás, un inmenso séquito de funcionarios les seguía. Por lo que pude entender de los comentarios a mi alrededor, debía ser una ministra del gobierno de Tailandia en visita oficial a Camboya. Cuando por fin pasó, desbloquearon la salida y pude descender a donde me esperaba mi guía, tumbado en la hierba.

A través de los estanques y el foso dejé atrás Angkor Wat por donde debía haber entrado. Nuestra siguiente parada era la ciudadela de Angkor Thom a la que accedí a través de un espectacular puente cuyos pretiles están decorados por 54 dioses a un lado y 54 demonios al otro de enormes proporciones. Una inmensa puerta de 20 metros de altura con la cara del Buda de la compasión esculpida en los cuatro lados de su pináculo guardaba el acceso.

En el centro de la ciudadela el templo de Bayón fascina nada más aparecer ante tu vista, pues la fastuosidad de sus 54 torres y más de 200 caras de Buda que te observan desde todos los ángulos posibles dan muestra del inmenso poderío del Imperio Jemer en su momento de esplendor.

Mi guía rápidamente me dijo que lo mejor es que lo visitara "libremente" y que él me esperaría a que terminara. Aquí fue cuando ya me convencí de que contratarlo fue un error, pues sus explicaciones sobre los templos eran tan básicas que varias veces le tuve que corregir ante fragrantes errores que simplemente con una lectura previa de mi guía de mano pude detectar sin esfuerzo. Si a eso se le sumaba un deficiente español que mezclaba con el inglés a su antojo cuando no conocía una palabra me llevó a pensar en que disfrutaría más la visita sin él que con su compañía.

Paseé entre el laberinto de torres y rostros, asombrado de su belleza y majestuosidad, hasta que de nuevo fui retenido por los servicios de seguridad y la llegada de la ministra tailandesa. Procuré hacer un recorrido inverso al de ella y así pude admirar los cientos de rostros que no paraban de mirarme, inmutables pero eternos. Podría haber estado horas allí y no cansarme nunca de observarlos, pues el conjunto es de una belleza abrumadora a pesar de haber estado abandonado durante siglos, y me hizo imaginar lo mucho que impresionaría a un visitante en su momento álgido.

Un grupo de jovenes camboyanos disfrazados de demonios posaban por unas monedas con los turistas deseosos de fotos de recuerdo. Los centenares de caras de los Budas parecían sonreir compasivamente ante tal uso de su milenario templo.

Descendí las escalinatas y tras un último vistazo para no olvidarlas nunca me subí al Tuk-Tuk huyendo del abrasador sol. Mr. Sai abrió entonces una nevera portatil llena de hielo y botellas de agua que llevaba y me ofreció una con una sonrisa. Miré de nuevo a los Budas y con todo mi corazón les di las gracias.



















domingo, 12 de junio de 2011

Tiempos difíciles


Miro por la ventana y veo el cielo nublado. El paraguas en mi mano baila inquieto ante la duda. Se ven rayos de sol asomando entre las nubes pero están lejos, muy lejos. Bajo mi ventana un ciclista ha resbalado con la bicicleta y se apoya embarrado y dolorido en una valla. El resto de la gente le mira con curiosidad pero no aminoran el paso. Creo que cogeré el paraguas.

Hay días que uno tiene dudas sobre como prepararse para lo que avecina. La lluvia nos moja a todos, aunque algunos van en limusina y brindan con champán. Yo me conformo con una cerveza. Y con no resbalar. Son tiempos difíciles.

Hace un año yo escribía sobre los amigos, sobre la falta de amigos. Estaba empezando a salir del armario con alguno de ellos y me encontraba en una situación anímica en que me encontraba superado por mi falta de fuerza moral. Fue un invierno muy duro que resistí gracias a pequeños caprichos materiales como un libro o una escapada de fin de semana. Mis sueños incumplidos se veían mitigados por un consumismo enmascarador. Hoy la situación es la inversa.

Sigo sin tener buenos amigos dentro del mundo gay. Son simples conocidos, pero que al menos cumplen la función de distraerme un poco y hacerme creer que hago progresos. Salgo los fines de semana y durante unos momentos me siento de nuevo un adolescente ilusionado con comerse el mundo. Me siento con ganas y con fuerzas de afrontarlo. Pero, paradojas del destino, mi situación económica ha cambiado totalmente. Mis ingresos cayeron sensiblemente y sin previo aviso nada más empezar el verano, justo cuando había iniciado unas reformas en mi casa para las que solicité unos créditos. Y el accidente del coche en agosto me dio la puntilla. Desde entonces me encuentro en una situación anómala. Mis ingresos no cubren los gastos de cada més y a duras penas puedo cubrir todos los pagos que tengo que realizar. En realidad no puedo. Estoy sobreviviendo a base de dilatar pagos que no puedo afrontar mediante la generación de nuevos intereses. Es un sistema perverso pero inevitable. Tanto mi padre como mi hermano me han prestado dinero para aguantar, pero tampoco les va muy bien a ellos y se lo voy a devolver este mes. No es cuestión de arrastrar a toda la familia.

He reducido mis gastos al mínimo. Las copas de fin de semana se han convertido en cervezas y las salidas a cenar prácticamente han desaparecido. No compro libros y agradezco infinítamente la existencia de la biblioteca pública. La ropa nueva se queda en las tiendas esperando a que entre, pero ni miro los escaparates. No es que me falte para comer pero la deuda sigue aumentando. Mes a mes. Mi padre me dice que no debía haberme ido a Vietnam, pero el avión ya estaba pagado, su precio suponía casi el 75% del viaje y no me devolvían el dinero. No tenía sentido no ir. Al revés, mis gastos allí eran casi más baratos que en España pues yendo de mochilero se gasta poco. Y desde que volví de Vietnam en noviembre mi único capricho ha sido una escapada de fin de semana a Madrid con Tony.

Tony lo está pasando aún peor que yo. La empresa en la que trabaja estuvo a punto de quebrar durante el verano y consiguió aguantar a base de ser intervenida judicialmente. Hay meses que no le pagan pero él sigue teniendo que pagar sus facturas. Ahora le deben cuatro meses de salario y vive gracias a la ayuda de su familia porque ya ha consumido prácticamente sus ahorros.  Es curioso, pero si estuviese en el paro no tendría tantos problemas, pues al menos le pagarían el desempleo. Ahora trabaja y no cobra. Y no puede irse porque perdería su indemnización. Kafkiano.

El ambiente en su empresa, por lo que me cuenta, está enrarecido totalmente, con discusiones diarias y enfados permanentes. Y todo esto le está afectando a su salud y lleva prácticamente desde abril con problemas alimenticios. Casi no puede comer de nada porque su cuerpo lo rechaza. Está perdiendo peso y su cara habitualmente alegre está ahora demacrada y triste. Yo procuro quedar al menos un par de veces todas las semanas para pasar algún rato con él y sacarle de su rutina, y aunque me lo agradece, noto como va perdiendo fuerzas poco a poco. Lo único que puedo hacer es abrazarle durante horas.

El otro día le propuse ir a Madrid al Orgullo Gay para ver si le rescataba de su tristeza. Fui con él el año pasado y nunca le he visto tan feliz. Su cara resplandecía y su risa aún resuena en mis oídos. Aquel día, con unos ojos brillantes, me dijo que éste año volveríamos de nuevo. Qué no se lo perdería por nada del mundo y que esta vez se llevaría su cámara de fotos para disfrutarlo aún más. Pero al proponérselo el otro día me dijo con voz triste que no podía permitírselo, que me fuera yo si quisiera. Su voz apagada casi me hizo saltar las lágrimas y le abracé fuerte.

Hay que aguantar. Como sea. Los rayos de sol se ven en la lejanía y en algun momento dejará de llover y sentiremos su calor sobre nuestra piel de nuevo. Y ese día veré de nuevo la sonrisa de Tony. Su preciosa sonrisa.

Son tiempos difíciles.

sábado, 4 de junio de 2011

BiblioMEMEfilia


No hay nada como dedicar unos días a leer los blogs de los demás para descubrir que a pesar de que ya casi no escribo por falta de tiempo, no tienen ningún reparo en encargarme más trabajo. Creo que lo hacen para evitar que siga contando mis batallitas de abuelo, pero no se saldrán con la suya y no evitarán que aparezca una y otra vez por aquí con toda una vida por contar. Esta vez ha sido un meme sobre literatura que me han enviado Pancho y Gary Rivera, y yo que soy muy cumplidor, a la par que lector impenitente, no tengo ningún reparo en hacerlo. Todo lo contrario, pues amo los libros.

El último libro que he leído: "La carretera" de Cormac McCarthy. Una deprimente descripción de un mundo postapocalíptico en los que un padre y su hijo siguen una carretera con el objetivo de llegar al mar en busca de los últimos restos de una civilización que ya no existe. Es la búsqueda de un Shangri-la remoto que mantenga la esperanza de un renacer. No apta para momentos depresivos ni para padres sensibles con retoños menores de edad.

Un libro que cambió mi forma de pensar: Creo que todos los libros te hacen cambiar de forma de pensar. Penetran en ti y dejan un poso en tu subconsciente que modifica poco a poco tu percepción de la vida moldeando tus comportamientos, pero si de alguno se puede decir que cambió mi forma de pensar a corto plazo ese fue "La Biblia". Y no en el sentido que imagináis. La empecé a leer con diez años, un poco después de mi primera comunión. Empecé por el génesis y un mes más tarde llegué al Apocalipsis. Descubrí que la interpretación que le daban los sacerdotes difería bastante de los hechos que se contaban. Los significados estaban tan forzados para defender sus ritos que a veces eran prácticamente irreconocibles. Ahí empezó mi desafección por la Iglesia Católica, pues cada vez que les oía un sermón me retorcía en los bancos queriendo gritar "no es eso lo que dice la Biblia". Supongo que algo parecido fue lo que sintió Lutero. Pero yo no clavé 95 tésis en la Iglesia de Wittenberg.

El último libro que me hizo llorar: Esta pregunta es muy dificil, pues el ritmo de lectura cadencioso hace que los sentimientos se acompasen y las lágrimas se retengan. Tendría que remontarme a mi infancia cuando recuerdo que lloré con "Los muchachos de la calle Pal" de Ferenc Molnar. Qué final más triste y como me identificaba con el pequeño Nemecsek. Guardo tan buen recuerdo de esta novela que no me atrevo a releerla por si era demasiado juvenil.

El último libro que me hizo reír: Entiendo que la cuestión se refiere a que su tema es humorístico y no a que su contenido es tan patético que solo mueve a risa, pues alguno de este estilo he leído por desgracia. Obviando esta segunda posibilidad y teniendo en cuenta que no leo casi literatura de humor, mi respuesta es clara, cualquiera de Terry Prattchet y su serie del Mundodisco. Mejor los primeros que los últimos en los que se nota el desgaste de la fórmula, pero lo sigo leyendo porque de vez en cuando saca perlas como "Dioses Menores" que son una delicia.

Un libro prestado que no me han devuelto: Debo decir que soy bastante afortunado en este aspecto. Siempre me ha gustado compartir mis libros y prestarlos con la ilusión de que los demás los disfrutarían tanto como yo. Y además he tenido la suerte de que me los han devuelto siempre. Al menos que yo recuerde. Y si alguno no lo recuerdo, o el libro era malo o ya le he perdonado y su delito ha pasado al olvido.

Un libro que volvería a leer: Hay libros que he leído y he vuelto a leer varias veces a lo largo de mi vida, como puede ser "El señor de los anillos" de J.R.R Tolkien, y hay libros de los que guardo un recuerdo tan grato que sé que un día volverán a pasar por mis manos para que descubra en ellos de nuevo aquello que me deslumbró. Si tuviese que elegir uno ahora, me viene a la memoria "Olvidado Rey Gudú" de Ana María Matute. Un deleite para recrearse en un mundo de fantasía engarzado en una prosa exquisita que roza la poesía.

Un libro para regalar a ciegas: Hace años habría elegido una serie de títulos que estaba seguro que gustarían a todo el mundo, pero la edad  me ha hecho ver que las sensibilidades e intereses son más diversos de lo que yo creía y que no existe el libro perfecto para todo el mundo. Incluso los autores más consagrados tienen un sector de público que reniega de sus obras. A pesar de ello me voy a atrever con "El señor de la moscas" de William Golding, un libro que soporta tantos niveles de lectura que puede gustar a un niño que se sienta identificado con los protagonistas, a un lector de best sellers pues la trama empieza con una accidente de aviación en una isla desierta en la que hay animales extraños, o al lector más exquisito que busca en la literatura una función de crítica social. 

Un libro que me sorprendió para bien: Cuando tenía doce o trece años me mandaron leer en el colegio un libro de un autor que desconocía y que no me llamaba nada la atención. Empecé a leerlo con desgana y desde la primera línea me enganchó. No pude dejarlo hasta que lo terminé, y tras hacerlo volví a leer esas primeras líneas de nuevo, extasiado ante lo que prometían y lo que ocultaban: "El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5:30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo". El libro era "Cronica de una muerte anunciada" y ahí empezó mi idilio con Gabriel García Márquez. 

Un libro que robé: Nunca he robado un libro porque nunca he necesitado hacerlo. Los libros siempre han estado a mi alcance, ya sea a través de la biblioteca pública, de la del colegio, en casa de mis padres o intercambiando con los amigos. Soy un voraz lector que devoraba libros día sí y día también, y en estos sitios encontré muchos más de los que seré capaz de leer en una vida. Creo que he sido muy afortunado de tener ese acceso a la literatura desde tan joven. 

Un libro que encontré perdido: No puedo recordar ninguno relevante. En realidad sí que he encontrado algunos, en autobuses, en bibliotecas, en salas de hospital... La gente tiende a olvidarse de los libros cuando tiene otras cosas en mente que les preocupa, pero nunca me he quedado ninguno de ellos. Siempre los he devuelto al mostrador correspondiente por si volvían a buscarlo. A saber cuantos de ellos han acabado luego en la papelera. Una vez encontré un libro de Coelho apoyado en un arbol. Lo habían dejado haciendo bookcrosing y llevaba una etiqueta para hacerle el seguimiento por internet. Esa vez pensé que debía ser yo el que lo tirase a la papelera, pero mi bibliofilia me pudo y me contuve. Lo dejé allí suplicando que lloviese. 

El autor del que tengo más libros: Esta es fácil y ya lo he nombrado antes, Terry Prattchet. Acabo de contarlos y tengo 27 libros de él. Aunque de algunos autores tengo bastantes títulos, creo que esta cifra es imbatible por muchos años. Y el otro día vi que había publicado uno más. 

Un libro valioso: No existen para mi los libros valiosos per se. Lo importante es el contenido no el continente, y mi bibliofilia no cae en el fetichismo del coleccionismo o el completismo. Tengo muchos libros y me gusta contemplarlos, pero no porque sean bonitos o me enorgullezca de poseerlos, sino porque me traen recuerdos de sus historias y cuando los miro sueño de nuevo a través de sus cubiertas. 

Un libro que llevo tiempo queriendo leer: La lista es interminable. Tengo en mente cientos de libros que se han ido añadiendo año a año a una relación creciente y que sé que nunca podré abarcar. Los primeros que me vienen a la mente son "La montaña mágica" de Thomas Mann, "El corazón de las tinieblas" de Joseph Conrad, "El astrólogo y el Sultan" de Orhan Pamuk, "Confesiones de una máscara" de Yukio Mishima, "Los pazos de Ulloa" de Emilia Pardo Bazán, "El Conde de Montecristo" de Alejandro Dumas, "El general en su laberinto" de Gabriel García Marquez, "Seis personajes en busca de un autor" de Luigi Pirandello... y así podría seguir hasta el infinito. La vida es muy corta para tanta buena literatura.

Un libro que prohibiría: Si respondiese rápido diría que "Mi lucha" de Adolf Hitler, "El libro rojo" de Mao Tse Tung o cualquier libro de índole religiosa o ideológica que fomentase la exclusión, el pensamiento único o la supremacía de uno sobre otro. Pero si lo medito creo que no debe hacerse con ninguno, pues nos sirve para poder mostrar lo irracional del comportamiento humano. No podemos enseñar lo que es ético sin contraponer lo deshonesto. Ocultar lo que no nos gusta sólo lleva a una nueva repetición por desconocimiento. Es mejor educar que prohibir.

El próximo libro que voy a leer: Esta pregunta es imposible de responder para mi porque cada nueva incorporación a mi lista imaginaria trastoca el orden y recoloca todos de nuevo. Depende siempre de el momento justo de empezar a leer. Si ese día fue agotador en el trabajo buscaré algo ligero. Si fue aburrido algo que me estimule. Si tengo una tarde por delante libre me atreveré con un volumen gigantesco y si tengo tiempo intentaré localizar ese libro que simpre quise leer. Ahora en mi mesilla tengo esperando "El color prohibido" de Yukio Mishima, pero lleva ahí unos meses esperando su turno. Y siempre hay otros espabilados que se le cuelan cuando se distrae. La competencia literaria es una jungla. Incluso en la mesilla de noche.

Y como todo meme, tiene vida propia y debe ser pasado para que crezca y se multiplique. Como no he visto ninguna regla yo se lo pasaré a siete personas, que es un número mágico comunmente asociado a los libros y procurando no repetir a los que ya lo tienen para que lo continúen si les apetece. Y los afortunados son: Observatorio Gay Granatense, Adrianos, Ronronia, Erbitxin, Melvin, Damian y Rober Tenique.