miércoles, 26 de enero de 2011

La indolencia de la multitud


Ayer desayuné con la noticia de que se había convocado una especie de manifestación en Madrid con el nombre de "la cola del paro más larga del mundo". Querían formar una fila de parados que saliese del Congreso de los Diputados y llegase hasta el palacio presidencial de La Moncloa. Según los organizadores, con únicamente 4500 parados se cubriría el recorrido. Sólo se presentaron 300 personas.

He consultado la cantidad de parados registrados que hubo en Madrid en el pasado diciembre y según las cifras oficiales se acerca al medio millón de personas. Me sorprende la poca asistencia, sobre todo teniendo en cuenta que los convocados eran exclusivamente parados y que por tanto no tendrían muchas obligaciones que les impidieran asistir.

No entro a valorar que la convocatoria tuviese una intencionalidad política y que a lo mejor su propósito no fuese realmente reivindicativo. En cualquier caso, y siempre según las intenciones de voto actuales, el 40% de esos parados van a votar al partido de la oposición. Eso nos da una cifra de 200000 personas que comulgan con esas ideas y además tienen razones para protestar. Pero sólo se presentaron 300 personas.

Leónidas juntó al mismo número de espartanos hace 2500 años en las Termópilas.

Por la tarde me fui al cine con Tony y escogimos ver la última película de Clint Eastwood que aquí se ha llamado "Más allá de la vida" (Hereafter). No quiero destriparos la trama pero sí puedo contar que transcurre con tres historias en paralelo que se alternan entre si. Una acontece en Londres, otra en París y una tercera en San Francisco. La película empieza con la trama francesa y para mi sorpresa, a pesar de ser una película doblada, durante toda la secuencia los personajes hablaban en francés. Alguna vez lo he visto hacer en otras películas y tras unas pocas frases cambiaban el idioma o al menos lo subtitulaban. Aquí no. Únicamente francés. Durante 15 minutos.

A pesar de estar repleta la sesión nadie se quejó. Yo salí de la sala y busqué al encargado que me dijo que lo miraría. Cuando regresé la segunda historia ocupaba la pantalla y las voces se oían dobladas. Pero cuando de nuevo la trama francesa apareció, el doblaje o los subtítulos brillaron por su ausencia. Salí de nuevo en busca del encargado y él con toda desfachatez me dijo que lo había consultado y que era "así", pero que lo volvería a preguntar.

Cuando acabó la película, con un tercio del metraje en francés, me dirigí hacia las taquillas para poner una reclamación. Cuando solicité la documentación llamaron de nuevo al encargado y esta vez se disculpó diciendo que se había estropeado la máquina y nos regaló unas invitaciones para volver otro día. 

Me fui de allí bastante enfadado y con Tony intentando calmarme. Pero no estaba enfadado por no haber visto la película en condiciones, sino por la desfachatez con que el encargado me dijo que era "así". Porque a pesar de saber que no estaba en condiciones la estaban proyectando, la habían proyectado y la iban a proyectar de nuevo. Pero sobre todo porque en la sala había 300 personas y nadie más que yo se quejó. Al terminar salieron de la sala como borregos a pesar de haberse tragado más de 45 minutos de metraje en un idioma que no conocían.

¿Qué nos está pasando?

sábado, 22 de enero de 2011

Pimpf


Hoy Pimpf cumple un año. Y eso equivale a la mayoría de edad.

Porque escribir un blog durante un año requiere tener una constancia y una madurez que no todos tienen. Y más haciéndolo como lo ha hecho él, escribiendo 445 entradas en ese tiempo.

¿Y quién es Pimpf? Pues un gallego con morriña de su tierra pero que sin embargo disfruta de cada momento de su vida en Madrid con una sonrisa en la boca, la ironía siempre presta y la palabra fácil.

Lo descubrí cuando yo era un recién llegado a la blogosfera. Empecé a leerle por mayo y desde entonces no he dejado de hacerlo habitualmente. Pronto empecé a comentarle. Primero tímidamente y luego con más soltura hasta tener la sensación de que le conocía personalmente. Y ese momento llegó.

A finales de octubre me iba yo de viaje a Vietnam y fui a Madrid para coger un avión que me llevase hasta allí. Y cuando le dije que iba para Madrid y que pasaría unas horas allí, inmediatamente se ofreció a quedar conmigo y conocernos más allá de un monitor. Y eso a pesar de ser un día laboral y tener que escaparse del trabajo. Quedamos en la Puerta del Sol, como corresponde a todo buen turista que se acerque a la capital. Yo con mi mochila y él con su sonrisa.

Nos fuimos a comer cerca de Santa Ana y nos tomamos unas cervezas después en una terraza, sorprendentemente soleada para esa época del año, en la Plaza Vázquez de Mella. Fueron casi tres horas las que estuvimos juntos hablando y que a mi se me pasaron volando. Fue un prólogo perfecto para iniciar una vacaciones soñadas.

Hoy su blog cumple un año y para celebrarlo ha creado unos premios que ha entregado a lo largo de esta semana. Dieciséis categorías nada menos. Un trabajo ímprobo. Y yo tuve la suerte de estar nominado en seis de ellas.

A lo largo de tres días ha desgranado sus premios con la expectación de los que le seguimos asiduamente. El primer día se entregaban dos de los premios en los que estaba nominado. El primero al "Comentarista Fiel" lo perdí frente a Christian, otro buen amigo, pero el segundo a la "Mejor Fotografía" me lo dio a mi. Una sonrisa tonta se me quedó en la cara cuando lo leí, porque junto con viajar, la fotografía es una pasión para mi.

No soy fotógrafo ni he leído nunca un libro sobre el tema. Tampoco he seguido cursillos ni nadie me ha enseñado. Soy un autodidacta que aprende poco a poco a base del método más científico que existe: prueba-error. Prácticamente todas las fotos que publico en mi blog han sido tomadas por mi. No siempre publico las mejores, sino las que más me inspiran lo que escribo, pero siempre las escojo con mucho mimo entre cientos de ellas. A veces tardo mucho más tiempo en escoger la que encabezará la entrada que lo que me ha costado escribir el texto. Por eso ver que Pimpf se haya fijado en ellas me ha emocionado.



El segundo día tenía dos candidaturas más. La primera al mejor "Blog Cultureta" y que se llevó Adrianos por esos post sobre teatro, arte, música, arquitectura y viajes a lo largo del mundo con los que nos deleita habitualmente. Nada que objetar. Son buenísimos. Pero el segundo sí que fue una gran sorpresa para mi. El verme nominado en la categoría al mejor "Blog LGTB" ya me dejó asombrado, porque escribir lo que pasa por mi cabeza nunca pensé que sería algo más que un diario personal en el que plasmar mis frustraciones y una forma de sacar de mi lo que me reconcomía por dentro. Es cierto que siempre he pensado que quizá el camino que yo estaba siguiendo algún día podría servirle a alguien. No como guía, pero sí para evitar mis errores. Pero era una idea abstracta. Una entelequia. Y verme premiado en esta categoría me dejó sin habla y con los ojos saliéndoseme de las órbitas.



El tercer día optaba a dos candidaturas más. La primera al "Mejor Post" por mi entrada "La cometa" y que ganó Romek Dubczek por su magnífico post "Mi hipotálamo vs el hipotálamo de los demás". La segunda era al mejor "Blog Español". Estar nominado en esta categoría es ya un honor, sobre todo visto quienes eran mis compañeros de viaje. El que lo ganase Thiago creo que no extrañó a nadie, pues sus post diarios son un alarde de ingenio, originalidad y variedad, sobre todo después de llevar casi cuatro años publicando sin parar.

Hubo muchos más premios y premiados, pero creo que deberíais pasaros por allí, descubrir quienes fueron y de paso disfrutar de la encantadora personalidad del autor del blog.

Muchas gracias por cumplir un año Pimpf.

lunes, 17 de enero de 2011

Saigón


Tras una semana bajo la lluvia en Hue y Hoi An me despedí de mis amigos. Ellos volaron hacia Ha Noi antes de regresar a España y yo me dirigí a Ciudad Ho Chi Minh, la antigua Saigón. Llegué a media tarde con la ilusión de salir a dar una vuelta pero la lluvia me estaba esperando allí también, una lluvia torrencial que anegaba las calles y que me quitó la idea de la cabeza.

Me quedé en mi habitación oyendo el golpeteo rítmico en la ventana y para matar el tiempo encendí mi netbook y me puse a navegar por la web sin rumbo fijo. Leí algunas noticias, ojeé algún blog y busqué información sobre Saigón. Ya aburrido se me ocurrió que alguna de las páginas de perfiles en las que estoy suscrito son internacionales y podría echarle un vistazo a los chicos vietnamitas. Al menos me entretendría un rato. Y disfrutaría, que los orientales me parecen muy guapos.

A la mañana siguiente el sol brillaba y salí a caminar. Me dirigí hacia el museo de la guerra, una de las visitas obligadas de Saigón. Después de una vida conociendo la guerra de Vietnam a través de los ojos norteamericanos sorprende verla a través de la mirada vietnamita. Es una guerra diferente en la que el ingenio se agudiza para hacer frente a la tecnología y en la que el sufrimiento se palpa en cada rostro. Miles de fotos muestran los resultados del agente naranja sobre la población y como todavía, hoy en día, nacen muchos niños con malformaciones debido a él. También se pueden ver fotos de los bombardeos indiscriminados con napalm sobre los poblados y de las matanzas de My Lai y My Khe entre otras. Las caras de campesinos torturados y mutilados te miran desde el dolor y la desesperanza. Es la otra cara de la moneda.

Nada más salir me encontré con Dien, un conductor de rickshaw que me acompañó un rato intentando que lo contratara durante todo el día. No lo hice porque prefería caminar, pero juntos nos reímos durante todo el camino mientras nos acercábamos al parque junto a la basílica de Notre-Dame. Su sonrisa ilustra esta entrada.

El parque estaba lleno de gente joven que se escondía del calor bajo la arboleda. Grupos de estudiantes charlaban animadamente y me miraban con curiosidad. No hay muchos occidentales que anden solos por los parques. Y menos haciendo fotos.

Rodeé la basílica hasta la puerta de la estación de trenes y allí me abordaron cuatro estudiantes que con cara muy seria y con un tono muy formal me preguntaron si podían hacerme unas preguntas para un trabajo escolar. A pesar de avisarles sobre mi pésimo inglés acepté. Todo excitados sacaron una cámara de vídeo y me grabaron durante la entrevista. Empezaron por preguntar de donde era, y al conocer mi nacionalidad española me preguntaron por las fiestas típicas de aquí. Una vez cumplidos los trámites preliminares entraron al trapo, y a bocajarro me interrogaron sobre mi opinión sobre el sexo prematrimonial. Solté una carcajada y sólo pude responder que me encantaba. El resto de preguntas versaron todas sobre pornografía y sexo, aunque les faltó preguntarme por la homosexualidad. Eso era demasiado para ellos. Respondí como pude a todas las preguntas y se despidieron con una gran reverencia. Espero que realmente fuera para un trabajo escolar y no sea ahora el vídeo de moda del youtube vietnamita.

El siguiente sitio a visitar era el antiguo Palacio Presidencial de Vietnam del Sur durante la guerra contra los Estados Unidos, pero como estaba cerrado por ser la hora de comer, paré una moto y fui a ver la Pagoda del Emperador de Jade, un templo de construcción china y tradición taoísta. Su atmósfera oscura y opresiva oculta cientos de esculturas de dioses y héroes con rostros grotescos y miradas saliéndose de las órbitas. El humo acre de las varillas de incienso impregna el lugar y se respira un ambiente cargado de religiosidad y meditación.

Con otra moto regresé al Palacio Presidencial. Su imagen clásica aparece en todas las películas sobre la época. Desde aquí el gobierno de Vietnam del Sur dirigió la guerra y la imagen de los tanques del Vietcong atravesando la verja de entrada y poniendo fin a la guerra dieron la vuelta al mundo. Ahora se le llama Palacio de la Reunificación y se conserva igual que estaba en aquel abril de 1975. De construcción funcional, sus salas de reuniones vacías y sus espacios diáfanos me dieron una sensación de falta de vida y frialdad absoluta. En la terraza un helicóptero norteamericano recordaba a los que despegaron desde aquí huyendo minutos antes de que  las tropas del Vietcong arribaran triunfantes.

Pero quizá lo más interesante del Palacio sea su parte subterránea. Un entramado de habitaciones dentro de un bunker repleto de salas asépticas y olores hospitalarios desde donde se controlaba la guerra. Los mapas de la época y los teléfonos aún se encuentran ahí junto a las enormes radios y los pasillos interminables. Casi puedes imaginar las reuniones de los últimos días y oír las botas militares resonando en las paredes.

Anochecía y paseando me dirigí a la zona más moderna de la ciudad, donde entre modernos hoteles y rascacielos pude admirar el edificio del Comité Popular y la Opera. Frente a este último docenas de geishas paseaban arriba y abajo por la avenida dando vueltas una y otra vez. Pensé que era un desfile de modelos pero no había ní música ni la gente se paraba a verlo. Me senté un rato a contemplarlas y de repente de una calle lateral salieron dos mochileros occidentales corriendo, seguidos por varias cámaras de televisión y una cohorte de guardaspaldas que mantenían a los curiosos a raya. Era un programa de televisión de los que hay que superar pruebas, y debían encontrar a una geisha en concreto entre las decenas que había para conseguir la pista que les permitiera avanzar. Cinco minutos después salieron de nuevo corriendo y las geishas empezaron a quitarse los disfraces.

Cené en un puesto callejero camino del hotel y pasee entre las improvisadas tiendas. Tras darme una ducha reparadora me conecté a Internet, contesté varios correos y como no tenía sueño entré en la página de perfiles del día anterior para matar el tiempo. Pero los ojos se me abrieron de par en par cuando descubrí que en la bandeja de entrada tenía más de setenta mensajes de chicos de Saigón queriendo quedar conmigo. Y algunos muy guapos.

























lunes, 10 de enero de 2011

Una mariposa del pasado


Hay quien dice que la vida es cíclica. Hay quien cree en el karma. Hay quien piensa que todo lo que hacemos afecta a muchas personas aún sin proponérnoslo. El efecto mariposa. Y hoy he visto un ejemplo de ello.

Paseando por la calle esta tarde, un hombre se me ha quedado mirando y tímidamente me ha dicho "¿Parmenio?" Yo he salido del ensoñamiento en el que iba sumido y me he parado. Aunque su cara me sonaba vagamente no recordaba quien era. Le he respondido afirmativamente y supongo que viendo mi cara inquisitiva me ha preguntado "¿No me recuerdas?" "No, lo siento, no soy capaz de situarte"

Fundido en negro y flash back en color sepia.

Hace 25 años yo era un jovencito de 17 años a punto de terminar sus estudios escolares. Entonces solía salir casi todos los sábados por la noche con mis amigos. No me perdía ninguna si podía evitarlo. No recuerdo la fecha exacta, pero debió ser unos días antes de las Navidades del 85, porque recuerdo el frío y las bufandas.

Esa noche estábamos en la puerta de una discoteca esperando a entrar. Había una fiesta dentro y la calle estaba muy animada. Entonces no se hacía botellón como ahora, pero solíamos llevarnos petacas con un whisky muy malo que era lo único que podíamos pagar. Yo estaba con un amigo sirviéndonos un poco cuando vimos un follón un poco más abajo, en la esquina de la calle. Una pelea pensé. Pero no se oían los típicos ruidos de golpes, los gritos, las carreras, los amigos acudiendo. Y me acerqué a ver que ocurría.

Un chico estaba borracho y varios amigos intentaban calmarlo porque se le veía muy agresivo, dándole patadas a los cubos de basura y a los coches aparcados. No sabía quien era pero lo conocía de vista. Iba a mi colegio y tenía un par de años menos que yo. A varios de los que le intentaban apaciguar sí los conocía. Uno de ellos se separó y al verme se me acercó a saludar. "¿Borracho?" le pregunté. "No. Se ha muerto su padre".

No recuerdo que fue lo que me pasó por la cabeza en ese momento pero me acerqué a él, lo abracé fuerte hasta inmovilizarlo y me puse a hablarle al oído mientras nos alejabamos de allí. Sus amigos sorprendidos nos seguían a distancia. Estuve como un cuarto de hora hablando con él. Los dos abrazados. Susurrando en su oído. Poco a poco se fue relajando y su agresividad se tornó en un llanto incansable. Ya no era yo, sino él, quien me abrazaba fuerte con su cabeza en mi hombro.

Cuando por fin pudo detener el llanto nos separamos, le cogí la cara con mis manos y le pregunté si ya estaba mejor. Él con la cara todavía humedecida afirmó con la cabeza y le dije que lo mejor que podía hacer era entrar a la discoteca y distraerse. Me dio un último abrazo y sus amigos se lo llevarón dentro. Fue la última vez que lo vi.

Uno de sus amigos se me acercó y me preguntó por lo que le había dicho para conseguir que se calmase. No se lo dije. En realidad no se lo he dicho nunca a nadie.

Primer plano de mi cara. Vuelve el color y estamos en el presente. Yo tengo menos pelo.

"Soy Wences y hablaste conmigo el día que murió mi padre"

Y todo aquel día volvió a mi memoria. No se porqué ese recuerdo se mantiene tan fresco en mi cerebro a pesar de no haber pensado en ello desde hace un cuarto de siglo. Como si hubiese sido ayer. La memoria es caprichosa.

Nos sentamos a tomar unas cervezas y me contó que le había ido muy bien. Que estaba casado y que tenía dos hijos. El mayor de casi diez años. Me dio las gracias por esa noche de hacía 25 años y me invitó a las cañas. Le dije que no hacía falta, que lo hice encantado. Se puso serio y me dijo que sí que hacia falta, porque aquella noche él estaba muy mal. Que por su cabeza pasaron ideas suicidas y que fue lo que le dije al oído lo que le permitió seguir viviendo.

Me quedé callado. Me abrazó y se despidió. Pero antes de irse se dio la vuelta y me preguntó "¿Era cierto todo lo que me dijiste?

Tardé un par de segundos en responder: "No, todo era mentira. Me lo inventé"

Sonrió y me dijo adios con la mano.

lunes, 3 de enero de 2011

Sus Graciosas Majestades


Mis primeros recuerdos sobre los Reyes Magos se remontan a mis cinco años. Entonces todo ilusionado les pedí un enorme garaje de tres plantas y multitud de rampas por los que deslizar los dos coches que incluían. El día seis de enero acudí raudo al árbol con el nerviosismo de la edad y cuando abrí el paquete sólo había un coche, pero ni rastro del edificio soñado. Era el año 73 y la crisis del petróleo empezaba.

Un año después empecé a ir al colegio. Primero de primaria , o Educación General Básica que lo llamaban entonces. En aquellos años vivía en Barcelona y para ir a clase tenía que madrugar y coger un autobús que tardaba una hora en hacer el recorrido. Yo era el primero en subir por la mañana y el último en bajar por la tarde. Dos horas diarias de autobús para un niño de 6 años.

Era como mi pequeño feudo y allí conocía a todo el mundo. Un día, cuando llevaba dos meses escasos de aventura escolar, un niño mayor que yo se me acercó y sin darme tiempo ni a saludarle me espetó: "Los Reyes Magos son los padres". Lo negué con la cabeza y él lo repitió con una mueca triunfal. Llegué a casa y muy fríamente se lo pregunté a mi madre. Y no pudo o no supo negarlo.

Tuve que convivir con el secreto de mi desilusión infantil hasta la pubertad, viendo como mi hermano pequeño soñaba mientras escribía la carta a los Reyes Magos y yo tenía que hacer la mía junto a él. Me tocó sentarme en las rodillas de muchos Reyes falsos a los que miraba a los ojos con dureza buscando a la persona bajo las barbas mientras disimulaba ante mi hermano. Más de uno se sintió nervioso al ver como le miraba y me traspasaba a otro Rey como si le quemase.

Rara vez tuve los regalos que pedía, pues la publicidad nos deslumbraba con juguetes demasiado caros para la economía familiar. Aprendí a no esperar con ilusión los regalos y a conformarme con lo que me tocaba. Mis amigos solían fantasear con los miles de regalos que iban a recibir y yo callaba.

Hace dos años por estas fechas yo acaba de dar el primer paso en mi aceptación como gay, tal como conté aquí. Estaba confuso y sólo pensaba en que se no se me notase. Ese año no pensé en regalos ni en propósitos y lo único que le pedí a los Reyes Magos era paz mental. Poder descansar de la vorágine que me desestabilizaba. Una vez más no cumplieron con su parte y en mi aprendizaje de esta nueva vida casi me puse enfermo irreversiblemente.

Han sido dos años brutales para mi estabilidad mental. Mi rendimiento en el trabajo ha caído en picado porque no puedo concentrarme. Mi jefe no me ha dicho nada pero veo que cosas que antes hacía yo ahora se lo encargan a otros. Y lo entiendo. Estoy siempre dándole vueltas a mi situación intentando encontrar una salida. Y cruzo puertas y puertas pero siempre hay más.

Empecé estas navidades con un deseo solamente para pedir a los Reyes Magos, que fuesen unos días tranquilos en los que poder descansar un poco de mi. Cenar en familia, reír todos, disfrutar de los regalos de mis sobrinas, salir con los amigos por la noche, incluso ir de nuevo al ambiente algún día. Pero me he encontrado que mis amigos (heteros todos) se "han hecho muy mayores para esas cosas" y se quedan en casa con sus hijos pequeños y ya no salen ningún día. Tony se ha ido a visitar a su familia y no volverá hasta después de Reyes. Y mi padre, en su línea habitual, montó un número de gritos y desplantes que culminó en la Nochevieja hasta hacer el ambiente familiar irrespirable.

Después de las uvas me fui de casa de mis padres. No podía estar más tiempo ahí, entre reproches y gritos. Tampoco tenía amigos para salir. Ni heteros ni gays. Nadie. Me senté en un parque a mitad de camino y observé a un grupo de jóvenes que acudían a hacer botellón. Iban felices, ajenos a mi presencia. Se felicitaban y se daban besos. Y yo, con las manos en los bolsillos, noté como se me anegaban los ojos.

Permanecí una media hora en el banco, casi a oscuras, hasta que el frío hizo que se me congelasen las lágrimas. Y me fui a mi casa.

Feliz año nuevo.

Me ha costado 42 años entender porque a los Reyes Magos les llaman Su Graciosas Majestades, y es que sus "gracias" me han acompañado toda mi vida. Cada vez les he pedido menos y cada vez me han negado más. Ahora prácticamente no tengo amigos y mis padres no se hablan. Ya casi no me atrevo a pedir.

Sólo os pediré una cosa más en mi vida.

Por favor, dejadme en paz.