domingo, 13 de septiembre de 2015

Mi esposo


Hoy hace una semana.

Es el tiempo que he necesitado para que mis manos dejen de temblar y no resbalen entre las lágrimas del teclado.

Te conocí hace 6 años por esta mismas fechas y la primera vez que quedamos en tu casa me sonreíste desde la puerta. Esa sonrisa. Yo no lo sabía en ese momento, pero todo el mundo se deshacía cuando sonreías. Contagiosa, calmante, acogedora, narcótica... preciosa.

No hacía ni tres meses que me había atrevido a admitir que podía ser gay y mi experiencia era casi nula. Te dio igual. Sonreías. Y lo hiciste fácil.

Quedamos más veces. Al principio esporádicamente, después regularmente. Años más tarde me explicaste que cada vez intentabas sorprenderme, mantener mi interés, guiándome, como a un niño al que descubrir el mundo le embelesa y que aunque no lo comprende no puede dejar de sentirse fascinado.

Me fuiste robando mi tiempo, sutilmente, sin que yo me diera cuenta. Tu ya lo sabías, yo necesité eones para darme cuenta. Las citas en tu casa se convirtieron en salidas al cine. Más tarde en vacaciones juntos y en vernos varios días por semana. Mis fines de semana se convirtieron en tuyos y las horas de conversación al teléfono en adictivos dulces. Hasta que por fin fui totalmente tuyo.

Hoy hace una semana que tu corazón dejó de respirar.

Han sido dos meses, desde que el 7 de julio una parálisis repentina te llevó al hospital. No sabían que tenías y tardaron quince días en acertar con el diagnóstico: un linfoma agresivo. Dos meses de acompañarte en esa habitación de aislamiento donde la quimioterapia te debilitaba poco a poco. Pero seguías luchando a pesar del dolor, de las llagas, de los pinchazos y de la impotencia de no poder moverte. La parálisis fue despiadada y te impedía sonreír, pero yo seguía viendo esa sonrisa que me miraba desde tus ojos.

Cuando dos días antes el médico nos dijo que habías derrotado al linfoma y que ya no había células cancerígenas en tu cuerpo lloré de alegría. Pero la vida siempre es cruel y se guarda una última carta para jugar. Tus defensas estaban bajas y un pequeño virus se te llevó en menos de un día.

Fuiste consciente de todo hasta el final. Cuando el último día te subieron a cuidados intensivos ya lo intuías. Con tu única mano disponible acercaste mi boca a tus labios y me besaste a través de la mascarilla. No sabía que sería la última vez. Pero tu sí. Lo sabías. Como siempre.

Durante estos años, medio en broma, me hablabas de de cuando nos casásemos, pero ante mi miedo siempre sonreías y esperabas. Sabías que llegaría. Ahora era yo el que le daba vueltas a la idea de casarnos y fantaseaba con ello. Pero nunca llegué a pedírtelo. No dio tiempo.

Eso no lo sabías.

Te debo todo lo que soy como gay. Fuiste paciente hasta que me atreví a darte la mano por la calle, a que te diera el primer beso en público, a que te presentara a mis amigos heteros a los que sedujiste en cuestión de minutos como un hechicero jugando con su varita, a que te presentara a mis hermanos... siempre paciente, pero siempre sabiendo que ese momento llegaría.

Ahora estoy vacío. Me robaste el corazón, la respiración y la vida. Todo lo que hacía lo decidía pensando en ti. Y ahora te has ido y me encuentro perdido. Sólo lloro.

Me quedan los recuerdos de 6 maravillosos años y miles de fotografías que nos tomamos juntos; la evocación de cientos de planes que hicimos y que quedaron pendientes; el cariño de todos los que te conocieron y que no podrán olvidarte; de tu familia, que ahora es la mía. Y tu sonrisa.

Gracias por todo Tony.

Mi esposo.