lunes, 27 de diciembre de 2010

Promesas


Me prometí que sonreiría toda la noche y que no desviaría la mirada. Me prometí sabores largos y respiraciones profundas. Me prometí juegos de palabras y puzzles de ojeadas. Me prometí no más ventanas frías en mi frente ni pestañas escarchadas. Pero hubo lunas en mi copa y reflejos de risas. Hubo silencios en mis dedos y piernas cruzadas. Hubo ampollas en el paladar y lazadas en el alma.

Me prometí que no creería en dolores y desertaría de pesares. Me prometí horadar la coraza y revestirla de ternura. Me prometí ríos de sorpresas y dedos sin pasado. Me prometí murmullos de albada y luces de neón. Pero hubo riadas de ayeres y pulmones sin alcohol. Hubo conversaciones concertadas y tonos extraviados. Hubo desamparo en la ducha y gritos en la almohada

Me prometí no escribir esto.

Pero sólo hay juramentos quebrantados.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Sapa


Después de todo el día viajando desde la isla de Cat Ba, llegué con mis amigos a la estación de tren de Ha Noi a media tarde. Teníamos billetes para el tren nocturno a Lao Cai, en el norte de Vietnam, un nudo de comunicaciones junto a la frontera china desde donde viajaríamos hasta Sapa, nuestro destino y punto de comienzo de nuestro trekking.

La estación de Ha Noi era un caos absoluto donde se entremezclaban los turistas despistados intentando averiguar desde que andén salía su tren con vietnamitas de todas las minorías regresando a sus casas. Por los rincones la gente se tumbaba en el suelo haciendo pequeñas parcelas de terreno conquistado a las cucarachas y compartiendo con una sonrisa sus escasos alimentos.

Tras varios despistes conseguimos localizar nuestro vagón. Como eramos cuatro habíamos reservado una cabina completa en la parte noble del tren, la que tenía aire acondicionado y que estaba repleta de turistas. No es cara para los estándares occidentales pero es prohibitiva para los sueldos vietnamitas. En la entrada una avispada revisora aprovechaba para vender cervezas a los deshidratados turistas.

Cenamos apretujados unos fideos que habíamos comprado de camino y nos acostamos en las duras literas intentando protegernos del descontrolado aire acondicionado. El cansancio del día y el vaivén del tren me arrullaron hasta caer en un sopor que se prolongó durante toda la noche con pequeños episodios de despertares intranquilos.

A las cinco de la mañana la ronca voz de la revisora nos despertó bruscamente diez minutos antes de llegar a nuestro destino. Con los ojos legañosos abandonamos el tren y salimos de la estación. Allí vi por primera vez a Quain, el que sería nuestro guía y amigo los próximos días. A pesar de la oscuridad que nos rodeaba su sonrisa parecía iluminar el aparcamiento de la estación.

Tras una hora y media en una furgoneta con más pasajeros que asientos, bajo una lluvia intensa y con un frío que se metía en los huesos, llegamos practicamente ateridos a un pequeño hostal donde nos ofrecieron una ducha de agua helada y unas toallas húmedas para que nos aseáramos un poco. Ya a punto de coger una pulmonía nos bajamos al comedor donde nos esperaba un Pho caliente junto a una crepitante chimenea.

Por fin la lluvia paró y salimos de trekking con Quain. Llamarlo trekking es un poco presuntuoso, porque con el frío las chicas pidieron algo suave y ligero, lo que lo convirtió en un simple paseo por los campos y pueblos de alrededor.

Quain tiene 24 años y una alegría en el cuerpo contagiosa. Caminaba con nosotros y se detenía junto a una flor a mirarla con deleite. Si nos encontrábamos una casa donde vendían algo, él era el primero en tocarlo todo, como un niño grande que disfrutaba por salir de excursión. Se probaba toda la ropa que veía. Intentaba hacer sonar todos los instrumentos. Si veía que mirábamos algo con cara de sorpresa, rápidamente nos contaba historias sobre sus costumbres y sus usos. Una vez paramos a tomarnos un té en un una especie de cantina local que tenía un mono atado en la entrada y su risa nos contagió a todos mientras jugaba con el mono y unos trozos de plátano.

Nos contó que era su último trabajo como guía. Su mujer vivía lejos de allí y él acompañaba a los grupos de turistas durante varios días y regresaba a casa cuando podía. Pero acababa de tener un hijo y ya no podía seguir con esa vida. Tenía que ser responsable y volver cada noche a casa como un buen marido. Su voz temblaba al decirlo y un deje de tristeza se traslucía en sus ojos. Se notaba que disfrutaba con su trabajo y pensar en meterse en una oficina le carcomía por dentro. Y cada paso que daba con nosotros lo disfrutaba como si fuese el último.

Vimos unos cuantos pueblos fuera de los caminos y le dijimos que queríamos acercarnos a alguno. Nos miró y con una sonrisa nos dijo que no eran para turistas porque el acceso era muy malo. Insistimos y rápidamente nos encontramos con el barro hasta las rodillas pero con nuestro orgullo intacto. El pueblo, todo de madera carecía de todos los servicios básicos pero disponía de uno que lo hacía especial: un grupo de niños que correteaba a nuestro alrededor, nos tiraban de la ropa, gritaban, se revolcaban por el barro, nos imitaban y se reían sin parar. Cuando nos alejamos los miré con envidia de su inocencia infantil.

Regresamos a Sapa y mis amigos se fueron de compras. Yo había visto carteles que anunciaban masajes y le pregunté a Quain por algún sitio bueno pero que no fuera sólo para occidentales. Me acompañó lejos de la zona turística y entramos en una antigua casa de baños tradicional de la etnia de los Dao Rojos, una de las minorías de la zona. Me acompañaron hasta una cabina con una cortina tras la cual dos barriles enormes me estaban esperando. Uno estaba lleno de agua caliente. Casi hirviendo. El otro estaba vacío y tenía una manguera conectada a un grifo por el que salía agua helada. Me desnudé y me introduje en el de agua caliente hasta adoptar una posición en cuclillas, tal como hacen los vietnamitas. Cerré los ojos y me dejé llevar por los vapores que emanaban.

Media hora después un chico me explicó por señas que saliese ya y pasase a darme el masaje. Me cambié de barril y el agua helada me sacó rápidamente de mi sopor. Con una toalla como única vestimenta y con mis ropas en la mano atravesé el salón de té bajo la atenta mirada de los parroquianos hasta alcanzar un tatami con un futón donde me tumbé boca abajo esperando al masajista. Cinco minutos después llegó una chica delgada y pequeña que me hizo colocarme boca arriba. Me desató la toalla y su boca se abrió con sorpresa mientras retrocedía asustada. La miré sorprendido y por gestos me indicó que me pusiese el calzoncillo.

Una vez resuelto el "pequeño problema técnico", inició el masaje a mis doloridos músculos. Se subió sobre mi y caminó por mi espalda. Retorció mis brazos y recorrió mis piernas pulsando con fuerza en cualquier sitio que me pudiese doler. Golpeó con saña todos mis músculos hasta conseguir dejarme a su merced. Y lo logró.

Salí de allí con paso vacilante notando el movimiento de todos mis músculos bajo la piel. El frío nocturno me hizo encaminarme hacia unas luces que se veían en la lejanía. Era un mercadillo bullicioso y repleto de pequeños puestos. Tras observarlos unos segundos me refugié bajo una tela que hacía las veces de carpa y pedí un té verde que sujeté entre mis manos heladas, cerré los ojos y me dejé llevar por la noche y sus sonidos envolventes.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Ignominia


Tras dos días remontando el río Mekong en barco, el autobús que me llevaba hasta Phnom Penh, la capital de Camboya, entró en la ciudad sobre las dos de la tarde. Observé con curiosidad las calles desde mi ventanilla hasta entrar en una plaza repleta de pequeños puestos y abarrotada de gente. Tras abrirse paso con dificultad entre la multitud se paró en una calle lateral frente a lo que parecía ser una sencilla estación de autobuses: un mostrador con dos ventanillas y unas mesas donde sentarse a esperar mientras tomas algo de la nevera portatil que exhibía un chico de unos diez años. Unos ventiladores en el techo intentaban aliviar un poco la sensación de bochorno.

Mientras se abrían las puertas del autobús y los de delante descendían lentamente, una multitud de chicos jóvenes saltaban detrás de una valla con gestos grandilocuentes compitiendo entre ellos para ganar nuestra atención. Ofrecían sus servicios como conductores de motos y tuk-tuks para llevarte a agún hotel donde les dieran comisión. Me fije en uno de ellos que me sonreía y me hacía gestos de que se quedaba con mi cara. Me reí y él se rió conmigo.

Ya con la mochila a la espalda y la pequeña mochila de la cámara de fotos en el pecho me dirigí hacia él. Regateamos entre bromas y le pregunté que si podría ir en la moto con las dos mochilas. Puso cara de extrañeza por mi pregunta y me dijo que no había problema. Y me monté. Atravesé la ciudad mientras pensaba que en cada esquina íbamos a volcar desequilibrados por el peso de mis mochilas, pero cada vez que la moto se inclinaba demasiado su cuerpo contrapesaba lo suficiente hasta lograr de nuevo la verticalidad.

Quedaban pocas horas de luz y tras darme una ducha rápida en el hotel cogí otra moto que me llevó a la antigua prisión S-21 "Tuol Sleng". La prisión era un conocido colegio que bajo el régimen de los Jemeres Rojos de Pol Pot se convirtió en prisión secreta y centro de tortura entre 1975 y 1979. Durante esos cuatro años se calcula que pasaron por su celdas entre 14.000 y 20.000 personas. De todos ellos solo 7 sobrevivieron.

Los detenidos eran fichados y fotografiados al entrar y se les inculcaba un reglamento de comportamiento que anulaba completamente su voluntad. Cualquier gesto, cualquier duda al responder o cualquier iniciativa era castigada con latigazos o descargas eléctricas. Incluso los gritos durante las penas eran castigados con más latigazos.

Junto con los detenidos se arrestaba a toda su familia pues el régimen consideraba que eran tan culpables como él. No había distinción ni por sexo ni por edad. Todos eran culpables. Se les acusaba de traición a la revolución y si no confesaban eran torturados. Hasta tres niveles de torturas se les aplicaban hasta que se derrumbaban y confesaban. Todo el sistema estaba creado para lograr el máximo dolor en las víctimas. Los propios guardias no conocían la razón del arresto y si dudaban al inflingir los castigos eran torturados asimismo.

Durante la estancia en la prisión vivían aislados y encadenados por los pies. Asustados. Aterrados ante la siguiente sesión de tortura. Cuando no podían más acusaban a algún conocido que inmediatamente pasaba a engrosar las listas de los detenidos. La rueda giraba y la maquinaria se engrasaba con sangre.

Entré por la puerta principal y me encontré dos patios gemelos. Enfrente mio, los edificios del colegio formaban una "E" cuyas sombras bajo el atardecer cubrían las tumbas de los últimos ejecutados. Cuando el ejército vietnamita entró en la prisión encontraron los cuerpos todavía atados y torturados salvajemente de los últimos prisioneros. Les sacaron fotos para que el mundo no olvidase ese horror y los enterraron allí mismo.

Entré en el edificio de la izquierda y me encontré unas habitaciones desnudas con las camas donde se encontraron los cuerpos torturados. En la pared una foto terrorífica tomada aquél día. Nada se ha tocado desde entonces.

Con el corazón encogido fui entrando en las demás habitaciones. Cada foto y cada tortura era peor que la anterior. No es que no quisieran dejar testigos sino que se habían ensañado con sus víctimas. A conciencia. Con crueldad metódica.

Dejé ese edificio y me dirigí al siguiente donde en interminables paneles pude ver las fotografías que tomaban a los prisioneros cuando ingresaban. Y junto a ellas las fotos de sus cadaveres torturados. Porque para probar que los guardias habían cumplido su trabajo los fotografíaban al terminar con ellos.

Paseé entre ellos y me fijé en sus miradas. Alguno incluso sonreía a la cámara sin imaginar lo que le esperaba. Había cientos de fotos. Miles. Y todos fueron torturados. El solo pensamiento bastaba para revolver el estomago. Una mujer contemplaba las fotos mientras se tapaba la boca con un pañuelo. Sus ojos brillaban vidriosos. De repente salió fuera y se sentó en un banco a respirar lejos del aire malsano de los expositores. Su marido la siguió y la abrazó. Me daban la espalda y no podía verles las caras, pero sus cabezas apoyadas una contra otra mientras ella temblaba fue suficiente.

Abandoné el edificio y me interné en el siguiente patio. Aquí el edificio principal se encontraba cubierto de alambre de espinos para evitar que pudieran salir los prisioneros. Dentro de las antiguas aulas colegiales se habían levantado toscos muros de ladrillos que dividían en pequeñas celdas las salas. Paseé entre ellas y me introduje en una. El espacio era diminuto. Cerré los ojos e intenté imaginarme lo que habrían sentido entre aquellas paredes, torturados, oyendo los gemidos de sus compañeros y con los pies inmovilizados por un cepo, pero la cordura humana impide imaginar tanto horror.

Las siguientes salas mostraban más fotografías. Las miraba una a una hasta que me di cuenta de que no podría nunca verlas todas. Sentí que los traicionaba un poco si no los miraba pero el número era inabarcable. Con una mirada a mi espalda me adentré en otra sala donde se podían contemplar algunos de los ingenios de tortura que habían utilizado los jemeres rojos para arrancar sus confesiones. Unos cuadros en las paredes mostraban recreaciones de ellas. Fueron pintado por Vann Nath, un reconocido pintor camboyano. Si buscáis su nombre en "Google Imágenes" encontraréis muchos cuadros que os darán una idea de lo que fue vivir en ese infierno. Vann Nath fue uno de los 7 afortunados que sobreviviron a la prisión.

Salí al patio ahíto de horror y los gritos espontaneos de unos niños jugando ajenos a lo que allí ocurrió me hicieron despertar de mi ensimismamiento. La prisión está ahora abierta al público y los camboyanos entran gratis. Los niños correteaban y saltaban riéndose sin parar. Esos gritos de diversión infantil son el mejor remedio que podía encontrar después de contemplar lo bajo que podía caer el ser humano.


domingo, 12 de diciembre de 2010

Momentos


Llevo varios días pensando en escribir alguna entrada sobre mi viaje a Vietnam y Camboya, pero cuanto más pienso sobre ello menos encuentro la forma. Y la razón es que no ha sido un viaje de lugares sino un viaje a través de personas y sentimientos. No es que lo hubiese planeado así, sino que cada situación se ha dado con independencia de las otras pero a la vez están encadenadas.

Muchos no se podrían entender sin conocer primero otros que me habían ocurrido a veces sólo cinco minutos antes y que me habían afectado. Y no hablo de grandes cataclismos ni momentos espectaculares que supongan una ruptura en mis convicciones. Para nada. Hablo de esa sonrisa que una vendedora de cocos me dedicó un atardecer en Cat Ba, o de Chantou, el profesor de universidad con quien conversé durante horas en un autobús. Hablo de Duy y su moto al anochecer rodeando el lago Ho Tay de Ha Noi, o de Mr. Sai el conductor de tuk-tuk que estudiaba inglés cuando no tenía clientes. Son momentos inolvidables para mi y que me gustaría compartir aquí con vosotros. Pero no encuentro las palabras.

¿Cómo explicar la sensación de éxtasis que me producía el viento en la cara yendo en moto por Saigón cuando en realidad era el calor de miles de tubos de escape contaminando sin parar? ¿Cómo explicar la sensación de tomar un baño tradicional Dzao estando en cuclillas en una tina de agua caliente durante media hora? ¿Como explicar el silencio y el aislamiento que sentí al nadar en la bahía de Ha Long una distancia imposible? No puedo. No sé como. No tengo palabras.

Perdonadme si lo que leéis los próximos días es inconexo o insustancial, pero sed indulgentes porque para mi no lo es. Son recuerdos que me acompañan y que cuando cierro los ojos vuelvo a vivir. Y a sentir.

viernes, 10 de diciembre de 2010

¡Felicidades Theodore!


Se levantó con una resaca espantosa. La noche anterior se había quedado hasta muy tarde y mezcló sin control. Con los ojos cerrados y con la cabeza bajo la almohada se decía que era la última vez, que nunca más lo volvería a hacer. Pero sabía que no era cierto. No podía dejarlo.

Por su mente pasaron fugaces momentos de febril diversión. Los recordaba todos, hasta el más nimio. Y una sonrisa afloró a sus labios resecos cuando la recordó. Era preciosa. Nunca antes había visto una tan espectacular. Mentalmente recorrió sus curvas y en cada recodo sus sentidos se disparaban. Sintió como se excitaba y crecer su deseo.

Se levantó con parsimonia y entre sus párpados entrevió los restos de la noche diseminados por su apartamento. Fue algo épico, homérico. Ella se enroscaba entre sus dedos y el placer fue creciendo a medida que se acercaba a su objetivo. Pero ahora tocaba recoger los restos de la bacanal.

Examinó los rincones con la mirada y su ojo experto detectó lo que podía reciclar y volver a utilizar de nuevo. Las vocales se encontraban desperdigadas alrededor del sofá, muy manoseadas y raídas. Son siempre las primeras en ser usadas. Cerca de la papelera podías tropezar con la X y la W, descartadas rápidamente. La P y la S estaban alineadas encima de la mesa, en formación militar, esperando a ser utilizadas como siempre. Pero esta vez no, se quedaron sin usar a pesar de que durante un buen rato estuvieron a punto de entrar en la selección.

La H a la que tanto cuidadaba y quería por su discapacidad, esta vez se había quedado en un rincón sin hacer ruido. Como siempre. La J se balanceaba de una lámpara donde la arrojó con violencia cuando no supo que hacer con ella. La miró con lástima y la descolgó con cariño. "No quería hacerte daño" murmuró. Descubrió a la D, la Q y la B colgadas del perchero y mirándole con sus ojos muy abiertos. "El otro día fuisteis vosotras. Bodoque. ¿Recordáis?" Ellas sonrieron complacidas y guiñaron sus ojos con complicidad.

La F le enseñaba la lengua con odio mientras la K y la L le daban la espalda despectivamente. "Comprendedme, os quiero mucho pero no puedo estar siempre con vosotras. Sois muchas y os quiero a todas por igual". Oyó entonces a la Z dormida junto al zaguán y ajena a todo el barullo. La recogió con cuidado y la apoyo en la almohada mientras la miraba arrebolado.

Sonrió cuando descubrió a la V y la Y asomando de un vaso. Parecían gemelas y sus brazos en alto le reclamaban un abrazo perentorio. Cuando las cogió la C se dejó caer subrepticiamente y se enroscó en su cuello cariñosamente.

La Ñ carraspeó muy digna desde el atril sabiéndose única y segura de si misma. No tenía problemas de autoestima. Sabía que muchas personas la defendían con denuedo. La colocó junto a sus compañeras y por fin su mirada buscó la palabra que con tanto ahínco había buscado anoche:

Trigémino

Se recreó en su son y lo repitió hasta saciarse. Era una borrachera de sonoridad. Repasó una a una las letras y paladeó su armonía con deleite. Jugó con ella y la imaginó en mil situaciones. Cerró los ojos y recorrió cada pliegue antes de desmontarla y comenzar a pensar cual sería la siguiente.

No podría dejarlo. Nunca. Porque él era Theo y jugaba con las palabras.


Felicidades Theodore :-)


Este divertimento felicitatorio se debe a que Ut y Alforte me invitaron a formar parte de una felicitación colectiva para Theo. De ellos es el mérito de que exista esta pequeña contribución.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Alejandro

 

Alejandro me escribió a principios de marzo con un divertido mensaje. Había visto mis fotos y leído mi larga descripción en un perfil de los que tengo desparramados por internet. Cruzamos unos correos y descubrimos que no vivíamos lejos uno del otro. Me propuso quedar y conocernos. Dudé. En aquellos días yo tenía la cabeza a punto de explotar y los nervios a flor de piel. Pero necesitaba salir de casa y acepté.

Antes de quedar me preguntó que si le apetecía besarme por la calle que haría yo. Me quedé paralizado y le expliqué que prefería que no lo hiciera, que no me encontraba todavía preparado para demostraciones públicas de afecto. Le ofrecí quedar en un bar para tomar algo pero me dijo que prefería pasear. Semanas después me enteré que le acababan de despedir del trabajo y no tenía dinero ni para tomar una cerveza.

Y acudí a su encuentro.

Mi primera visión de él fue recostado en un coche, pensativo y jugando con una llave en la mano. Levantó su cabeza, me vio llegar y sonrió. Le devolví la sonrisa y comenzamos a andar. Nuestros pasos se encaminaron hacia el río y paseamos léntamente por su orilla. A esa hora no había demasiada gente y la fresca brisa hacía que se apresurasen en regresar a casa, pero a mi sentir el frío en la cara me devolvió parte de la vitalidad perdida.

Alejandro tiene 23 años, un piercing en el labio superior y una sonrisa preciosa. Mientras andábamos le miraba a los ojos y descubrí un brillo de alegría contagioso que me encandiló. No paró de hablar. Me contó cosas de su vida y de sus amigos. Me habló de sus series favoritas y de la música que escuchaba. Y sus palabras fueron un bálsamo de tranquilidad. De vez en cuando nos cruzabamos con una pareja acaramelada y los miraba con envidia. Tras pasar una de ellas. Me paré y los seguí con la mirada. Y sin pensarlo le pregunté que si lo de besarme iba en serio. Me sonrió. Me cogió la cabeza y me besó allí mismo.

Fue mi primer beso en un sitio público. En ese momento me dio igual que me viesen. Cerré los ojos y me dejé llevar. Fue una sensación maravillosa.

Desde entonces nos hemos visto muchas veces. Suele venir sin avisar a casa y cuando le abro la puerta su sonrisa ilumina todo a su paso. Tiene un temperamento fogoso y nada más cerrar la puerta se lanza sobre mi y me arrastra a la cama. Lo paso bien con él aunque le encanta el sexo rápido y sin preliminares. Tiene una ingenuidad que me desarma y a pesar de su edad su comportamiento es el de un adolescente. Muchas veces me sorprendo de sus razonamiento tan pueriles y aunque intento explicarle que la vida no es tan simple la mayoría de las veces desecha mis argumentos con una sonrisa pícara e incrédula.

El lunes apareció una vez más por sorpresa, me besó y tras cerrar la puerta me llevó de la mano al dormitorio. Lo pasé bien, como siempre, pero una vez más le intenté explicar que el sexo puede ser todavía más placentero si se disfruta con tranquilidad, y que unos preliminares de besos y caricias pueden hacer más excitantes los momentos posteriores. Se rió, como hace siempre, y con una sonrisa me dijo "lo que pasa es que tu estás falto de cariño". Me quedé sin habla y no atiné a responderle.

Porque lo que me dejó sin habla es que probablemente tenía razón.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Regresar


Regresar es volver a donde uno dejó parte de si. Regresar es sentir de nuevo lo ya vivido. Regresar es hablar con uno mismo para continuar lo interrumpido. Y hoy regreso a mi mismo.

Hace casi mes y medio me despedí con la promesa de volver. Y aunque no puedo vanagloriarme de haber satisfecho siempre mis promesas, ésta sentía que debía cumplirla. Y para ser honrado, no tanto por vosotros como por mi. Supongo que podría calificarse de egoismo y autosuficiencia, pero también de necesidad y carencia.

Han sido unas semanas de viajar y disfrutar de la compañía de mis amigos. Y aunque me siento un poco culpable de pensar así, no puedo evitar creer que cuando ellos se volvieron a España me sentí libre para volar y disfrutar de romper unas cadenas que me agarrotaban.

No se si es que soy un misántropo o simplemente un ingrato, pero han sido dos viajes en uno. Una primera mitad por el norte y centro de Vietnam con mis amigos y una segunda viajando yo solo por Camboya y el sur de Vietnam. Y he disfrutado más la segunda que la primera. Y no podría razonar el porqué, pero sentí una vaharada de libertad que me hizo sentir vivo cuando llegué a Saigón y caminé por sus calles mezclándome con sus olores.

Quizá es el caos de la ciudad el que se identifica con mi mente o son las sonrisas las que tranquilizan mi inquietud, pero sentarme en la calle a tomar un té con ellos mientras millones de motos se entremezclan delante mío formando un cuadro inestable que satura mis sentidos me producía una paz interior que dificilmente podré reproducir aquí.

Aún tengo que ordenar mis recuerdos y clasificar lo sentido, pero imagino que algunas de mis futuras entradas versarán sobre el viaje. Espero que no os aburráis con historias que probablemente no tienen excesivo significado para vosotros, pero que me gustaría compartir porque fueron importantes para mi.

Quiero también dar las gracias a todos los que escribisteis un comentario para despedirme en mi última entrada. La verdad es que me sorprendió tanta participación. Pero fue una sorpresa que me hizo viajar con una sonrisa y la confianza rebosante. Y a los que durante este tiempo me habéis escrito a mi correo, tened paciencia. Estoy intentando responder a todos.

Durante mi ausencia bastante gente se han incorporado a este blog por primera vez. Bienvenidos a todos. Espero que lo que os gustó de mi ausencia no os espante con mi presencia.

Dicen que las guerras terminarían si los muertos pudieran regresar. He estado en Vietnam y he regresado, pero he traído la guerra conmigo. Allí he dejado la paz.

Ahora la debo encontrar aquí.

lunes, 18 de octubre de 2010

Despedida


Hace casi seis meses me senté frente al ordenador y aún no sé por que lo hice, pero escribí la primera entrada de este blog. Era un 20 de abril. Un martes que me encontraba especialmente triste y perdido. Acababa de salir del armario con dos amigos hacía unos días, durante la Semana Santa, y aunque fue bien, el esfuerzo emocional me dejó hundido y sin fuerzas para enfrentarme a la vida.

Pude haber hecho muchas cosas ese día. Incluso tomar decisiones equivocadas. Pero escogí abrir un blog donde verter todo lo que necesitaba contar al oído de alguien que no tenía. Y para mi sorpresa seguí escribiendo en los días posteriores.

Cuatro entradas y cinco días más tarde los primeros comentaristas se acercaron y me dejaron sus palabras. Todavía no sé como se enteraron de mi blog porque no lo publicité ni hice nada para darlo a conocer, pues todavía pensaba en él como en un diario privado. Pero lo agradecí mucho. No os podeís hacer una idea de cuanto.

Desde entonces han pasado seis meses, sesenta y cuatro entradas, 71 seguidores y más de 20.000 visitas. Muchos me habéis acompañado durante este tiempo. Algunos públicamente con vuestros comentarios, que me ayudan, me espolean, me hacen pensar y ver las cosas de forma diferente. Y otros en privado a través de preciosos correos que me emocionan. Existe un tercer grupo, los que leen y no dicen nada pero que sé que están ahí compartiendo conmigo este periplo día a día. A todos os doy las gracias porque vuestra compañía estos meses me ha hecho más llevadera mi vida. 

Ha llegado el momento de dejar de escribir aquí por un tiempo pues hasta yo necesito vacaciones de mi mismo. El jueves cogeré un avión que me llevará al otro lado del mundo. Serán cinco semanas viajando por Vietnam y Camboya. Las tres primeras me acompañarán Roxana y Samuel a los que conocí en la India hace ya dos años. Nos acompañará una amiga suya.

Con ellos recorreré las montañas del norte, haciendo trekking junto a la frontera china y recorriendo los distintos poblados de algunas de las etnias vietnamitas. Descubriré el caos ordenado de Hanoi, viajaremos en sampán durmiendo bajo las estrellas en la bahía de Ha Long y recorreremos el río Tam Coc en pequeñas embarcaciones. Más tarde y ya en el centro de Vietnam pasearemos por las antiguas calles de la ciudad imperial de Hue y difrutaremos del barrio francés de Hoi An y las ruinas de My Son.

Las dos últimas semanas seguiré yo solo con la única compañía de mi mochila y mi cámara de fotos. Pasaré unos días en Ho Chi Minh, la antigua Saigón. Remontaré el Mekong hasta Phnom Penh, la capital de Camboya y me perderé en la jungla entre los espectaculares templos de Angkor.

Necesito estas vacaciones porque han sido dos años de sinsabores y frustraciones. De llorar amargamente y gritar indignado al destino. De sentir como todo en lo que creía se desmoronaba a mi alrededor sin poder yo detenerlo. De observar impotente como he vivido una vida de mentiras y engaños.

Pero también ha sido el tiempo de empezar a construir con nuevos cimientos. De atreverme a aventurarme más allá de mis miedos. De lanzarme al vacío de mis frustraciones para rellenarlas de deseos. De abrazar nuevas ilusiones. De empezar una nueva vida.

No sé como trancurrirá el viaje. Si servirá para serenarme o si será contraproducente porque me dará más tiempo para pensar. No lo sé. Pero sí sé que esta no es una despedida definitiva. Es sólo un hasta luego y un volveré pronto. Un os quiero y un gracias por estar ahí.

Nos vemos de nuevo en diciembre. Si queréis.

viernes, 15 de octubre de 2010

Ambiente (3ª parte)


Ha pasado mucho tiempo desde que fui por última vez al ambiente. Entonces este blog todavía no existía y Calvin estaba planeando irse a Madrid. Más de seis meses. Casi una vida.

Muchos sábados que estaba solo en casa y sin amigos con quien salir me preguntaba por qué no iba de nuevo. Mi intención durante estos meses era conocer gente a través de las páginas de perfiles que fuesen algo más que un polvo de una noche. Gente con la que conectar y hablar de muchas cosas como hacía con Calvin. Gente con la que salir a tomar unas cervezas, a contarnos como nos iba la vida, a reirnos juntos haciendo el payaso, gente a la que abrazarme cuando fuese necesario. Gente que quisiese mi compañía más allá de la cama. Amigos.

Pero fracasé.

Ya escribí hace tiempo una entrada sobre los amigos. Durante este tiempo sólo he encontrado a Tony. Él cubre mi necesidad de abrazos y besos. Me escucha y consuela, pero no sale de copas nocturnas. Y lo entiendo. Él supo que era gay desde muy joven y disfrutó de la noche durante mucho tiempo. Ahora ya no le apetece tanto salir, y sumado a que vive en un pueblo a varios kilómetros y necesita venir con coche hace que prefiera otro tipo de diversiones. Pero yo sí lo necesito. Necesito salir y sacar toda la rabia que hay en mi. Necesito olvidarme un poco de la vida y descargar mi mente de mi mismo. Necesito demostrarme que puedo ser gay en público. Y los bares de ambiente son una tabla de salvación a mi maltrecha autoestima.

Lo que me retraé de ir solo a esos sitios es mi timidez a la hora de abordar gente que no conozco. No soy capaz de acercarme a alguien y presentarme: "Hola, soy Parmenio, ¿cómo te llamas?" Es algo que excede mis capacidades sociales. Tampoco soy hábil en el lenguaje de la miradas. Nunca sé si alguien está interesado en mi o simplemente me mira porque en ese momento he pasado ante él. Tampoco puedo destacar por belleza, capacidad de baile ni juventud. Tampoco. Esa es la palabra que me describe.

Muchos fines de semana tomo la decisión de ir pero mi ánimo enflaquece a medida que las horas pasan mientras espero a la una de la mañana, la hora en la que la gente empieza a salir. Siempre encuentro una excusa para echarme atras y quedarme en casa prometiéndome que el próximo fin de semana sí ire. Pero el siguiente tampoco. Tampoco. Tampoco...

El sabado pasado tome la decisión de ir. Una vez más. Pero la lluvía que caía fue enfriando mi resolución poco a poco. Miraba por la ventana y mi ánimo se tornaba cada vez más sombrio. Me senté derrotado, con la mirada perdida y fui consciente de que muchos andamios en mi interior temblaban por mi cobardía. Notaba crecer la impotencia dentro de mi. Y el dolor.

Y me dije que esa noche saldría aunque no me apeteciese porque estaba a punto de entrar en una espiral de autocompasión especialmente dañina.

Bajo una ducha de agua caliente respiré para intentar serenarme y mezclé las lágrimas con el chorro que recorría mi cuerpo. Léntamente me vestí y salí a la calle para sentir el aire en la cara. Era una noche fría pero mi alma estaba más helada.

Caminé media hora hasta la zona de ambiente y entré en el primer bar que encontré. Aún era temprano y no había demasiada gente. Me pedí una cerveza y mientras disimulaba moviéndome un poco al son de la música observé a la gente como, reunidos en grupos, se reían y bromeaban entre ellos con sonrisas que envidiaba. Aguanté quince minutos eternos, apuré la cerveza hasta atragantarme y salí a la calle.

Lo volví a intentar en otro bar. Esta vez estaba lleno de gente hasta la bandera. Me abrí paso como pude hasta la barra y pedí otra cerveza. Y observé. Un grupo junto a mi empezó a divertirse a mi costa. Supongo que verme solo y cariacontecido en la barra les debió parecer divertido y jugaron un poco conmigo hasta que se cansaron.

Enfrente mío una pareja de 18 años muy acaramelados se decían cosas al oido. Un grupo de treintañeros ruidosos se reían por encima del estruendo de la música y mirase donde mirase la gente estaba disfrutando. A pesar de no estar con el ánimo apropiado pensé que el ambiente del local me gustaba y que si hubiese estado con amigos esa noche me lo habría pasado bien.

El tercer bar al que fui es el que más me gusta. Las pocas veces que he ido al ambiente acabo siempre en él. La música es muy buena y hasta me entran ganas de bailar. El grupo que se estuvo metiendo conmigo en el bar anterior se puso cerca de mi pero yo me alejé un poco. Un chico me miró varias veces pero yo no supe que hacer. Me bloqueé. Igual debía haberle dicho una frase ingeniosa o algo gracioso. Tal vez presentarme. Pero no hice nada. Y él tampoco.

Estuve un par de horas allí y no hablé con nadie. No se puede decir que fuese un éxito de noche, pero rompí con mi bloqueo a ir solo. Lo que no sé es cuantas veces lo podré hacer antes de que me diga a mi mismo que no merece la pena pasar varias horas triste y solo mientras veo divertirse a los demás. Necesito amigos. O los consigo por internet o rompo con mi timidez y me arriesgo al ridículo, pero los necesito antes de que abandone. Y no puedo abandonar.

Ahora no.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Ambiente (2ª parte)


Después de esa primera experiencia bañada en alcohol, pasaron casi un par de meses hasta mi siguiente visita a un bar de ambiente. Por entonces empecé a quedar con Calvin para pasar las noches del fin de semana charlando y bebiendo en mi casa. Una noche un amigo le llamó al móvil y le propuso quedar. El me miró interrogátivamente y le dije que fuera y se divirtiera. Al colgar me preguntó si quería acompañarle. Tras pensarlo sólo un segundo acepté.

Era otra forma de descubrirlo. Esta vez iba acompañado y conocería a algunos gays que quizá podrían llegar a ser amigos en un futuro. Me cambié de ropa y un Calvin crítico me preguntó suavemente si no tenía otra ropa. Me sentí como "pretty woman" y me puse mi ropa más moderna. Calvin se rió y con ironía me dijo que con esa ropa "parecía tres días más joven". Y salimos a quemar la noche.

En un bar nos esperaba su amigo acompañado de otro chico. Nos presentamos y noté como el amigo de Calvin me miraba raro. Curiosamente nos conocíamos de haber hablado por una página de perfiles. Hacía un par de meses le escribí y nos cruzamos unos mensajes, pero pronto tuve la sensación de que no le interesaba y que respondía por compromiso. Una de esas veces no respondió más. Hablamos un rato y me di cuenta de que a ese chico le gustaba Calvin y al verme aparecer con él me etiquetó como un rival. Inmediatamente me odió. Lo noté en su mirada.

Pasé el rato hablando con el "otro amigo" que era hetero y que les había acompañado como gay-friendly que era. Al cabo de un rato se fueron a dormir y yo me di cuenta de que no solo no había conseguido hacer nuevos amigos sino que ahora tenía un enemigo. Y sin hacer yo nada. Y es que a veces la vida es muy cruel.

Nos fuimos a otro bar a bailar y allí por fin disfruté de la noche. Bailo muy mal pero me sentí a gusto y relajado. A pesar de ello noté muchas miradas de extrañeza hacia los dos. Un chico joven y guapo bailando con uno de mediana edad que no destacaba ni por su elegancia, ni por su belleza, ni por su baile. Supongo que más de uno pensó que Calvin era un chapero o que estaba conmigo porque le pagaba las copas. Pero esa noche me dio igual.

Quince días después dos amigos de Calvin vinieron a visitarlo y tras pasar el día de visita turística salimos por el ambiente los cuatro. El mayor tenía pareja pero había venido a divertirse y disfrutar. El más joven, muy guapo y de modales delicados, me gustó de inmediato. Los otros dos hacían bromas para emparejarnos pues este chico acaba de romper con su novio y estaba un poco triste. El chico sonreía por compromiso y no decía nada. En un momento que fueron al baño, Calvin me preguntó que si me gustaba. Y yo mareé la perdiz y no le respondí nada claro. Era tan joven y tan guapo que no concebía que pudiese gustarle yo. Mi timidez y falta de confianza igual me hizo perder una gran oportunidad. Pero no pude dar el paso.

La noche se alargó hasta acabar en la única discoteca gay existente y que tenía poco público esa noche. Nos despedimos al amanecer sabiendo que no los volvería a ver. Yo le miré a los ojos para recordarle y él me miró a mi sonriéndome cansado. Tenía unos ojos preciosos.

Luego Calvin se fue a Madrid a vivir y yo me he quedado con el recuerdo de esas dos noches. En una me gané un enemigo que se ha quedado en mi ciudad. Y en la otra perdí la oportunidad con un chico que no volveré a ver.

Y es que la vida muchas veces se ríe de uno.

lunes, 11 de octubre de 2010

Ambiente (1ª parte)


Fui por primera vez a la zona de ambiente un sábado de febrero. No se que imaginaba que sería pero era un paso que me costaba mucho dar. Podían verme entrar en uno de ellos o incluso algo peor, encontrarme con alguien conocido. ¿Cómo explicarle entonces lo que hacía allí? Se que hay gente que siendo hetera se acerca de vez en cuando por esos bares, pero siempre acompañando a algún amigo que sí es gay. Pero yo no tenía con quién ir. Y lo retrasaba una y otra vez.

Ese sábado quedé con un grupo de amigos para irnos a cenar. El vino corrió a sus anchas y los brindis de chupitos se repetían entre risas cada vez más ebrias. Seguimos divirtiéndonos y tomando copas en un bar cercano y los alcoholes fuertes abarrotaron la mesa de vasos vacíos.

Sobre las dos de la mañana decidieron irse a dormir. El estar todos casados y la mayoría con hijos hizo que las noches de juerga loca se acabaran hace ya muchos años. Mientras andaba hacia mi casa, solo y pensativo, una idea loca me vino a la mente. ¿Y si me atrevía a ir a un bar de ambiente? Estaba muy cerca y me caía de camino. El alcohol me dio el valor que de normal me faltaba.

Entré en el primero que vi. En mi ciudad el número de bares de ambiente se puede contar con los dedos de una mano y aún sobra alguno. Y de este me había hablado un chico por messenger.

Entré un poco intimidado y examiné a la gente que había por si veía a alguien conocido. Me acodé en la barra intentando pasar desapercibido y me tomé una copa de bourbon. Estuve como una hora mirando a la gente con disimulo. No se por qué pero me imaginaba que sería un bar como los de los heteros pero con las parejas del mismo sexo. Pronto me di cuenta que el público era prácticamente masculino y casi no había chicas. Y eso me chocó bastante. Ahora sé que hay bares para gays y bares para lesbianas, pero entonces no lo sabía.

Me pedí otra copa y a pesar de que estaba un poco asustado y temeroso me gustó ver como se besaban muchas parejas. De chicos. Me hizo sentirme a gusto, aunque casi no levantaba la mirada de mi bebida. Al cabo de una hora me cambié de bar y me fui a otro que había oído que a esas horas estaba más animado. Y lo estaba. Abarrotado. Crucé entre el gentío y busqué de nuevo la salvación de la barra. Me pedí otra copa y observé a la gente bailar y reir, saltar y cantar, disfrutar y sentir.

La siguiente hora casi no la recuerdo. La cantidad de alcohol que llevaba ingerida desde la cena me nubló la vista, la memoria y el sentido. Pero recuerdo cuando encendieron las luces de la sala para cerrar y entre la bruma apareció Dave. Aún no os he hablado de él nunca, pero lo haré en el futuro.

Con cara de asombro se me acercó y me dijo que no se terminaba de creer que estuviese allí. Creo que le respondí algo, me pasó un brazo por el hombro y me sacó fuera. Pidió un taxi y me acompañó a casa. Eso es lo último de lo que puedo acordarme.

A la mañana siguiente me desperté en mi cama y entre los gemidos de una resaca de garrafón recordé a Dave en el taxí conmigo. Le mandé un mensaje y me llamó. Me dijo que me había llevado medio borracho a casa, que nos metimos en la cama los dos y que antes de que pasase nada me quedé dormido en sus brazos.

El se despertó antes porque tenía que trabajar y se había ido hacía ya un par de horas, pero entre las sábanas apareció parte de un piercing que le arranqué del pezón en el frenesí alcóholico. Lo miré y sonreí.

Y luego me tomé una aspirina antes de meterme en la cama de nuevo.

sábado, 9 de octubre de 2010

Una fiesta al anochecer



Me he levantado sin planes para este fin de semana. Estaba pensando si esta noche me animaba a darme una vuelta por ahí yo solo cuando he empezado a recibir invitaciónes para acudir a fiestas.

La primera me ha llegado de Gary Rivera, mi alquimista favorito, que me ha invitado a una fiesta relajante en un playa privada disfrutando del sabroso Pisco Sour y al ritmo del Verano Azul de Juan Magán. Blanco y arena. Mar y gafas de sol.

La segunda me viene de Sergio, que desde su Imaginarium nos abré las puertas de su casa para que pasemos una tarde divertida con Tito&Tarantula y su After Dark. Además se ha currado un número erótico-ofídico a cargo de Salma Hayek mítico e inolvidable.

Y Pimpf me sorprende con una fiesta a ritmo francés y el "Alors on danse" de Stromae que me encanta y que promete una noche irrepetible y sugerente. Es posible que hasta me suba encima del altavoz y baile sin camiseta.

Y eso me lleva a la obligación de hacer mi propia fiesta para demostrar que puedo ser aún mejor organizador que bailarín improvisado. Lo primero era encontrar el lugar adecuado, y teniendo en cuenta mi edad, el sitio perfecto era un parque de atracciones. Pero no uno cualquiera, sino uno abandonado para que el aire decadente de las atracciones fueran el contrapunto perfecto a la juventud de los invitados, para así crear una atmosfera nocturna sugerente. ¿Y que mejor que el Parque Six Flags junto a la decadente Nueva Orleans y abandonado desde el Katrina?

Se servirán aperitivos cajún y criollos durante toda la velada y cócteles Ramos Gin Fizz y Sazerac a discreción.




Y los invitados son:

Theodore: para que adorne las conversaciones con las palabras y las retuerza hasta domeñarlas.
Alforte: para que cuando la fiesta decaiga tome el mando de la mesa de mezclas y nos vuelva locos.
Adrianos: para que su presencia con speedo revolucione al personal mientras nos encandila en griego.
Davichini: para que nos demuestre que ahora tiene una alegría en el cuerpo que contagia a todos.
Pancho: para que su afeitado bigotón crezca con nosotros hasta ser tan grande como su corazón
Christian: para que vuelva a tocar para todos y nos enseñe sus preciosos ojos nuevos.
Alvaro: para que persiga a Thiago durante toda la noche con esa simpatia y gracejo que tiene.
Alex: para que desmuestre que ahora la noche y las fiestas no tienen secretos para él.
Thiago: para que se lance con su tabla por todas las atracciones y disfrutemos con su picardía.
Bo Tare: para que después de tanto crápula haya alguien que destaque por su humanidad.

Y faltaba una música que ambientase esto. Ummmm...Nueva Orleans, noche, crápulas... no puede ser otra que el Bad Things de Jace Everett



Y por último no puedo menos que recordar a Brekiaz, que a modo de Bob Geldorf ha provocado la organización de fiestas por toda la blogosfera.


Espero que la fiesta os guste y volváis a visitarme