martes, 18 de octubre de 2011

Apagado


Así me encuentro desde hace un tiempo. Apagado. Me falta esa energía que mueva mi ilusión. Cuando junto los dedos ya no saltan chispas, sólo noto el leve cosquilleo de los intentos vanos y la emoción perdida. Me siento a escribir y las palabras no fluyen. Se arrastran y se atropellan en mi mente en una cacofonía vacua. Varios textos a medio escribir se acumulan entre los borradores, oscuros de concepción, negros de escritura e injustos de significado.

Pruebo con historias de alegre recuerdo y solo consigo grotescos remedos de relatos. Lo intento con sentimientos y son parodias de emociones y esquivos pensamientos ininteligibles. Me fallan las fuerzas y las batallas se acumulan. A mi alrededor se multiplican los frentes y las tensiones se magnifican. Estoy cansado.

Estoy cansado de calcular mi vida en función de los bancos. Estoy cansado de sentir que cada gasto es una sonrisa en el director de mi oficina y un apunte más en la cuenta de resultados de mi alma. Estoy cansado de escribir a gente buscando una mano amable y sólo encontrar pedazos de carne lujuriosos. Estoy cansado de comportarme como un ser humano y ser tratado como un objeto prescindible.

Necesito aire.

Salgo un sábado por la noche y a pesar de no ser mala gente, Jasper y sus amigos viven en un mundo ajeno a mi. Son sólo cuatro o cinco años mayores que yo y sin embargo nos separan más de veinte años y una vida. Tal vez sea yo que llegue tarde cuando ellos ya están de vuelta, pero ya no puedo correr más.

En el trabajo los conflictos crecen cada día con los cambios incontrolados. La nave va a la deriva y los jefes cambian los timoneles sin dejarles ni calcular el rumbo. Mañana volverá a haber un cambio de ruta y todo el trabajo realizado en los últimos meses se desechará bajo la indiferencia de los que no hacen nada nunca. Las discusiones se multiplican y el ambiente se enrarece. Ya no hay alegría en la mirada y los chistes han desaparecido. La máquina de café, otrora fuente de tertulias, es ahora un páramo de miradas esquivas.

Mi frustración la he volcado en el deporte y consumo mi desilusión en sesiones maratonianas que vacíen mi cerebro de oxígeno y reduzcan mis pensamientos al mantenimiento de las constantes vitales. La mirada perdida y la música en mis oídos intensifican el esfuerzo y merman la consciencia hasta el exceso. El otro día me mareé y casi caigo desmayado, falto de riego sanguíneo y sentido común.

El deseo sexual se ha reducido hasta desaparecer y sólo encuentro descanso en las caricias de un Tony solícito y siempre dispuesto a acogerme. Pero él también tiene sus problemas. El lunes pasado le comunicaron que sobra gente en su empresa y necesitan reducir gastos temporalmente. Aunque la situación era muy mala no lo esperaba. Le han dejado en la calle durante un par de semanas a la espera de que entren nuevos pedidos. 

Con la mirada triste me ha dicho que para estar aquí todo el día, solo y sin trabajo, mejor se iba a un apartamento que le deja su hermana cerca de la costa valenciana. Me quedan unos días de vacaciones sin utilizar y he decidido irme con él. El sábado partimos hacía allí y estaremos hasta final de mes. No sé lo que haremos pues ninguno de los dos está para gastos, pero al menos nos evadiremos durante unos días para respirar un aire diferente.

Nos vemos en noviembre.

domingo, 2 de octubre de 2011

Bajo el sol del pasado


El sol en la playa va dorando nuestra piel a fuego lento cuando sin darnos cuenta pasamos muchas horas bajo su mirada. Pero no sólo calienta nuestra superficie, sino que poco a poco penetra en nuestro interior calentándo también nuestro cerebro. En algunos produce dolor de cabeza e insolación y en mi, como si estuviera realizando la fotosíntesis, acelera mis pensamientos y los lleva a razonamientos insospechados.

Este verano estuve unas semanas en la playa sin demasiado que hacer, sin demasiado que observar y sin demasiado que soñar. Pasé muchas horas tumbado en la arena bajo ese sol que acariciaba mi piel y mi mente entró en ebullución incapaz de contener el borbotón de pensamientos incontrolados. Y uno de ellos me inquietó.

Al igual que el Aschenbach de "Muerte en Venecia", uno de mis entretenimientos era mirar a la gente que paseaba por la orilla. Es un pasatiempo banal, pero que llenaba mis ratos muertos con la variedad de la gente. Y entre ellos, como si de un Tadzio reencarnado se tratara, un adolescente de quince años salió del agua y parándose en la orilla agitó su pelo al viento para descargarlo del agua salada. Pero a diferencia del personaje novelesco, a este chico si lo conozco. Es el sobrino de mi amigo Nathan.

He tenido muchas oportunidades de tratarlo y conversar con él. Incluso me han invitado a comer con toda su familia un día y lo tuve sentado enfrente durante todo el refrigerio. Y siempre que hablo con él tengo la misma sensación. Es gay.

Nadie en su familia parece notarlo, o al menos los comentarios y conversaciones nunca parecen indicar esa posibilidad, pues siempre le están haciendo bromas sobre "esas novias que tienes escondidas" o "seguro que las tienes a todas locas por ti". A Nathan tampoco se le ha debido pasar por la cabeza la idea, porque estoy seguro de que me habría dicho algo. Cuando salí del armario descubrí que era un mundo tan ajeno a él que no sabía ni como tratar el tema. Tenía curiosidad e intentaba ayudarme pero se sentía confuso sobre como abordarlo. Si tuviera la más mínima duda de que su sobrino fuese homosexual estoy seguro de que vendría a pedirme consejo.

Es posible que ni el propio chaval lo sepa y se encuentre todavía en esa fase de ambigüedad e indefinición en la que se siente inseguro sobre su sexualidad. O quizás sí lo sabe pero aún no se siente con fuerzas para afrontarlo y salir del armario con una familia que es muy conservadora y religiosa. Casi cercana al Opus Dei.

En verano solemos quedar a jugar a las cartas por las tardes, y entre los habituales, además del propio Nathan, están su hermano y su cuñado, el padre del chico. Su hermano me sorprendió este verano, una noche en que estábamos de copas, con un discurso homófobo que parecía salido del pasado. Me desconcertó mucho, porque había meditado pedirle a Nathan que le dijera que yo era gay. Pero me siguen doliendo tanto este tipo de comentarios que no lo hice y lo dejé correr. El padre del chico también es de hacer chascarrillos a costa de los "maricones", aunque suele ser más moderado. Pero me temo que se tomaría muy mal que su hijo formara parte de "ese grupo", blanco de sus bromas.

Teniendo en cuenta ese ambiente familiar, previendo el conflicto interno que se le puede plantear al chico, y para evitarle futuros sufrimientos, me preguntaba si yo debería hacerle algún tipo de insinuación o comentario a Nathan para prepararle ante esa eventualidad y que estuviese atento para ayudarle. Me gustaría evitarle todo sufrimiento en la medida de lo posible.

Mi radar gay tampoco es muy fiable que digamos, y temo equivocarme y meterme donde no me llaman, pero por otro lado a mi me habría gustado que alguien me hubiera ayudado o dado un empujón para ver la verdad cuando tenía su edad.

Y todo esto me lleva a pensar que si hubo acaso bajo el sol del pasado algún Aschenbach que se dio cuenta de que yo era un gay adolescente y dejó morir en la playa sus deseos y mi futuro.