jueves, 29 de julio de 2010

Brisas del mar


Tres semanas después del fin de semana en la montaña me encaminé a la playa. A pesar de la alegría por la conversación con Mitch, en realidad mi plan había fracasado. De todo el grupo sólo había conseguido hablar con uno. Seguía teniendo el mismo miedo y la misma necesidad de contárselo, y la Semana Santa fue mi siguiente objetivo.

Todos los veranos nos reunimos unos días en una localidad costera mediterránea. Lance vive allí todo el año y el resto acudimos cada uno de nuestra ciudad. Y cuando podemos también nos reunimos en Semana Santa. Empecé a indagar quien iba a ir y Stella, una vez más, no podía acudir. Mitch tampoco, que se subía a la montaña. Pero a él ya se lo había dicho . Nathan y Chase sí que iban a acudir. No estaba mal. Dos de tres. No estaba mal. Y decidí ir.

Llegué allí el viernes al mediodía y hablé con Lance y Nathan, que ya había llegado. Chase llegaría el sábado.  Estuvimos los tres en casa de Nathan toda la tarde jugando a las cartas con su hermano y su cuñado, riendo y pasando una tarde relajada. Nathan se quedó a cenar con su familia y nos quedamos Lance y yo solos. Está divorciado y le tocaba tener a su hijo esos días, así que lo recogimos de casa de sus abuelos y nos fuimos a su piso a tomar unas copas.

Mientras el niño se entretenía jugando a la Wii nosotros nos salimos a la terraza. Tiene unas vistas espectaculares sobre la bahía y mientras anochecía se iba viendo como las luces se encendían léntamente y sus reflejos sobre el mar enmarcaban las estrellas. El sonido del agua al romper contra los acantilados me relajó un poco y la brisa marina humedeció mis labios resecos. Hacía fresco pero yo no lo notaba. Estaba temblando y no era de frío.

Casí no le di ni oportunidad de sentarse tras servir unas copas cuando después de un largo trago de whisky le espeté repentinamente "Tengo que hablar contigo. Tengo que contarte una cosa". Me miró sorprendido y con un gesto me animó a continuar. Cinco minutos, dos whiskys y unas lágrimas contenidas después se lo dije. Y lo miré expectante.

Me preguntó muchas cosas. Hablamos de cómo había llegado a darme cuenta. De cuándo. De quién lo sabía. De mi vida. La conversación continuó en un restaurante cercano y se prolongó durante más de tres horas. Mi tensión se diluyó y hablé con él de muchas cosas de mi vida que no he contado a nadie.

Ya de madrugada, antes de irme me sonrió y me comentó que cuando le dije que quería decirle algo y vio que no hacía más que darle vueltas a las palabras penso en plan de broma y como algo imposible que igual le iba a decir que era gay. Nos reimos a carcajadas y nos abrazamos.

Fue mi viernes de pasión.

El sábado transcurrió entre la playa, una siesta reparadora, tomar una cervezas en el bar y descansar. Quedamos todos para salir a tomar una copa por la noche y Nathan y Lance se fueron con sus familias. Quedamos Chase y yo, que nos fuimos a cenar algo por ahí. Mientras íbamos a buscar un sitio donde tomar algo le dije que íbamos a dar un paseo por la playa para poder hablar de un tema importante para mi. Empezamos a pasear bajo las estrellas y no se si mi cuerpo ya no soportaba más tensión después de la confesión de día anterior pero esta vez no le di tantas vueltas y se lo dije bastante rápido. Chase tiene una personalidad muy curiosa. Se podría decir que es despreocupado y tranquilo. Cuando por fin se lo dije solamente me dijo "Ah... muy bien" y siguió hablando como si le hubiese dicho que me iba a cambiar de coche o comprar un móvil nuevo. El sorprendido fui yo, pero me encantó la normalidad con la que se lo tomó.

Nos reunimos los cuatro a media noche en casa de Lance a tomar una copa antes de salir por ahí. No llegamos a hacerlo. Por primera vez en mi vida todos lo sabían a mi alrededor y yo me sentía tranquilo. Fue una sensación nueva para mi y me encontraba relajado y animado. La conversación giró en torno a ello al principio y en un momento dado Lance dijo "Ya que Parmenio se ha sincerado con nosotros yo lo voy a hacer también". Y nos empezó a contar aspectos de su vida que no conocíamos. Poco a poco los demás se fueron animando y hablaron de ellos. Fue una noche de confidencias. Fue una noche mágica.

Ya era domingo. Mi domingo de resurrección.

Esta entrada y la anterior las he escrito ahora porque el sábado los volveré a ver todos. Me voy de vacaciones a la playa dos semanas y serán las primeras vacaciones de mi vida que pasare siendo abiertamente gay. Aún me queda pasar el mal rato de hablar con Stella. Y es posible que algún otro se entere también.

No se como serán estas vacaciones. No se si lo pasaré bien o mal. Si sufriré, disfrutaré o las dos cosas. Pero sí sé que por fin en mucho tiempo voy a ser yo mismo.

martes, 27 de julio de 2010

Aires de montaña


Hace ya más de dos meses que en "Desgarrando el alma" y "El día después" os hablé de mis amigos veraniegos. No tuve el valor de sincerarme con ellos el verano pasado y tuvo que ser en septiembre, cuando lo intenté por segunda vez y fracasé, estallando en un mar de lágrimas ante Nathan.

Pasaron casi seis meses en que mi mente torturada no dejó de pensar en lo ocurrido. Rememoraba una y otra vez esas noches aciagas y me prometía a mi mismo que se lo contaría la siguiente vez. Pero sólo el imaginarme el momento me provocaba unas nauseas tan fuertes que me impedían comer y encharcaban mis ojos.

A finales de febrero Mitch me escribió un correo y me propuso que quedásemos todos un fin de semana para esquiar. Mitch tiene un apartamento en una estación de esquí y sube todos los fines de semana con su mujer y sus hijos. Automáticamente mi idea recurrente regresó. Nos volveríamos a juntar todos y fuese como fuese tenía que decírselo.

Me hice cargo de la organización inmediatamente para que la idea no cayera en saco roto y me puse a enviar correos a todos. Propuse el fin de semana del 12-14 de marzo y Nathan rápidamente me confirmó su asistencia. Es soltero como yo y de decisiones rápidas. Stella tenía dudas sobre si podría asistir debido a los niños y como Troy, su marido, no podía venir al final dijo que no. Chase se apuntó sin dudarlo y acudiría con su mujer y su hija, mientras que Lance y Ayrton declinaron asistir porque ellos no esquiaban.

 Quedábamos pues dos matrimonios y dos solteros. A pesar de que la mitad del grupo no podía acudir decidí seguir adelante con mi plan y decírselo a los asistentes

Me encargué de las reservas del hotel para todos, y Nathan y yo fuimos en mi coche juntos. Llegamos bastante temprano, dejamos las cosas en la habitación del hotel y acudimos a casa de Mitch y Allison. Al cabo de un par de horas llegaron Chase y Molly con su hija y nos juntamos todos para cenar en su casa. A pesar de mi impaciencia y nerviosismo no hubo oportunidad de hablar. Demasiados niños a nuestro alrededor jugando y saltando que impedían cualquier conversación fluída y aún menos una noche de confidencias. Nos acostamos pronto porque había que madrugar para esquiar al día siguiente.

Se había perdido la primera oportunidad.

Amaneció un día espléndido y después de un desayuno copioso a base de huevos, beicon y tortilla subimos a las pistas. Toda mi rabia y tensión la descargué en bajadas vertiginosas como hacía años que no hacía. Creo que Nathan se sorprendió de mi ímpetu pero no dijo nada. El viento en mi cara y la montaña huyendo a mi espalda me calmaron al cabo de un par de horas. Me paré en lo alto de un arrastre y respiré un aire que a menudo me faltaba.

Agotados y exhaustos regresamos al hotel a media tarde. Tras darnos una ducha reparadora quedamos en el bar del hotel para tomar unas cervezas. Nathan se quedó en la habitación durmiendo tras haberme seguido sin una queja en todos mis locos descensos del día.

Chase bajó al bar media hora y una cerveza más tarde que yo. El local estaba desierto y pensé en hablar con él  pero decidí esperar a Mitch. No tenía fuerzas para pasar el mal trago dos veces en un par de horas. Ni fuerzas, ni estomago. Los nervios me empezaban a atenazar.

Estuvimos hablando y bebiendo mientras el bar se iba llenando poco a poco hasta que que no quedó ni una mesa libre. Cuando por fin aparecieron Mitch y Allison aquello parecía una convención de familias del Opus. No me pareció el momento ni el lugar para hablar. Y esperé a la cena.

Cenamos en el hotel, los seis adultos y los cuatro niños. O mejor dicho, dos adultos cenaron mientras los otros cuatro intentaban contener a los niños. En vista del poco éxito, nada más terminar Allison y Molly se retiraron a dormir y nos quedamos los cuatro amigos en el bar tomando una copa. Ese era el momento que estaba esperando.

No era cuestión de soltarlo como una bomba y decidí que la conversación avanzase un poco antes de llevarla a mi terreno, pero el cansancio hizo mella en mis amigos, y Nathan y Chase se durmieron en los cómodos sillones mientras Mitch y yo hablábamos de miles de cosas. Al cabo de una hora los dos se despertaron y se subieron a la habitación. A Nathan ya se lo había dicho y no me importaba pero con Chase era otra oportunidad que se escapaba. Quedamos Mitch y yo. Y decidí lanzarme.

Como siempre empecé dando rodeos. Es superior a mi. El miedo me acongoja y me es imposible mirarles a los ojos y decírselo. Él escuchaba en silencio porque veía que lo que le iba a decir era importante, pero no sabía el qué. Y al fin pronuncié las palabras.

Esperé su reacción. Mitch es muy religioso. Mucho. Es un católico tradicionalista. Practicante. Y no sabía como aceptaría mi confesión. Se quedó callado unos segundos y medio aturdido dijo.... "Ah, bien". Y comenzamos a hablar. Me preguntó y respondí. Hable y escuchó. Sonrió y respiré.

Dos whiskys después nos fuimos a dormir.

Yo agotado. Él sonriente.

domingo, 25 de julio de 2010

Romance de plata



Estaba amaneciendo la mañana
ya recién levantado y legañoso
con la mente y el ánimo borroso
pero con el cuerpo y alma cortesana

Seguí con mi rutina cotidiana,
con ese ritmo lento y cadencioso
del que con fe se arrastra ojeroso
ocultando su faz a la ventana

Abrí el navegador con la desgana
del que madruga siendo perezoso
y un hecho inesperado y asombroso
elevó de mis ojos la persiana

Nervioso preparé una valeriana
que tomé con un gesto cuidadoso
pues descubrí que un premio prestigioso
me homenajeaba toda la semana

Thiago hacia mi apuntó su cerbatana
y el galardon al blog más argentoso
se hundió en mi corazón defectuoso
acertando en el centro de la diana

Mi cara se tornó en púrpura y grana
y un rubor inocente y candoroso
abrió paso a mi grifo lacrimoso
en una reacción semi freudiana

Hoy domingo de fecha tan cristiana
siendo Thiago patrón ceremonioso
recibo aquí tu premio cariñoso
con esta pobre rima machadiana

jueves, 22 de julio de 2010

Tony


Tony dice que me conoció hace un año, antes del verano. Yo no lo recuerdo. Dice que me escribió un mensaje a mi perfil y que le respondí que me iba de vacaciones y que ya hablaríamos cuando volviese. La verdad es que no lo recuerdo.

En esa época yo me encontraba desconcertado, incapaz todavía de asumir todas las consecuencias de mi reciente aceptación como gay. Vivía en una dualidad mental que me mantenía en un carrusel entre la catatonia y el agobio. Quería conocer gente pero no me atrevía. Buscaba una palabra amiga y me pedían sexo. Necesitaba salir de mi y no me atrevía.

Fue a mediados de septiembre cuando me escribió de nuevo. Un mensaje corto. De saludo y reencuentro. Le respondí y empezamos a cruzarnos más mensajes. No se cuanto tiempo transcurrió hasta que quedamos por primera vez en persona. Tal vez un mes. Tal vez más.

Creo que fue a finales de octubre cuando un poco asustado me presenté en su casa. Vive en un pueblo cercano, a unos veinte minutos en coche de mi casa, y durante todo el recorrido mi cabeza no paraba de dar vueltas. No sabía que esperar porque yo mismo no sabía que quería. Era un paso al vacío sin saber si debajo había red para recogerme.

Había visto fotos suyas por supuesto, pero las fotos engañan. Mucha gente pone fotos fantásticas en sus perfiles pero que luego no se corresponden con la realidad.  Las toman desde un buen ángulo y las terminan de arreglar con Photoshop. Así que si el gesto en las fotos no lo veo natural desconfío.

Tony me llamó la atención por su sonrisa. Y fue eso lo primero que vi cuando abrió la puerta. Se hizo a un lado y me invitó a pasar. Nos sentamos en el sofá y me ofreció algo de beber. Estuvimos charlando como media hora hasta que una caricia suya me rindió a él.

Han pasado nueve meses y prácticamente nos vemos todas las semanas. He tenido sexo con Tony más veces que con cualquiera de las novias que tuve. Con alguna duré más tiempo, pero no me hicieron disfrutar ni la cuarta parte que él.

Desde entonces hemos hablado mucho. Él me ha contado su vida y yo le he contado la mía. Hemos ido muchas veces al cine juntos y aunque casi siempre elijo la película yo nunca se queja. A pesar de que mis gustos cinematográficos son "alternativos".

Se podría decir que es el principio de un noviazgo. Pero no lo es.

Nuestra relación es extraña. Hay quién lo definiría como follamigos, pero creo que sería incorrecto, porque hay más parte de amigos que de sexo. Hemos alcanzado un nivel de complicidad muy alto y nos contamos casi todo, pero tenemos nuestras vidas independientes. Podemos quedar con otros chicos sin ningún reproche y luego cada uno se lo cuenta al otro (sin dar nombres, que no hacen falta) pero con la sencillez de la verdad. En realidad cuenta él más que yo, que suele tener mucho éxito.

Físicamente es lo opuesto a lo que sería mi chico ideal, pero sin embargo me ha cautivado. Y no se si es que siempre he sido así o con la edad voy cambiando, pero por muy guapo que sea un chico, si no es capaz de mantener una mínima conversación mi interés decae inmediatamente. Y Tony y yo hablamos a veces durante horas abrazados en la penumbra.

Hace poco mi mente, que nunca descansa, se preguntaba si me estaría enamorando de él. Nunca lo he estado y no puedo comparar, pero probablemente es lo más cerca que he estado de hacerlo. Pero creo que no, que no estoy enamorado.

Todo lo que tenemos de cercano lo tenemos de diferente. Tenemos la misma edad pero él es más tranquilo. A mi me gusta el deporte y a Tony no le va demasiado. Yo estoy descubriendo un mundo nuevo para mi y me encuentro con una ilusión y unas ganas desbordantes de salir los fines de semana y disfrutar la noche. Tony lleva ya 25 años haciéndolo. Yo soy un viajero impenitente y él es más casero y acomodado. Son demasiadas diferencias. No funcionaría.

Me preocupaba que él se enamorase de mi y yo no pudiese corresponderle. Se ha portado tan bien conmigo que no querría hacer nada que le doliese. Pero no puedo enamorarme si no lo siento.

Hace unos días me contó ilusionado que estaba perdidamente enamorado de un chico de otra ciudad. Llevan hablando unos meses y ya se habían visitado un par de veces. Me lo contaba con un brillo en los ojos y una sonrisa que le iluminaba la cara. Me alegré por él, aunque eso supusiese la posibilidad de dejar de vernos tan a menudo. Pero han discutido y la distancia ha hecho el resto.

Está triste aunque intenta no traslucirlo. Pero sus ojos no mienten. Yo le acaricio y al menos durante unos momentos se olvida y sonríe de nuevo. Con esa sonrisa. Con la que me cautivó.

domingo, 18 de julio de 2010

Galaxia


La arena se escapaba entre sus dedos y salpicaba su cuerpo desnudo. Su espalda, acomodada en la vieja barca de pesca notaba las astillas ya descoloridas clavándose como pinceladas de realidad. Miraba los granos y pensaba que al igual que ellos la vida se le escapaba sin poder agarrarla. Su mirada se paseó por la playa desierta y se perdió en el infinito. Sobre el mar la luna rielaba al son de las olas y una musica suave y lejana proveniente de una fiesta ajena era arrastrada por la brisa nocturna.

Volvió a coger un puñado de arena y levántándolo frente a su cara dejó que el viento lo dispersara poco a poco. Así es mi vida pensó. ¿Cuántos hombres he tenido entre mis manos? Más que granos de arena. Más que esas estrellas que me contemplan ahora. Al menos ellas están allá en lo alto y viven en familia. Esa es Sirius la binaria. Tiene pareja y bailan una alrededor de la otra. Y allí está Cástor. No sólo tiene pareja sino que además es gemela de Pólux, su hermano. Los dioscuros. Y todas viven rodeadas de más estrellas. Y de más. Y de más. La galaxia es su familia y sus amantes infinitos. Como los granos de arena. Como yo.

No, como yo no. Yo soy como un agujero negro que devoro a todos los que se acercan a mí. Cuando los veo por primera vez tienen una luz que ilumina a los que les rodean. Mi mirada se posa en ellos y como un perro de presa los sigo hasta que son míos. Juego con ellos y los exprimo hasta que sólo son un pálido reflejo de lo que eran. Y luego necesito más. Otros.

Pero él era diferente. Cuando me despertaba al mediodía de la resaca nocturna allí estaba él. Su sonrisa me contemplaba acompañada siempre de un beso. Cuando por las noches tonteaba con los recien llegados él me miraba y con una sonrisa cómplice me animaba. Cuando dejaba de hacer las tareas de la casa o me olvidadaba de comprar la comida él las hacía y me disculpaba. Y cuando abusaba del alcohol y las pastillas me lo recriminaba pero nunca me dejaba solo. Me acompañaba siempre. Siempre.

Como esa noche.

Cuando sacaron su cuerpo roto y desmadejado del coche él seguía sonriéndome. Entonces me di cuenta. Lo entendí por fin.

Sentí sus pasos en la arena detrás de mi pero no me atreví a volver la cabeza. Sabía que su sonrisa estaría allí, iluminando la noche. Las galaxias se apagarían a su paso y el viento arremolinaría sus cabellos. Como siempre. Y me volví.

De repente se oyó un pitido. Breve. Todos los médicos observaron los instrumentos y se miraron sorprendidos. No puede ser. Su cerebro está muerto. No sobrevivió al accidente. Sus voces callaron pero todos pensaron en que poco conocían la mente humana. Quizá algunas neuronas siguen ahí, agrupándose sin fin. Como galaxias.

Dedicado a Theodore, que fue germen y musa de este divertimento.

jueves, 15 de julio de 2010

La quinta pluma


Cuando era niño me encantaban las películas de aventuras, sobre todo las que transcurrían en tierras exóticas y lejanas. Crecí viendo esas películas en blanco y negro en las que Errol Flynn cargaba con toda la brigada ligera en la batalla de Balaklava sabiendo que iba hacia la muerte pero imperturbable en el cumplimiento de su deber. Compartí las penurias de Gary Cooper en "Tres lanceros bengalíes" sufriendo cuando los torturaban los crueles rebeldes indios y me emocioné con el fiel aguador Gunga Din tocando la trompeta para avisar a las tropas británicas camino de una trampa.

Mi corazón se encogía cada vez que veía aparecer un juramentado en "La jungla en armas" y mientras miraba a mi alrededor buscando donde esconderme, marcaba con mis manos agarrotadas el sofá. También me alisté en la Legión Extranjera y luché junto a un ejército de muertos en "Beau Geste" defendiendo un fortín perdido en el desierto. Y tuve un funeral vikingo con un perro a mis pies.

Más tarde, ya en color, descubrí los héroes torturados de Conrad y sufrí con Lord Jim en sus viajes por el estrecho de Sumatra y me abrasé con el tórrido sol bajo el cual Lawrence de Arabia paseaba su túnica blanca al son de la magnífica banda sonora de Maurice Jarre. Disfruté con un Burt Lancaster ávido de codicia ante la perspectiva de hacerse con todo el comercio de la copra en "Su majestad de los mares del sur" y me creí el heredero de Sikander junto a Sean Connery en "El hombre que pudo reinar".

Pero la película que más impactó mi impresionable mente infantil fue "Las cuatro plumas". En ella un brillante y prometedor oficial británico abandonaba su carrera militar justo cuando su regimiento es enviado a Sudán a luchar en la rebelión del Madhi. Sus tres mejores amigos, también oficiales del regimiento, le envían una pluma blanca para mostrarle su desprecio por lo que creen cobardía ante el enemigo. A ellos se suma su prometida que le envía la cuarta pluma.

Tras ser rechazado también por su padre se recluye en en un pequeño apartamento en Londres. Torturado por la pena y la vergüenza se entera que su antiguo regimiento ha sido emboscado y se encuentra en una difícil situación. Decide entonces embarcarse hacia África y se dirige a Jartum para devolver en mano cada una de las cuatro plumas y demostrar que no es un cobarde.

Esa imagen marcó mi infancia, y de niño siempre me esforcé en ser valiente para no recibir una pluma blanca. No quería ser tachado de cobarde y cada día demostraba que era digno de los demás. Pero mi mente infantil creció y olvidó la importancia del valor. Y poco a poco fui arrinconando en mi mente lo que no me gustaba. Lo ocultaba bajo la alfombra de mis neuronas creyendo que si no lo veía no existía. Y me hice merecedor de esas cuatro plumas.

Con cuarenta años por fin inicié el camino para devolverlas, aunque en este caso a quien tengo que buscar es a mi mismo. Aún no he devuelto las cuatro, pero Fernando me ha dado la quinta.

En su blog APOYO LGBT me ha dado el premio "La pluma dorada" por (copio textualmente):

"Parmenio: Otro ejemplo a seguir. Un chico que descubrió su verdadera orientación sexual después de un mar de dudas a la edad de 40 años. Pero esto no le ha impedido continuar con su vida, sino que sigue adelante y con la cabeza bien alta. Por eso mismo, le doy este premio, por ser un ejemplo de superación personal, y que demuestra que nunca es tarde para conseguir lo que queremos en nuestra vida."

Muchas gracias Fernando. De verdad. Me hace mucha ilusión que te acuerdes de mi y hayas escrito algo tan bonito. Espero conseguir devolver las cuatro primeras, pero esta me la quedaré y la luciré con orgullo.

Con Fernando me tomé hace poco uno de sus cafelitos virtuales. Lo hice muy a gusto, que la compañía era buena. Sólo espero tomarmelo algún día en persona con él. Si alguno no lo ha visto y quiere saber algo más de mi lo puede leer en su blog en este enlace.

Y por último, según las normas del premio, debo adjudicárselo a tres personas.

  1. A Davichini de Historeando: Por vivir cada día con una ilusión desbordante y hacernos partícipes de ello.
  2. A Pancho de Tigretón Tontón: Por hacerme reir y llorar con él y sus historias. Por sorprenderme y emocionarme.
  3. A Christian Ingebrethsen de Muros de Nubes: Porque Nietzsche vive en mi y no lo sabía. Por estar ahí. 

lunes, 12 de julio de 2010

Anábasis


En el siglo V antes de Cristo el joven Ciro quiso arrebatarle la corona persa a su hermano Artajerjes II, el Rey de Reyes. Para eso reunió un gran ejército cuyo eje principal era un grupo de 10.000 mercenarios griegos que soñaban con reeditar las gestas contra los persas de Platea y Maratón que sus mayores les habían contado. Eran veteranos de las guerras del Peloponeso y estaban curtidos en mil batallas.

Cruzaron Anatolia y siguieron el curso del río Eufrates para llegar hasta la misma Babilonia. Allí en una gran victoria derrotaron a los ejércitos de Artajerjes en la batalla de Cunaxa.  Pero durante la lucha murió el pretendiente Ciro. El ejercito se desbandó y se pasó en masa al bando de Artajerjes. Sólo los griegos se mantuvieron firmes y unidos.

De repente lo que era una gran victoria se convirtió en una trampa. El ejército griego estaba sólo, aislado y sin líder en mitad de un imperio persa hostil. El espartano Clearco se hizo cargo del mando pero fue asesinado durante las negociaciones con los persas. El ático Jenofonte, que fue discípulo de Sócrates, fue elegido como uno de los nuevos estrategos para dirigir el ejército. Su relato de lo que siguió es conocido como la Anábasis o la marcha de los 10.000

El ejército inició así una larga marcha hacia el norte hostigado por el ejército persa que buscaba aniquilarlos para dar ejemplo y disuadir futuras campañas griegas. Fueron 4.000 km de penurias remontando el Tigris y atravesando Armenia. No conocían el camino, no tenían mapas ni sabían de que iban a alimentarse. No sabían si conseguirían llegar hasta el final, pero se mantuvieron unidos sin desfallecer y consiguieron alcanzar el mar negro y su libertad, reflejando su alegría en el grito eufórico de Thalassa, Thalassa (el mar, el mar).

Anábasis significa "expedición hacia el interior".

A finales de abril de 2010 un filogriego llamado Parmenio se encontró solo e inició su propia anábasis. No sabía donde se encontraba ni que hacer. Estaba agotado y buscó un camino a la desesperada. No sabía hacia donde se dirigía ni siquiera si existía ese camino. Pero poco a poco se unieron a él algunos que le dieron su apoyo. Han pasado poco más de dos meses y medio. 83 largos y complicados días, y junto a él se han reunido sus 10.000.

Y como los de Jenofonte, sus acompañantes son de distintas polis y paises diversos, pero todos están ayudando a Parmenio a encontrar su camino. Sus soldados son españoles, mexicanos, argentinos y norteamericanos principalmente, pero también nutre sus fuerzas con la valiosa aportación de chilenos, colombianos, uruguayos y peruanos desde América y franceses, italianos, alemanes y británicos desde Europa. La lista es extensa, abarca todos los continentes y no se puede reproducir aquí, pero hasta 67 paises han acompañado a Parmenio en su "expedición hacia el interior".

No se si Parmenio podrá gritar thalassa, thalassa algún día, ni si al igual que Jenofonte, podrá contar el final de su Anábasis, pero si sabe que sin sus bravos compañeros no habría podido seguir.

Gracias. Efharisto poli.

jueves, 8 de julio de 2010

Una extraña fijación


Empecé a fijarme en él cuando era pequeño. Me gustaba mucho y pasaba las horas mirándolo. Siempre estaba ahí y cuando pasaba lo ojeaba de reojo. Me daba vergüenza acercarme y siempre lo atisbaba desde lejos.

Cuando hablaba con los amigos notaba que la gente lo consideraba algo extraño. Se reían de los que les gustaba. Y las bromas eran frecuentes. Yo también me reía y hacía chistes porque no quería parecer diferente. No quería que se metieran conmigo ni que que fuese el blanco de todas las bromas. El instinto de supervivencia en esas edades se impone al coraje de reconocer lo que nos gusta.

En la adolescencia fue a peor. Era algo que no se podía contar sino querías quedar fuera de la vida social. A los que se dedicaban a "esas cosas" los marginaban y nadie les dirigía la palabra. Era el ostracismo total. Y eso con suerte, porque podían meterse contigo siempre que quisieran. Y no había nadie para defenderte. Porque todo el mundo lo consideraba "extraño".

Si te atrevías a confesárselo a un adulto te decían que lo mejor era dejarlo. Que eso no llevaba a ninguna parte. Que mejor que fuese como los demás chicos y saliese por ahí los sábados a conquistar chicas. Y claro, yo les hice caso. Salía por ahí y me reía con los demás. Pero a veces me escapaba para poder quedar los domingos temprano y estar toda la mañana.

Me encantaba. Disfrutábamos los dos y cuando terminábamos, ya agotados, solíamos beber algo y volvíamos a recordar cada momento.

Cada vez me gustaba más y quería estar más tiempo practicándolo. Me llegó a obsesionar y cuando se lo contaba al sacerdote que era mi tutor en el colegio se escandalizaba y me decía que canalizase mi fogosidad en los estudios y no en "eso".

Con veinte años la vida me enseñó que si quería triunfar era mejor apartarse de esas prácticas. Y lo dejé. Me dedique a conseguir lo que se esperaba de mi en la vida mientras lo arrinconaba en mi corazón.  A veces pensaba en él y añoraba los buenos tiempos que pasé. Las risas, el llanto, la alegría y la frustración. Lo echaba de menos pero no me atrevía.

Pasaron muchos años antes de que me diese cuenta de que me había equivocado. Y con cuarenta años volví a él. A disfrutar de su tacto. A madrugar con ilusión para dedicarle unas cuantas horas.

Ahora ya no me escondo. Si alguien me pregunta lo digo sin rubor. Ya no lo oculto y no me importa lo que piensen los demás. Soy como soy, me enorgullezco de lo que me gusta y lo proclamo cuando hace falta:

Sí, me gusta jugar al ajedrez.

lunes, 5 de julio de 2010

Un chico de provincias en el Orgullo


En el fondo, por mucho que vaya a Madrid, sigo siendo un chico de provincias que llega a la capital y devora con los ojos un mundo de sensaciones. Tengo la mirada excitada y los oidos abiertos. Me encanta pasear por sus calles y sentarme a observar a la gente. Si los miras individualmente son iguales que en mi ciudad, pero cuando los sumas forman un mosaico perfecto en que las teselas de distintos colores parecen diseñadas para encajar al milímetro. Madrid parece creada para que todo el mundo quepa.

Y este fin de semana fui allí al Orgullo.

Es mi segundo orgullo pero el primero real. El año pasado aún temblaba ante mi recién descubierta orientación. Roxana me acompañó al desfile y lo vi desde la Gran Vía todavía sin sentirme parte de la fiesta. Era un mero espectador. Lo observé como un niño la cabalgata de los Reyes Magos. Cada carroza me sorprendía y mis ojos no paraban de ir de un detalle a otro. Pero me sentí libre por primera vez.

Este año no tenía previsto ir, pero un amigo me lo propuso. Y esta vez era un amigo gay. Por circunstancias de la vida Tony no había estado nunca. Dudé, pero cuando vi en su cara la ilusión que le hacía no pude negarme y dos días antes le dije que sí. Buscamos una habitación por La Latina, y el viernes por la tarde cogimos el coche y nos fuimos como dos Peter Panes talluditos.


El viernes por la noche estuvimos paseando por Chueca y disfrutamos del ambiente de la plaza y del gentío desbordadante. Cantamos con Vicky Larraz, saltamos con sus canciones yendo a mil, brindamos con calimotxo y entramos en un bar que resultó ser de osos. Dos amigos de Tony se nos sumaron y los cuatro acabamos en Callao bailando a ritmo de house.

Pero el día grande era el sábado. Y a las seis estábamos ya viendo pasar la cabecerá del desfile. Vimos pasar la cabalgata reivindicativa y luego las carrozas festivas. Admiramos a las drags, nos reímos con la gente, bailamos al son de la música de las carrozas, disfrutamos de los chulazos y miramos sin disimulo a muchos chicos guapos que nos rodeaban.

Pero lo que hace diferente al orgullo no son las carrozas ni los confetis. No es la música ni los chulazos. No son las pancartas reivindicativas ni los disfraces. Es la gente que va a verlo. Había grupos mixtos de heteros y gays disfrutando del día. Junto a mi tenía una abuela con su nieta de diez años y las dos bailaban con la música de cada carroza. Una pareja de chavales de dieciseis años se besaban acaramelados entre carroza y carroza y enfrente dos osos de más de sesenta hacían lo mismo.

Mucha gente se pregunta si la celebración del orgullo es ahora necesaria y si este estilo carnavalesco y festivo es lo mejor para reivindicarnos. Yo creo que sí. La repercusión que ha tenido en la sociedad en los últimos años ha hecho que se vea que no son cuatro mariquitas que se esconden por los rincones sino miles que están a tu alrededor. En tu oficina, en el transporte público, en los hospitales, en las escuelas... La mayor parte probablemente no salimos nunca vestidos de plumas ni con tangas ajustados, pero son los que salen los que han conseguido que también nos vean a nosotros y que sepan que existimos.

Cuando regresabamos hacia el hotel por la noche, paseando abrazado con "mi chico" por Plaza Canaletas, un coche paró en un semáforo y desde dentro cuatro chicos de unos veintitantos años nos gritaron "maricones". Los miramos, sonreimos y nos besamos. Sus caras reflejaban asco y rabia. Por cosas como estas es por lo que existe el Orgullo.