miércoles, 7 de enero de 2015

Vidas paralelas


 Jorge y yo nos conocimos con 11 años tras una curiosa carambola del destino. Un antiguo compañero de primaria suyo se mudó a Barcelona, recaló en mi clase y se convirtió en uno de mis mejores amigos. Un año después era yo el que abandonaba la ciudad condal y me presentaba ante sus antiguos condiscípulos.

Era el alumno más brillante de la clase. No sacar un diez en todas las asignaturas era un fracaso para él. Yo en cambio era más bien un pícaro con buenas notas que se contentaba con aprobar todo, holgadamente, pero sin esforzarme demasiado. Él era el comprometido y yo el hedonista. Pronto nos hicimos amigos.

Compartimos nuestro amor a la montaña y infinidad de noches en tienda de campaña. Recuerdo nuestras conversaciones eternas sobre religión, política, deporte, literatura y mil temas más bajo las estrellas. Él era idealista y yo pragmático. Él religioso y yo ateo. Pero nunca nos enfadamos. Conversábamos. Debatíamos. Compartíamos.

Cuando me apunté al equipo de atletismo Jorge se apuntó conmigo. Los dos éramos velocistas y empezamos a entrenar juntos. Los 100 metros lisos no eran más que otra extensión de nuestras charlas. Competíamos hasta la extenuación y es probablemente la única disciplina en la que recuerdo que fuese mejor que él. Cuando di el salto a los 110 metros vallas él heredó mi puesto en el equipo como velocista. Cuando fiché por un equipo profesional Jorge consiguió que lo ficharan conmigo.

Iniciamos la universidad juntos y compartimos apuntes, noches de insomnio y madrugadas de estudio. Como siempre él sacaba excelentes notas y yo las justas para seguir estudiando. Madrugábamos para poder conseguir un buen sitio en clase y debatíamos en los pasillos junto a la máquina del café sobre lo humano y lo divino.

Al terminar de estudiar la vida nos separó. Jorge encontró trabajo en México DF y no volvimos a vernos hasta diez años después, una noche de juerga loca en un bar bajo una densa humareda. No había cambiado. Su eterna sonrisa y su cara pecosa seguía siendo reconocible. Hacía una década que no nos veíamos pero conversamos como si el ayer no fuera distante.

En el 2006 viajé yo a México DF y sin saberlo estuve a dos manzanas de su oficina. Puede que hasta nos cruzásemos por la calle. Puede que hasta estuviese en el mismo bar donde solía tomarse una Negra Modelo por las tardes. Puede.

Hace poco más de un mes me localizó por Facebook y cruzamos unos mensajes. Había vuelto a España hacía menos de un año y ahora vivía en Madrid. Quedamos en vernos la próxima vez que yo fuera por allí o cuando él viniese a mi ciudad por navidades. Lo que fuese antes.

El día 8 de diciembre murió.

Una leucemia se lo llevó una semana después de que se la diagnosticaran. No tuvo tiempo. Ni de hablar conmigo.

Por unos conocidos comunes supe hace un par de años que era gay. Lo asumió cuando ya nos habíamos separado y nunca pudimos hablar sobre ello. Jorge no sabía que yo también lo era. No se lo dije. Esperaba nuestro reencuentro estas navidades con ilusión para decírselo y compartirlo como lo compartíamos todo cuando éramos adolescentes ingenuos.

Ya nunca lo podré hacer. Con él ha muerto una pequeña parte de esa ingenuidad que compartimos.

Te echaré de menos Jorge.